primer cuento

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"Escribe sobre tus miedos y exageralos."

Daya caminaba con pasos cortos por el pueblo tomado por la naturaleza. Las malezas crecían por las construcciones humanas, dejándolas en ruinas. Salían ramas a través de las ventanas y las puertas de madera eran sólo una pared para las plantas. De algunas chimeneas nacían grandes pinos, de otras, rápidos pájaros blancos que con alas amplias volaban hacia el norte.

Para la chica de pelo rizado era algo nuevo, ella vivía atrapada entre altos edificios y se ahogaba con el humo de la ciudad en constante movimiento.

Absorta en sus pensamientos, dio un paso al frente pero se detuvo al escuchar un crujido bajo sus pies.

En las hierbas donde se encontraba, había un esqueleto con el estómago destripado por las águilas. Las cuencas de sus ojos estaban vacías, ya que los aterradores cuervos los habían comido. De un momento a otro, todo lo verde se convirtió en blanco. La naturaleza había desaparecido de su vista.

Ante ella se encontraba un hermoso pueblo donde las buenas vibras dominaban. Las humildes casas eran de colores pasteles y en las paredes frontales habían pequeñas huellas de niños. Daya encontró esa imagen raramente familiar.

Algo le decía que tenía que salir de allí, lo sabía. Su cerebro le advertía que enfrente a ella se encontraba el absoluto peligro, pero su corazón estaba bailando en su pecho.

Caminó lentamente por la calle de piedra y admiró la primera casa; era de un hermoso verde claro con un jardín lleno de amapolas y margaritas. La rizada sonrió: las segundas eran sus flores favoritas. Fijó su atención en las huellas de las paredes: una mano pequeña y dos grandes. Padre, madre e hijo. La típica familia, pensó con sorna.

Poco le importó si estaba invadiendo propiedad privada. Caminó por el jardín con cuidado de no pisar las flores y empujó con suavidad la puerta. Milagrosamente, estaba abierta.

La casa era sencilla: un comedor con una mesa circular y tres sillas, a la izquierda la cocina con lo necesario y un pasillo, que supuso llevaba dos cuartos.

No divagó mucho en la primera parte del hogar y se dirigió los cuartos. Abrió una puerta al azar y se encontró con una cama matrimonial y algunos muebles. De las pulcras paredes colgaban cuadros de personas y diplomas de piano. Se acercó a un mueble marrón y abrió la puerta: había un montón de ropa perfectamente ordenada por colores. No le dio mucha importancia y cerró con suavidad el ropero.

Buscó con la mirada algo interesante. Al divisar un álbum de fotos en el piso, se agachó a recogerlo. 

Se había equivocado. No era una familia típica: era un viejo matrimonio con una pequeña niña.

En todas las fotos, los únicos protagonistas eran los casados y la pequeña. En la primera fotografía, Daya pudo apreciar a una señora de quizá 50 años, con unos hermosos ojos marrones y cabello corto del mismo color. La mujer sonreía mientras agarraba con delicadeza la punta de su exagerado vestido. A su lado, un hombre de alta estatura tenía su brazo encima de los hombros de su dama, al mismo tiempo, la miraba fijamente. Sus ojos azules chispeaban al ver a la morena. Daya estaba tan sorprendida por el amor silencioso del hombre que no vio a la pequeña niña sonriente en el medio de los casados. La infante tenía una gigante sonrisa en la cara y sus ojos verdes brillaban de alegría. Parecía un ángel: sin una pizca de maldad, su piel era cremosa como la leche y sus rizos volaban al compás del viento. Pequeños  lunares adornaban su simétrica cara y a pesar de que era sólo una foto, podía notar la inocencia angelical de la pequeña.

Daya sonrió con lágrimas en los ojos y pasó la página, viendo más fotografías. A veces, había imágenes sólo de la niña jugando con un conejo, y otras, sentada en una mesa sonriéndole con amor puro a la cámara, sin importarle los bigotes de leche o el pelo desordenado. 

Cuando terminó el álbum de fotos, se dio cuenta de dos cosas: la primera era que los casados siempre estaban juntos. Sus almas estaban conectadas y aunque no hubiera contacto físico, sus ojos siempre estaban juntos. Y la segunda deducción era que la pequeña tenía un collar de un insecto desde que era tan solo una bebé.

La adolescente soltó un sollozo y cerró el álbum, dejándolo donde estaba. Se secó las lágrimas y pensó un momento en su infancia: pocas cosas recordaba de ella. Le dio poca importancia, por más que intentara no era capaz de recordar nada. Se secó las lágrimas y salió de la habitación de los abuelos.

Entró en el cuarto de la niña, y al igual que con el pueblo, lo encontró familiar. Las paredes eran rosadas, y dedujo que ese color no era agradado por la pequeña, ya que en las partes bajas de la pared había rastros de pintura celeste. Se imaginó a la menor pintando con esfuerzo las paredes. Daya no supo por qué esa imagen se proyectó en su cabeza.

Habían dinosaurios y figuras de lego esparcidas por el piso. En la esquina del espacioso cuarto se encontraba una jaula de un conejo. Sonrió al recordar a Pim, su pequeño conejo gris.

Sin nada más que hacer, salió de la casa.

Lo que vio le oprimió el pecho: el pueblo ya no era blanco y ya no transmitía buenas sensaciones. Algo había cambiado.

La maleza había vuelto, pero se veía oscura, apagada, rara. Caminó, insegura de sus pasos. Llegó hasta un pequeño charco y se arrodilló en la calle mirando su reflejo. 

Su piel ya no era cremosa: estaba pálida. Los ojos alegres ya no brillaban, ahora sólo eran verdes. Verdes y opacos. Al contrario de su niñez, su pelo ya no era largo ni sedoso. Estaba corto y seco. No había rastro de su inocencia angelical. Su expresión era apagada, y tenía el rostro demacrado. Su alma, antes pura, ahora era sólo un reflejo de la oscuridad en su interior. Los suaves labios habían cambiado por unos resecos y constantemente en una mueca inexpresiva. 

Ahora, ya no parecía un ángel, ni era inocente. Ahora conocía la maldad.

Se miró unos segundos más antes de que un pitido agudo le perforara la cabeza. Cerró los ojos con calma, y por primera vez, no tuvo miedo de lo desconocido. Su alma pedía a gritos escapar de su cuerpo, y ella lo iba a permitir. 

Daya tomó su collar de libélula y dejó que la oscuridad la devorara para no soltarla más.

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⏰ Última actualización: Nov 10, 2018 ⏰

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