- Le agradesco porque haya venido.
El señor Eugenio Ruvalcaba caminaba por el salón con pasos apresurados. La sala de estar de su lujosa casa de campo era enorme. Sostenía una copa de vino. En un sillón, estaba sentada una jóven mujer, con pelo rojizo, con un peinado alto y un vestido azul.
- No tiene porque agradecerme.- le respondió la mujer.- Soy Julia Méndez. Ví en el periódico su anuncio que buscaba una institutriz, y vine aquí a verlo.
- Naturalmente. Verá, mi hija tiene anginas, por lo que el doctor le ha pedido que se quede aquí en lo que queda de su curso. Así que no he querido detener su educación. Silvia es una niña muy inteligente, solo necesita una pequeña ayuda.
- Bueno señor, espero que Silvia y yo nos podamos llevar bien. Suena a que es una niña encantadora. ¿Dónde esta?
- Esa es una pregunta que no le podría responder. Podría estar junto al lago, o en el bosque, o en el jardín...
- Lo entiendo. Creo que mejor voy a buscarla, para presentarnos. Permiso.
- Propio.
Julia salió de la enorme casa de campo, y caminó por el jardín. A lo lejos vio a una chica, probablemente de 17 o 18 años, con uniforme de mucama.
- Disculpe, ¿ha visto usted a Silvia?- preguntó Julia.
- Creo que la ví jugando en la pequeña choza. ¿Uste cuidará a la niña Silvia?
- Si. Dígame, ¿es buena niña?
- No quisiera ser indiscreta, pero es algo rara. Pero es una niña muy buena. Se encariñará con ella, ya vera.
Julia siguió caminando por el jardín hasta llegar al bosque. En el fondo, se podía ver una choza pequeña hecha de paja. Julia entró a la choza, que estaba terriblemente oscura. Tenía la extraña sensación de estar siendo vigilada. Vio en el suelo algo dibujado con sal, muy extraño. Y luego volteo a ver arriba, y dio un grito de horror cuando vio una cara. Fijandose bien, se recobró del susto.
Era Silvia.
