Corre. Corre. Tengo que correr. Me persiguen. Estoy sola. La sombra me acosa...
Me desperté sudando. Había tenido la misma pesadilla desde hace un mes, desde el día en el que cumplí los catorce. Ya empezaba a asustarme.
- Aysel levantate de la cama de una vez por todas y ayudame a quitar el polvo -me ordenó mi madre seria, mientras me sacaba de mis pensamientos.
Si me levante, pero no tenía ni la menor intencion de quitar el polvo.
Me duché, desayuné y salí de casa, había quedado con mi kuadrilla.
- ¿Qué tal todo? - me preguntó Mónica.
- Hoy también he tenido la misma pesadilla de sienpre.
- No le des mas vueltas. Para mi que es eso lo que te hace vivir la misma pesadilla todas las noches.
- Sí... puede que tengas razon. -le dije en un suspiro.
Como de costumbre, me aburrí más que una ostra y por eso ese día decidí volver antes a casa. Con la excusa de que hacía frío.
El viento soplaba fuerte desde el norte y hacía que me estremeciese. Aunque fuese verano las temperaturas eran bajas por lo que decidí entrar a una cafetería pequeñita y antigua que nunca había visto antes a tomarme un chocolate caliente.
- ¿Qué es lo que desea? me preguntó una anciana sonriente y amable. Debía de tener unos setenta y ocho años. Su pelo era tan blanco como la nieve y tenía la cara llena de arrugas y marcas de expresión. Me pareció muy agradable.
Y la estancia también era acogedora. Estaba decorada con muebles de madera bastante vieja y había muchos detalles en toda la sala. Me gustó mucho. Pero lo raro era que no había nadie más... o al menos eso creía yo.
- Me gustaría una taza de chocolate caliente, por favor -le respondí a la anciana.
- Yo la invito - intervino alguien que estaba sentado en una esquina de la barra. Miré a ese lado y vi a un muchacho tapado con la capucha de su sudadera de color gris. Estaba leyendo algo, no pude distingir lo que era por culpa de la excasa luz que iluminaba la salita.
- Como usted lo desee -le dijo la señora. El muchacho siguió leyendo mientras yo bebí a la taza de chocolate.
- ¿Cómo se llama? -me preguntó de repente.
- Me llamo Aysel. ¿Tú?... quiero decir ¿Y usted? -él se había dirigido a mi como usted... y yo, aunque no lo conocía de nada, no quería faltarle al respeto, no quería ser maleducada.
- Daniel Cutro, preciosa.
Dicho aquello se sumergió de nuevo en su librillo viejo, con el que se pasó leyendo un buen rato.
De repente, volvió a dirigir su mirada a mi. Lo miré yo también, un tanto incómoda. Nadie habló durante unos segundos.
Me fijé en sus ojos. Unos ojos color esmeralda hermosos. Él sonrió y yo aparté mis ojos chocolate de los suyos tan brillantes.
- Muchas gracias por invitarme. - le dije.- Me tengo que ir a casa. Adiós.
Me dirigía hacia la puerta cuando me agarraron del brazo. Me giré. Era Daniel. Me quedé mirándolo. No entendía nada.
- Te ayudo a casa -me dijo con voz decidida.
- Oh... -me pilló desprevenida- Tranquilo, no hace falta. No vivo muy lejos de aquí.
- Te ayudo -repitió- Dicen que por estas calles anda un maníaco... mejor que no andes sola.
Estaba a punto de replicarle algo cuando me dio la mano, me sacó de la pequeña cafeteria, y sonriendo me preguntó:
- ¿Por dónde quieres ir?
Abrí los ojos, asombrada. ¿Qué quería ese extraño de mí?
- Por ahí -respondí con una vocecilla casi inaudible.¿No sería algún acosador? Me estremecí.
Él sonrió de nuevo y empezamos a caminar. Lo miré de reojo. Era guapo... muy guapo a decir verdad. Y muy alto. ¡Me quitaba una cabeza! Pero no podía distinguir nada más. La sudadera gris le tapaba la cabeza y casi toda la piel. Aparté la mirada y suspiré. Estaba segura de que no lo conocía y de que no lo había visto en mi vida.
- ¿Vives aquí? -quise saber, armándome de valor.
- La verdad es que yo no vivo en nigún sitio.
Me quedé asombrada otra vez. ¿Cómo era posible aquello que me decía? No comenté nada. Daniel notó mi inseguridad y trató de esbozar una sonrisa para tranquilizarme.
- Me gusta viajar... o así lo llamo yo.
Asentí asombrada... ¡No entendía sus respuestas!
- ¿Vives en aquella casa blanca con adornos grises claros? -quisó asegurarse Daniel señalando adelante. ¡¿Pero cómo es posible que él supiese eso?! ¿Acaso me perseguía? Un escalofrío recorrió mi cuerpo solo com pensarlo. Respiré ondo y me planteé averiguarlo.
- ¿Cómo... cómo lo sabes?
- Se muchas cosas sobre ti, preciosa. -dijo guiñándome el ojo. Era tan guapo... Aparté de inmediato aquella idea de la cabeza y me centré en lo que estaba ocurriendo.
- ¿Cómo es que sabes tanto de mí...?
Justo entonces llegamos a la puerta de entrada y se me quedó mirando. Yo también lo miré... pero me sentía muy incómoda haciéndolo. Por eso decidí despedirme y entrar de una vez por todas a casa.
- Muchas gracias por acompañarme... Daniel -le dije con voz rota. Me setía muy nerviosa.
- Por favor, llámame Dani.
- Vale... Dani. Gracias por todo.
Me di la vuelta y metí las llaves en la cerradura. Nada más hacerlo, Dani apolló sus manos en la puerta, como de un impulso se tratara, cada una aun lado de mi cabeza. Me paralicé.
Él se sintió muy nervioso al verme tan asustada. No era su intención que lo pasase mal.
- Oh, los siento... -se disculpó mordiéndose el labio- no era mi intención asustarte... es solo que...
Entonces posó su mano en una de mis mejilla y me besó tiernamente la otra. Supongo que enrojecí.
- Nos volveremos a ver. -me dijo. Y sin nada más, dejándome en la puerta de mi casa, se marchó con la cabeza gacha.
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No estoy sola
VampireAysel es una chica de 14 años que se siente bastante sola, como si estuviera fuera de lugar. Además, acaba de dejarlo con su novio... y las clases han terminado. ¿Qué le ocurrira este verano?