CAPÍTULO I - Primera parte: Cuentas pendientes

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Cinco años después, vuelvo al lugar en donde todo comenzó. Sé que es demasiado tarde, que tendría que haber hecho las cosas de otra manera, sé que me equivoqué y no puedo regresar el tiempo atrás, pero tampoco puedo demorar lo inevitable...

Es hora de contar mi versión de la historia.

Hay miles de cosas que tengo que explicar y muchas disculpas por pedir. Sé que lastimé a las personas que más amo en el mundo, y ese es un cargo de conciencia con el que he convivido durante todos estos años.

Me había acostumbrado a vivir creyendo que este momento jamás iba a llegar. Pero ahora que estoy acá, ya no hay vuelta atrás...

Bajé del taxi y me quedé en la vereda, tildada, mirando para todos lados y tratando de descubrir el paso del tiempo en la fachada de la lujosa mansión Guerrico. Algunas cosas, claramente, habían cambiado. El frente estaba pintado de un color amarillo claro. En la entrada ya no estaban estacionados un jeep y una camioneta; tampoco una moto. En su lugar, dos autos deportivos, uno azul y otro negro ocultaban la puerta de entrada.

Un montón de sensaciones se agolpaban en mi pecho. Tenía ganas de huir en la dirección contraria por la que había venido, borrar a los Guerrico de mi vida para siempre, hacer de cuenta que nunca habían existido. Si hubiese sido por mí, probablemente, lo hubiera hecho; después de todo, eso es exactamente lo que pasó cuando me fui. Pero muchas cosas habían cambiado. Ya no era una cobarde; y, aunque me costara reconciliarme con la idea, nuestras vidas estarían conectadas para siempre.

Cerré los ojos y traté de no prestarle atención a la adrenalina que bombardeaba mi cuerpo. Respiré hondo y me recordé a mi misma la razón por la que había regresado a Argentina. Por mucho tiempo, me preocupé sólo por mis sentimientos; fui demasiado egoísta.

Hice una promesa y es hora de cumplirla.

Me acerqué lentamente al portón de entrada y toqué el timbre. El momento de la verdad había llegado. Todos los años de preparación mental para afrontar este instante no me bastaban.

A través del intercomunicador, una voz que había extrañado mucho, me sobresaltó.

-Mansión Guerrico ¿Con quién tengo el gusto?

-...

-¿Quién es?

¡La pucha! ¿Justo ahora me vengo a olvidar cómo se hablaba?

Lucre volvió a hablar, pero esta vez su tono había perdido todo rastro de simpatía.

-Mire... Si son de Intrusos o de algún otro programa de chimentos, desde ya les digo que el señor Guerrico no está. Sigue en Los Ángeles, de luna de miel, por tiempo indeterminado. Además, si estuviera, no les va a dar nota. ¿Cuántas veces...

De pronto, sentí que el mundo se me hacía chiquito, que todo se detenía y que la realidad, a la que tanto había esquivado, me acorralaba contra un precipicio. La visión se me volvió borrosa, me faltaba el aire, estaba abrumada.

Dejé que la voz de Lucre se diluyera en la distancia. Las piernas no me alcanzaban para alejarme lo suficientemente rápido de ahí. Caminé sin noción del tiempo ni del espacio. Me dejé llevar sin rumbo fijo.

Entonces todo lo que había escuchado sobre él por la tele era cierto. La fama. Las mujeres. Las peleas. Los escándalos. El casamiento del año. Más escándalos. Era demasiado. Mucho más que lo que mi angustiado corazón, que había tolerado un viaje de 11 horas, podía soportar.

Amarte en silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora