Capítulo 1

16.1K 265 57
                                    

Luna Azul

Tres clases hay de ignorancia: No saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse.

François de la Rochefoucauld

En la amistad y en el amor se es más feliz con la ignorancia que con el saber.

William Shakespeare

PRÓLOGO

Miré sus ojos, y lo que vi me dejó paralizada. Ya no eran azules como yo los conocía. Un tono gris perla, como acero fundido, se adueñaba de ellos aportándole una frialdad deslumbrante. Ahogué un grito tapándome la boca con ambas manos.

El pánico por lo que pudiera suceder no me impedía estar totalmente fascinada con lo que mis ojos estaban viendo en estos momentos. Era una visión sobrecogedora, surrealista para alguien como yo.

Para alguien tan humano.

Su cuerpo empezó a zozobrar, como un barco en una fuerte marea, mientras su rostro se descomponía por el dolor. Gotas de sudor resbalaban por su despejada frente. No tenía ni idea de qué provocaba semejante reacción en él.

Desvié mi mirada hacia su oponente, grande y de mirada aterradora, oscura como la misma muerte. Noté un atisbo de sonrisa perfilándose en su cara, se sentía vencedor de tan extraña batalla.

Volví a mirar a mi ángel. No soportaba verle así, sufriendo de aquella manera, desgarrado por el dolor. Quería ayudarle, pero ¿qué podía hacer si ni siquiera sabía que estaba pasando? ÚLTIMO CURSO

“El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños”.

Eleanor Roosevelt

El rugido de un motor me devolvió a la realidad.

Hoy era el primer día de clase, último curso por fin. Estaba preparándome en mi pequeña habitación, inmersa en mis pensamientos, cuando aquel sonido ensordecedor me sobresaltó. Corrí a la ventana de mi cuarto intentando vislumbrar quién había provocado semejante escándalo.

Una moto de gran cilindrada, de un rojo intenso como sangre fresca, había parado frente a mi casa. Miré con curiosidad al motorista. Tenía con un pie apoyado en el suelo, mientras con la mano sacaba algo del interior de su cazadora, un teléfono móvil. El motor de aquella máquina seguía gruñendo, mientras yo lo miraba embobada desde mi ventana. No sabía porque, pero no podía dejar de mirarlo. Vi como alzaba su rostro hacia arriba, como si percibiera mi mirada. Me escondí tras las cortinas de forma instintiva, sorprendiéndome a mí misma. ¿Qué estaba haciendo? ¿Desde cuándo me dedicaba a fisgar detrás de las cortinas como mi abuela? Me sentí inquieta, ansiosa, volví a asomarme tímidamente a través de los visillos, ¿Quién era él? No conocía a nadie con semejante moto por aquí y eso era raro, porque en un pueblecito como el mío nos conocíamos casi todos.

En Chemainus, los chicos de mi edad sueñan con tener una moto como esa, pero estaba segura de que ninguno era el dueño. Habíamos pasado por distintas etapas, de la infancia a la adolescencia, en el mismo colegio, dentro del mismo pueblo. Y sabía eso a ciencia cierta.

«Pareces idiota escondiéndote así» me dije a mi misma, reuniendo el valor necesario para volver a asomarme sin la protección de las cortinas.

No estaba. Se había ido. Experimenté una sensación desconocida para mí. Era como si algo más fuerte que yo, una fuerza sobrenatural, hubiera invadido mi cuerpo y mi mente por completo.

Respiré de forma agitada contra el cristal, empañándolo, haciendo borrosa mi visión del exterior. Intentaba inútilmente discernir la dirección en la que había desaparecido la potente moto y su misterioso conductor. No podía dejar de mirar por la ventana. Tan solo unas farolas borrosas, aún encendidas por la escasez de luz matutina, iluminaban mi escasa visión.

"Luna Azul" de Francine L. ZapaterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora