CAPÍTULO I - Tercera parte

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Eran las 19:20 y los días se hacían cada vez más largos. A través del ventanal de un lujoso y moderno departamento en las afueras de Los Ángeles se podía contemplar como el sol se iba perdiendo en el horizonte, entre medio de las montañas.

La calma del paisaje de afuera distaba mucho del rumor de tormenta que se percibía en el interior.

Los rayos de luz que se filtraban iban cambiando de tonalidad a medida que los segundos transcurrían. Primero, de blanco a ocre, luego a naranja, y así, hasta fundirse en un rojo intenso.

La música armoniosa de un piano rebotaba en las paredes y contra el vidrio del ventanal. Por momentos, la melodía parecía perderse, desaparecer, como si se estuviera apagando junto con el día.

El ojo de la tormenta estaba pasando y la tempestad se había desatado...

-Dante... -una voz rompió la tensa calma- ¡DANTE! ¿Estás escuchando lo que estoy diciendo?

-Sí, sí. Está bien.

-Yo no puedo creer lo tuyo... Además de cornuda, me haces pasar por idiota. ¿Está bien me decís? Dante, estuvimos hablando de esto durante meses, siempre me decís que tú representante te recomendó alejarte de Argentina por un tiempo ¿y ahora me decís que está bien? ¡No me estabas escuchando!

La música se detuvo abruptamente y estalló en un pesado dong. Dante se levantó de la silla en frente al piano y cruzó el living en dos pasos.

Se paró enfrente a su esposa y la miró con el mismo desprecio con el que la miraba desde que se habían casado. Ella observó con aprehensión como el rostro se le había transformado en una mueca de disgusto y como sus ojos, que a pesar de ser oscuros siempre tenían un brillo especial, ahora lucían vacíos y distantes. Como si la estuvieran mirando fijamente, consumiéndola, pero al mismo tiempo, estuvieran a miles de kilómetros de ahí.

Se había acostumbrado a sus arranques de furia, que no pasaban de un par de gritos y reproches, pero no podía negar que cada vez que él se enfurecía, ella sentía miedo y dolor. Era como si se hubiese casado con un completo desconocido, en lugar del chico dulce y tímido que recordaba de su adolescencia.

Dante acortó la poca distancia que los separaba, haciendo que sus frentes chocaran. No era un gesto de amor ni de cariño, sino de intimidación. Se aclaró la garganta y dijo:

-Zoé, me importa una mierda lo que querés hacer. Si tantas ganas tenés de volver a Argentina a participar en el bailando, hacelo. Y también me importa una mierda lo que diga mi representante. Sí vos vas, a mí no me queda otra que ir ¿O no? Me imagino que no vas a querer ensuciar esa imagen de esposa perfecta que te hiciste con los medios. ¿Qué alternativa me dejás?

Zoé rompió la mirada, tragó saliva y recobró la seguridad. Esta vez fue su rostro el que se transformó. Se separó de Dante dándole un pequeño empujón que lo desestabilizó por un momento.

-A mí no me vas a tratar como a una más de tus grupies o uno de tus matones. ¿Qué te pensás que sos? ¿El centro del universo? Tu fama, entre estas cuatro paredes, me importa un carajo. Me volvés a hacer una escena así y te juro, Dante Guerrico, que te hundo. Te destruyo la carrera. Y no vas a encontrar representante que te salve de esta.

-¿Me estás amenazando?

-¿A vos qué te parece? ¡Me harté! Me harté de ser la cornuda, de ser la estúpida, de ser la segunda. ¡Hace 4 años que soy la segunda! Y lo peor de todo es que estoy peleando por tu amor con un recuerdo. Soy menos que eso para vos... Y ya me cansé -añadió casi susurrando y al borde de las lágrimas.

Por culpa de tus escándalos, tengo que andar acomodando mi carrera según se te cante. Me fui del país por vos. Perdí la oportunidad de bailar en el Ballet de París porque ahí también te mandaste cagadas. Te seguí hasta acá para ver si el cambio de aire te hacía bien. Pero por lo visto me volví a equivocar. ¿Hasta cuándo vas a ser vos el que tome todas las decisiones, profesionales y sentimentales, en esta pareja? ¿Sabés qué? ¡Me voy! Vos hacé lo que quieras.

Dante estaba atónito ante el sermón que acababa de recibir. Le costaba aceptar el hecho de que su esposa tenía toda la razón del mundo. En su relación todo dependía de lo que él quería o sentía. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió avergonzado por su comportamiento. Por primera vez, se dio cuenta que lo que él le hacía a Zoé, era lo mismo que su hermano le había hecho a Simona y también a él.

Zoé estaba colorada hasta el cuello, las manos le temblaban y parecía como si hubiera corrido una maratón y hubiese llegado a la meta sin más oxígeno.

Ella lo miró una vez más, buscando una respuesta que nunca llegó. Se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta, pero antes de que pudiera alcanzar el picaporte, él la tomó del brazo, la miró apesadumbrado y le dijo:

-Dejá. Me voy yo.

Tomó sus llaves y salió cerrando la puerta estruendosamente.

Amarte en silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora