CAPÍTULO 01

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La luz de esa mañana invernal, en pleno diciembre, formaba un resplandor hermoso en la piel clara e impoluta de la muchacha, que centrada en realizar bien su trabajo permanecía ajena a cualquier cosa que sucediera a su alrededor… O a casi todo.

Enfrascada en el rompecabezas de dilemas familiares le pareció escuchar de fondo el rumor de una voz familiar.

—Ale, déjalo ya.

Inclinada, siguió removiendo la tierra donde plantaría algunas semillas que, junto con algunos cuidados, ayudarían a sus plantas a sobrellevar esa época del año mucho mejor.

—¡Alejandra! —clamó más fuerte la voz—. ¿Es que no me escuchas?

Ale parpadeó, confundida, y miró a su izquierda, hacia la mujer que tenía a su lado y que le echaba una mano en esa tarea de jardinería. Idaira, su cuñada.

—Sí, Ida, sí que te escucho. Pero no sé a qué te refieres con «déjalo ya».

—Sabes que adoro esa parte obstinada que tienes. Es verdad que para muchos puedes en ocasiones resultar cansina, pero yo lo veo como una característica positiva de tu personalidad.

Se quitó los guantes de trabajo y resopló antes de seguir con su… ¿sermón?

Era difícil averiguarlo. Idaira era risueña, alocada y bastante sociable. Decir que todo aquello se trataba de una regañina era algo inviable, una especie de acertijo, y más cuando su rostro amable no mostraba más que afecto y preocupación.

Acercó al hombro de su cuñada una mano amiga y continuó:

—Cuando se te mete algo entre ceja y ceja eres muy insistente, pero en esta ocasión me gustaría que no fueras tan terca. Déjalo estar de una vez por todas, mi pequeña cabezota. —Le sonrió con ternura.

Alejandra no apartó la mirada de esos ojos marrón—verdosos, siempre tan fraternales.

Vale que esa mujer pudiera resultar en ocasiones, demasiadas, disparatada en su verborrea, pero conocía a la perfección el significado de palabras como amor, lealtad o la confianza. Y, sencillamente, hoy en día poseer todos estos valores era como una especie de prodigio, algo sobrenatural, y ella… Bueno, ella debía ser de otro planeta, porque aun sabiendo todo eso le gustaba, necesitaba creer, que Idaira no era la única en atesorar dichos valores.

—No puedo hacer eso. No puedo mirar hacia otro lado y fingir que no pasa nada.

—¡Sí que puedes! —la interrumpió su cuñada—. Cuéntame una cosa, ¿cuántos días llevas intentando que te den algún tipo de información sobre Celia en esa empresa de Londres? —Arqueó una ceja y su gesto indicaba que era imposible colarle alguna mentirijilla, por muy piadosa que fuese—. ¿Cuántos, Ale?

Para evitar tener que reconocer aquella verdad, interrumpió el contacto visual y volvió a su faena con las flores. Al menos así no tendría que enfrentarse al análisis al que la estaba sometiendo su cuñada, observando todas y cada una de sus reacciones.

—Eso no importa, Ida. Hasta el momento no he tenido suerte, ¿y qué? Ni siquiera puedo enfadarme con las personas que amablemente contestan mis llamadas porque solo cumplen órdenes y las normas de la empresa. Por lo visto, su jefe es totalmente inflexible y un ogro refunfuñón adicto al trabajo razonó ella, fatigada por los acontecimientos—. Estoy insistiendo para hablar directamente con él, pero es difícil. Parece ser un hombre bastante ocupado.

Pero claro que hablaría con ese señor. Más tarde o más temprano, pero lo haría. Si sus empleados no podían darle ningún tipo de información, entonces lo haría él.

CONECTADOS (Conectados #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora