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Si, Hiro Hamada era un genio. Había terminado la preparatoria e inventado varios artefactos. Ahora estaba estudiando en una importante universidad. Y tenía sólo catorce años. Muy a pesar de sus grandes logros, seguía siendo un niño.

Un niño que aún gustaba de ciertos juegos bobos. Así había terminado en su situación actual.

Su espalda estaba contra el piso. No podía moverse. El chico sentado a horcajadas sobre su cadera se lo impedía. Se llamaba Miguel y era sólo dos años menor que Hiro. Habían estado jugando a las luchitas. Al parecer, el asiático-americano había perdido.

O tal vez no. Aún le quedaba una jugada.

Puso sus manos casualmente sobre las rodillas del chico. Miguel no pareció darle importancia a ese pequeño contacto físico. Estaba más concentrado en su victoria. Hiro aprovechó este estado y clavó la mirada en los ojos almendrados de su amigo.

Con el pasar de los segundos, el mexicano notó la penetrante mirada de su amigo. Le contemplaba como si fuese el guardián de todos los secretos del universo. Los ojos de Hiro empezaban a ponerlo nervioso.

- ¿Qué me ves? ¿Te gusto o qué?-intentó bromear el músico.

Cómo si no fuera la gran cosa, Hiro le guiño un ojo y sonrió un poquito.

Miguel parecía un jitomate. El otro chico le provocaba sensaciones raras. Más aún cuando tenía con él gestos como ese. Hiro comenzó a carcajearse ante la reacción del menor. Molestarlo resultaba tan fácil...

Estaba muy avergonzado. Era difícil soportar la mirada de Hiro en ese momento. Optó por agacharse. Escondió la cara entre el hombro y el cuello de su amigo. El asiático americano lo abrazó un poco fuerte, como queriendo disculparse por su pequeña broma.

—Chino pendejo. —Murmuró Miguel.

—Así me quieres.

Hiro fingió no notar el escalofrío que recorrió el pequeño cuerpo pegado al suyo.

Higuel DrabblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora