ShinDeku - Un domingo por la tarde

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Shinsou Hitoshi disfrutaba de una taza de café mientras revisaba otros planos con cuidado. Ya serían diez prototipos con este y todavía estaba lejos de llegar a la perfección, así no fuera lo que buscaba.

No.

Lo que buscaba era poder recrear esa sonrisa que tanto llamaba su corazón, los labios dulces y cálidos que le recibían todas las tardes con un agradable beso y una taza de café como la que estaba tomando ahora.

Pero era más complicado de lo que parecía.

Su anterior proyecto consistía en un pequeño robot que podía realizar tareas sencillas de limpieza; recoger la basura, arreglar el jardín, sacar la basura y cosas del estilo.

Pero ahora quería más.

Quería construir un autómata con conciencia y raciocinio propios que, además, pudiera pasar el exámen de  Turing, que fuera su compañía y apoyo mientras pasaba horas en su oficina sin ver el sol. Cosas de ese estilo sonaban sencillas pero el hombre había necesitado al menos cinco años de su vida para construir aquel pequeño robot que le otorgaría el título de inventor genio y otros cinco para lograr el suficiente dinero y largarse de la ciudad.

Ahora se ganaba la vida arreglando electrodomésticos y vendiendo pequeños artefactos para el hogar a sus vecinos del pueblo.

Tomó un último sorbo antes de colocar la taza sobre el escritorio para que Izuku la recogiera cuando pasara por allí. Su adorable ingeniero y esposo eran prácticamente su razón de vivir, en momentos en los que necesitó abrigo y apoyo, Izuku permaneció a su lado todo el tiempo sin siquiera dudarlo.

Por lo mismo quería intentar crear un autómata que compartiera la misma vivacidad que su esposo, un pequeño robot al que pudieran tratar como un hijo y al que pudieran enseñarle lo maravilloso que era vivir en un mundo como el suyo.

Shinsou recorría el comedor ahora, sentándose en la silla en la que siempre se hacía y que le regalaba una vista hermosa de Izuku mientras éste cocinaba con tranquilidad y tarareaba alguna de las canciones que pasaban por la radio.

Al menos así era todo antes de terminar postrado en este asqueroso hospital.

Decían que estaba loco.

Pero no era así.

Siempre vería a su amado en todo lado y a todas horas porque no existía forma de que estuviera muerto.

Una lágrima caía por su mejilla mientras una enfermera colocaba una nueva bolsa de suero y llamaba al doctor.

–Está mejorando, doctor.

–Eso parece. – El doctor caminó hasta quedar junto a la camilla antes de sonreír con ese gesto de falsa simpatía tan característico de ellos–. Mañana podremos bajarle la dosis de sedantes, señor Midoriya.

Ah.

Esperaba morir pronto. Hoy, si era posible. Un día más sin Shinsou era otra hoja más en el calendario.

No, hoy sería el día.

Hoy, un domingo por la tarde, partiría para encontrarse con el amor de su muerte.

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