El fin del mundo no tiene por qué llegar con una tercera guerra mundial, o un apocalipsis zombie, o con cualquier otra escena propia del cine. No, el fin del mundo, por lo menos para Will, llegó cuando, navegando en sus redes sociales, el joven se topó con la imagen de la chica a la que quería dejando reposar su cabeza en el hombro de otro hombre.
Él era consciente de que eso iba a pasar tarde o temprano, pues lo suyo nunca fue un amor correspondido; sin embargo, el golpe fue certero y profundo, pues la chica sonreía.
"¿Y cómo puede resultar doloroso ver a un supuesto ser querido sonriendo?" -Os estaréis preguntando? -"¿Es que había algo extraño en aquella sonrisa?"
Para cualquier persona no, excepto para Will. Aquel pobre desesperado llevaba años intentando sacar de los labios de aquella chica una sonrisa, o al menos unas palabras de afecto. Sin embargo, ante sus intentos ella prefería ladear la cabeza, o iniciar un tema de conversación con la primera persona que tuviese a la vista. Pero eso era preferible a que posase sus ojos sobre él, porque estos solo le transmitían repulsión, o desprecio, y le hacían sentirse como escoria.
Como aquel sábado por la mañana había llegado el fin del mundo, Will decidió que iba a ser muy triste ser el último hombre sobre la tierra, y tomó la lógica decisión de unirse a los muertos. Dos días estuvo Will encerrado en su ataúd hasta que alguien lo sacó de su letargo. Era su madre.
-!Pero vamos a ver, niñio! -Decía ella haciendo gala de su dialecto andalús -No te he criado pa que seas un marrano y un holgazán. Date una ducha y quitate esa peste de encima, que ya va siendo hora, y dejate de tanto werther, o como se llame el librito ese, que desde que empezaste a leerlo no sales de tu cuarto ni pa comer. Venga que mañana tienes clase.
Will obedeció a su madre, pero no porque ella se lo dijese, pues por aquel entonces al joven le era indiferente su autoridad en esa casa, sino porque tenía que estar preparado para lo que se proponía hacer el día siguiente. Sin embargo, no había excusa que le separase de su libro, y estuvo en vela releyendolo por segunda vez.
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Cuando Clara salió del instituto y se percató de que cierta persona indeseable no se hallaba presente entre su grupo de amigos, la chica pensó que iba a poder hacer el camino a su casa sin llevarse ningún disgusto. Sin embargo, no tardó en verlo caminando a una distancia prudente de ella y dirigiéndole miradas de reojo. Tenía las manos metidas en los bolsillos, y llevaba lo que parecía ser una gran mochila negra a la espalda.
Ella aceleró el paso dejando atrás a las personas que lo acompañaban, pero Will hizo lo mismo y se fue aproximando a ella hasta bloquearle el camino. Teniéndolo enfrente, pudo ver que, lo que de lejos le parecía una mochila, era en realidad la funda de una guitarra.
"Otra de sus estupideces no, Dios mío" -Pensaba ella. Pero en el fondo sabía que decir eso era como pedirle peras al olmo.
Así pues, tuvo que perder su valioso tiempo escuchando las súplicas de aquel desesperado. Tuvo que perderlo también escuchando una serenata, o mejor dicho un fallido intento de esta, pues era obvio que Will no tenía ni remota idea acerca de teoría musical y se había molestado en sacar ese instrumento de quién sabe donde para impresionarla. Y cómo no, tuvo que perderlo para responder una pregunta cuya respuesta resultaba obvia.
-¿Por qué a él y no a mí?
-Pues... porque tú no eres más que un perro de la calle. Sí, me has oído bien; cuando uno de esos animales se acerca a una persona esta solo puede sentir lástima, o asco, pero jamás cariño. Sin embargo, no soy una persona despreciable y por lo tanto no me gusta hacer daño a los perros callejeros. -Clara miró a Will a la cara, y él, al ver el sentimiento que transmitían sus ojos, entendió por qué decía eso -En verdad, no me gustaría hacerte sufrir, Will. Apártate.
Y Will se apartó para dejar a Clara marcharse. Él quería llorar, pero era demasiado orgulloso para hacerlo delante de las más de veinte personas que se habían parado allí atraídas por el expectáculo y que en aquel momento se desternillaban de risa y se daban palmadas en los muslos.
Ya tendría ocasión de llorar cuando llegase a casa. Eso era lo único que nadie podría quitarle.
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El castigo
Short StoryEscribo esta historia para mis amigos cercanos. Si no eres uno de ellos y por casualidad has llegado hasta aquí no pierdas el tiempo, en Wattpad hay muchas cosas mejores que esto.