UNA TRANSFORMACIÓN Y UN JUEGO INOCENTE

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Mi amada Kenia es tan hermosa...con su piel morena y su ondulado cabello, con su gran sonrisa y su nariz aguileña, con sus ojos cafés y sus tersas manos. Todo en su ser es extremadamente hermoso, pero la parte que más me atrajo siempre de ella fueron sus posaderas. Aunque lo diga con cierto morbo, cada vez que veía esas nalgas redondeadas y firmes, sin siquiera tener que ser voluptuosas, me transformaban en el más cursi de los poetas o en el más excitado de los cabríos.

Tan amable, esmerada y apasionada en lo que hacía; desde su trabajo en el consultorio, hasta la preparación de los más exquisitos manjares que un ser humano pudiera probar. Sin lugar a dudas una gran mujer y una maravillosa esposa, el gran amor de mi vida...

Le amé inmensamente, la amo y la seguiré amando infinitamente, más tiempo que hasta el final de los tiempos; aún después que mi mente sea raptada por el velo de la muerte, y mi cuerpo sea secuestrado por bacterias y microorganismos que degustarán con el festín de mi carne en putrefacción, dejando mi osamenta en la eternidad de un féretro abandonado.

Sinceramente llegar a tener una relación con aquel espléndido ángel fue difícil, describirme como era cuando la conocí en octavo año es muy complicado y frustrante. No era más que un niño gordo que comenzaba a entrar en la pubertad, la cual era evidente en mi rostro lleno de acné, de una fuerza física inexistente al igual que la vida social que en ese entonces tenía, por no decirlo de otra manera era un completo perdedor. Pero aun así, creo que fue gracias a la química que hubo entre nosotros o por todas las experiencias que vivimos juntos que logró atraerla hacia mí a tal punto de terminar siendo mi enamorada y luego de varios años mi esposa. Ahora no es más que cenizas que reposan dentro de una urna que se encuentra sobre la repisa. Se fue de este mundo a esperarme en el Edén, o al menos eso espero, realmente no estoy muy seguro, me podría equivocar...

La conocí entrando al colegio en primer curso, habríamos sido compañeros durante un año, y ni siquiera había tenido el valor suficiente para dirigirle la palabra. En cada ocasión que tuve de estar delante de ella, lo único que había hecho era tartamudear, obviamente mi amada con su infinita bondad nunca se burlaba, solamente me ignoraba.

Era una gran atleta, siempre llegaba en primer lugar cuando teníamos las pruebas físicas, incluso le ganaba a los hombres; todo lo contrario a mí, que terminaba siempre en último lugar y cruzaba la meta cuando ya todos se encontraban en las regaderas...

Entrar en la recamara donde dormimos juntos, observar las fotos pegadas en la pared de nuestras vacaciones en las que fuimos felices pensando que habíamos logrado combatir por fin a nuestros errores infantiles que resultaron mortales, me destroza el alma y me provocan unas ganas de destruirlo todo; pero por respeto a su memoria he de controlarme y me he de recostar. La cama es tan vacía sin ella, tan grande y tan vacía, que aunque me estire completamente a lo largo y a lo ancho, y me vire a un lado y al otro no puedo llegar a ocuparla por completo. Quizá si volviera a tener la contextura de cuando niño, ahora multiplicado por cinco o quizá por seis, si no me hubiera controlado...pero lo hice, bajé de peso, y no para impresionar con una nueva figura, sino para verme junto a Kenia en las mañanas de los miércoles, cuando nos hacían correr alrededor del perímetro de la institución, así podría pasar junto a mi amada, yendo a su velocidad, sin necesidad de hablar, acatando solamente una orden del maestro.

Fue entonces que decidí salir en las madrugadas a correr por las céntricas calles de la ciudad, antes que mi madre se despertara y antes que los transeúntes abarrotaran la acera. Salía a esa hora porque temía que se burlaran de mí con despóticas frases como: "Corre jamón", "vamos gordo, tú puedes" u otras. También cambié mis hábitos alimenticios, intentaba solamente ingerir comida ligera, porque pensaba que así no me sentiría pesado al momento de correr y de realizar las pruebas físicas del colegio. Pero no todo resultaba como imaginé que sería; varios ataques de asma provocaron que casi desertara en mi lucha. Un día hasta falté a clase porque perdí el aliento mientras corría en una de esas madrugadas; por descuido, ya que no me había dado cuenta que mi inhalador se encontraba vacío. No pude hacer nada cuando en pleno centro me dio el ataque, lo único que recuerdo fue que me apoyé en un pilar y me dejé llevar por la oscuridad de la inconsciencia.

LA OUIJA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora