Capítulo LX

95 9 4
                                    

Charly no tardó mucho en traer una silla para mí, dijo que era la de su hermana, y que no había problema, aunque yo sabía bien claro qué si lo había, pero no era nada grave, al menos no para mí.

Él puso música en su bocina, pues su celular seguía conectado, solo que se había parado al termino de la canción, esa canción...

La música clásica no era mi favorita, pero tampoco me disgustaba, estaba perfecta para una tarde llena de tareas, con el ventanal abierto de par en par, y también la puerta, qué nunca más volvería a ser cerrada mientras yo estuviera ahí dentro con ojos lindos, a solas.

Los apuntes no captaban al 100% nuestra atención, pues los labios del otro, sus manos, su cuello... Nos llevaban a otra dimensión en otra galaxia. Dónde el fuego estaba presente en cada minuto del día, y los que entraban ahí muy difícilmente salían bien librados.
Pero Charly y yo cortamos de una buena vez esos sentimientos, y dejamos todo lo que había pasado justo detrás de nosotros hacia solo unos momentos, en aquella cama con las almohadas más suaves dn las  que había apoyado mi  cabeza. La tentación se había acabado.
Ahora, solo teníamos ojos para el trabajo de historia y álgebra. Las tareas eran duras, y ya no podíamos dejarlas a un lado, pues esos apuntes si que eran preciados, pues contaban en la calificación final. No se podían dejar a la deriva y hacerlas sin atención.

Nos enfocamos en eso, solo en eso.
Salimos del universo sin quemarnos por completo.

El anochecer fue llegando, y con ello el final de las tareas que teníamos pendientes. Éramos libres.

Bajamos a la cocina y preparamos un poco de palomitas, mientras Charly servía refresco en dos vasos.

Fuimos hasta la sala, pues ahí estaba la pantalla que se podía conectar al internet para poner la película.
Y aunque Ángela y sus amigas seguían en el patio, no nos importaba mucho, pues no haríamos nada malo en la sala, y tampoco nos interrumpían sus carcajadas y música, solo llevaba un leve rumor hasta ese lugar.

Charly dejó los dos vasos en la mesa de centro, y corrió para quitarme de las manos la gran charola que habíamos preparado de palomitas,  como si pesará mucho.
Las puso junto a los dos vasos, uno más vacío que otro.

Él no me dejó sentar en el sillón, me jaló hacia adelante del brazo, mientras que con una mano manipulaba el control remoto, buscando música en lugar de una película. Lo noté.
Traía algo entre manos.

Él subió el volumen de la televisión, aún sin haber puesto nada.
Me tomo de la mano, y puso una lista de reproducción.
Música lenta, de esa que te invitaba a bailar con una persona con los corazones conectados y los pies sincronizados, haciendo que todo se volviera un paraíso.
Esos bailes que nunca olvidas, se quedan grabados en tu mente como si estuvieran hechos de pegamento. De esos que nunca olvidas... O al menos, eso había visto en las películas.

--¿Qué haces Charly?--me atreví a preguntar.
--Voy a bailar con la mujer más linda del universo entero.

Me sonroje.
Con todo lo que había pasado ese día, ya no tenía ni idea de lo que hacia, no sabía cómo coquetear con Charly, simplemente me quedaba en silencio, analizando las cosas,  y mirándolo fijamente.

Charly me atrajo hasta él, puso una mano en mi cintura, y con la otra recogió mis manos sueltas, y me hizo estar lista para bailar, con una mano en su hombro, y la otra con sus dedos entrelazados en los míos.
Había soñado miles de veces esa escena, pero no me imaginaba que las cosas irían de se modo, ni que sintiera había logrado imaginar todo lo que estaba sintiendo, o algo que se le acercará.

Comenzamos a movernos al ritmo de la música, de un lado a otro, sintiendo cada partitura de la melodía; qué bien la letra no era romántica, pero te envolvía en un ambiente en el que no importaba lo que decía ese cantante, si no lo que sintieras con la persona que bailabas. Y Charly me hacía sentir bien. Más que bien.
En sus brazos no había nadie que lastimara, me hacía sentir bien, feliz; no podía pedir nada mejor.
Cerré los ojos, y disfrute del momento. De aquel perfume de vainilla que impregnaba todos los poros de mi cuerpo, de aquel latido inconstante que sentía en mi pecho, aquella respiración entrecortada que se escondía en mi cabello; aquellas manos inquietas que trataban de controlarse bajo mis caderas en movimiento. Aquel chico que me quería tanto, aquel chico que me protegía hasta la muerte, me comprendía, y me aceptaba tal y cómo era. Aquel chico que quería con toda mi alma.
Aquel chico, que era mi pareja.

¿Y si te digo que me enamoré de ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora