6:58 de la mañana. Un día más, Katerine se levantaba temprano para ir a clase. Responsabilidades, deberes, exámenes, cafés a las cuatro de la mañana para evitar que se cierren los ojos, martirizarte la cabeza leyendo lo mismo una y otra vez. Así es, señores, la vida del estudiante.
Esa niña alta, rubia y de ojos marrones se dirigía al mismo sitio cada día que pasaba: La estación de tren, pues ya iba a la universidad. Caminaba con los auriculares puestos, ya que para Katerine la música en sus oídos era como el aire en los pulmones: necesaria para vivir. Respiraba y daba pasos al ritmo de Imagine, de John Lennon. Miraba fijamente los coches pasar, la gente corría hacia sus respectivos puestos de trabajo, intentando huir de la lluvia. Paraguas, la mayoría negros, que acompañaban el cielo, cuyo color era cada vez más oscuro y deprimente. Besos bajo la lluvia, besos con despedida y sin querer despedirse. Miradas que reflejaban sentimientos, sintiendo un gran placer en verlas. Todo se centraba en esa mañana triste de Setiembre, bajo las nubes de Amsterdam.
Pasó el ticket, y bajó las escaleras en dirección a la estación. Una vez allí, se sentó en el mismo sitio de siempre, pues la estación estaba prácticamente vacía y parecía más grande de lo que era. Unos minutos después, sin retraso alguno, llegó el tren. Se subió y se sentó al lado del cristal, al mismo tiempo que terminaba su canción favorita. Sonrió.
De repente, Katerine vió a alguien reflejado en el cristal, pero desconocía quién. Le extrañó, porque no solía haber gente cuando ella estaba, así que decidió mirar de quién se trataba. Giró la cara hacia el otro lado. Allí estaba, un chico que, como ella, miraba hacia la ventana. De golpe, Katerine vió como le miraba, sin censura, sin control, sin disimular. Se sentía intimidada, así que decidió girarle la cara y seguir con su música y pensamientos. Pero ese chico de pelos rizados le había llamado la atención, así que no pudo evitar volver a mirarlo. Seguía mirándole, tal cual lo había hecho la primera vez. No se había movido ni un pelo. Sin saber porqué, se levantó y fue hacia la puerta. Katerine dedució que le tocaba bajar del tren, que ya había llegado a su destino. Sin querer.. Bueno, sin querer evitarlo, miró como iba vestido, y al primer instante le encantó. Llevaba, a parte, una mochila colgando, y pudo llegar a la conclusión de que debía tener diecisiete al igual que ella, o quizás más; no creo que menos. La puerta se abrió, y antes de que ese chico desafortunadamente desconocido bajara, le volvió a mirar, le sonrió y de sus mejillas salieron dos pequeños agujeros que suelen ser una de las debilidades de las mujeres; “Y me incluyo” Pensó K. Acto después de que sonriera le guiñó un ojo, giró la cara y fue hacia donde tuviera que ir.
Se quedó pensando en él, no en lo que había visto, sino en lo que había sentido. Pero lo peor de todo no era eso, sino que Kate debía sentir eso por su actual novio, Peter. Pensamientos de rabia y nostalgia a la vez le invadieron, tenía miedo que el amor que sentía por Peter hubiera desvanecido hasta esconderse y no volver. Después de tantas palabras rondando por su mente, la puerta del tren volvió a abrirse: esta vez era su turno bajar. Decidió que lo mejor era olvidarse de ese chico, y de todo lo que conllevaba. “A la mierda. Peter es a quién quiero, y eso no ha sido nada.” Pensó Kate. Subió las escaleras y fue dirección a su aula, a la vez que en su mente había una sola frase “Calm down, calm down”. Intentando no pensar en ello, su dia pasó más rápido de lo que creía, pero también creyéndolo y sin quererlo, Katerine no pudo concentrarse precisamente en lo que el señor Morrison decía en clase.
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Hold me, idiot
Teen Fiction"Ese amor que no sabes a ciencia cierta qué significa, que no sabes ni dónde empieza ni dónde acaba. Te gusta verlo, encontrarte y hablar con él, te cae bien y, cuando pasas un poco de tiempo sin verlo, lo echas de menos. En fin, ese amor que no pue...