Aquel Día

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-¿Dejarás de fumar algún día, Tom? -preguntó Víctor.

-Quizá ya muerto, Dios no me lo permita -respondió.

-Caso perdido... aunque a tu sabiduría aún se le puede sacar provecho, ¿no?

-Depende, joven Vic -respondió llevando el Astor a la boca, y soltando una nube azul-grisácea.

Tom fumaba desde los 17 años; Astor era su preferido, pero Chesterfield y Malboro también le gustaba; sobre todo, aquellos días oscuros, donde los rayos y relámpagos eran los que iluminaban la noche que, para él, eran como reflejo de aquel día.

-¿De qué? - preguntó Vic.

-Pues, depende del grado de estupidez que tengas, si es elevada, mi sabiduría no hará ningún beneficio si quiera a una neurona tuya.

-Bueno debemos averiguarlo viejo gruñón -respondió Vic.

-¿Qué quieres saber de mí? Además de toda mi vida; eres como uno de esos espías, pero parece que es solo para averiguar mi vida -dijo Tom, iluminando la punta de su Astor. La habitación estaba oscura, solo se podía ver lo que la vela alumbraba en la pequeña mesa de madera al frente de ambos; estaban sentados en la sala del viejo Tom, en unos muebles de madera de roble bien tallados y con cojines gruesos.

-Tampoco soy Sherlock Holmes, anciano -respondió Vic.

-¿Leíste a Connan Doyle?

-No. No lo he leído.

-Por eso tu ilusa comparación. Bien, ¿qué quieres?

-Está bien -dijo Vic- iré directo al grano... Quiero saber, con lujos y detalles, que sucedió aquel día. Te conozco bien y sé que ese día cambió por completo tu vida, saltaste al otro lado del río, solo sé eso, solo sé que escapaste y que los guardias te perseguían pero que esa no era la razón por la cual cambiaste tu notable actitud de colaborador y buen hombre, eras como el alguacil o algo así, y con solo 17 años; eso es lo que más me llama la atención...

-Qué más da -interrumpió Tom; dejó el cigarrillo a la mitad en el cenicero y se frotó las manos; hacía un poco de frio así que sopló en medio de ellas, luego cruzó las piernas y colocó las manos en la rodilla entrelazando los dedos-, ya es hora de contarte; estoy muy viejo y como tú eres el Sherlock Holmes de esta epoca; a ti te interesará incluso más que a mí.

Vic no era en realidad un espía, era un escritor y quería ilustrar la vida de Tomas Artega como una biografía de un hombre campesino con un cambio drástico de la noche a la mañana en su actitud; antes era calmado, trabajador, pacato (casi) y poco de leer; pero luego de aquel día las cosas cambiaron.

Hasta ahora Vic tenía una extensa biografía ya escrita, una biografía interesante sobre un joven que creció con sus padres en una granja, se convirtió en un gran carpintero, a cuestión de su padre, y, a cuestión de la madre, en un gran tejedor y cocinero; pero a cuestión de ambos se convirtió en una gran persona. Sus padres no eran pobres, despachaban a la mayor parte de las empresas de Tachira, Trujillo y Mérida; eran adinerados pero humildes; esa fue la clave de la sabiduría de Tom, al menos eso dice el libro de Víctor, algo que siempre contradice Tom, puesto que algo cambió su forma de ver las cosas al igual que su actitud, se convirtió en un hombre frió y desanimado, se enfrascó en la lectura y en su trabajo: la carpintería. Hacía enormes esculturas de cualquier tipo de madera y las vendía, así se ganaba la vida, le encantaba (aunque su expresión siempre era la misma), lo disfrutaba por la forma en que sus ojos veían la madera mientras la tallaba.

Aquel DíaWhere stories live. Discover now