El frío se apoderó de mi cuerpo y mi vello se erizó. Nunca había estado tan nerviosa y asustada. Aunque el odio era mi principal sentimiento. No perdonaría nunca a quién le hizo esto a mi madre. Nunca. ¿Quién haría algo así? Solo escuchaba pasos de tacones que hacían retumbar el suelo y murmullos al fondo. Se acercó a mi una enfermera de piel morena y ojos color avellana.
-Ya puedes pasar, está bien. – Dijo con una pequeña sonrisa.
El techo de la habitación era de color blanco igual que sus paredes. Olía a jazmín y un curioso ramo de la floristería de Rose en la mesita de al lado llamó mi atención. Tenía una tarjeta.
«Mejórate pronto, Mel.»
¿Mel? Nadie llamaba así a mi madre, tan solo le decían Melissa. Un pensamiento me estremeció. Nadie excepto mi padre. Pero eso era... imposible. Él ya no vivía en Marway y menos aún tenía contacto con nosotras. No podía saber el accidente de mi madre, nadie se había enterado. Pero si es así... ¿quién envió las flores? Arranqué la tarjeta del ramo y la guardé en el bolsillo de mi chaqueta.
Hubo movimiento a mi lado.
-Que bien que viniste. – Murmuró mi madre.
-¿Recuerdas algo de lo que te pasó?
-Llegué de trabajar una hora antes de lo previsto y cuando entré a casa pasó todo muy rápido. No me acuerdo.
-Mamá... piensa.
-De acuerdo, pensaré. – Arrugó la frente y frunció los labios pensativa. – Había un hombre o un chico, no lo distinguí. Yo entré y el me atacó dejándome incosciente.
-¿Cómo era físicamente?
-Era alto y el rostro no lo llegué a ver ya que iba encapuchado. Si hubiera sido de noche no habría sido capaz de distinguirlo en la oscuridad.
-¿Por qué? – Junté las cejas.
-Porque vestía entero de oscuro.
Me atraganté, en lo único que pensé fue en Axel.
-¿Qué pasa? ¿Crees que puedes saber quien ha sido?
-No. – Mentí. – Oye mamá, no te importará que me vaya ahora, ¿no? Tengo que hacer algo importante.
-Hum. No hay problema, pero llámame. El hospital es un sitio muy aburrido.
-Lo haré. Te quiero mamá.
-Y yo a ti.
Le di un beso en la frente y me marché.
El olor a flores inundaba mi alrededor. En el mostrador de la floristería una chica rubia se colocaba un mechón suelto de su coleta por detrás de la oreja. Me dirigí a ella con paso decidido y puse una postura que indicara autoridad.
-Tú debes de ser Rose.
-No, Rose es la dueña. –Le temblaba el labio. – Yo soy Shannon.
-Oh. Hola Shannon, ¿tú te encargas de los envíos de flores?
-Mmm... bueno... creo que sí.
-¿Crees que sí?
A este paso me llevaría todo el día en la floristería. De detrás de una puerta con el cartel de ''ENCARGADOS'', salió un chico alto rubio con ojos azules. ¿Rose sería también rubia?
-Te pido disculpas, Shannon siempre está nerviosa. ¿En qué te puedo ayudar?
Le planté la tarjeta tan fuerte en el mostrador, que la caja registradora vibró y Shannon se asustó.