El principio

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Estás a punto de contarlo todo, pero te detiene el vértice de tus miedos. Y de frente, sin certeza de tus emociones, me altero ante mis ilusiones, porque quisiera llenarte los labios de palabras, mis palabras, y encenderte como me gusta ver arder la madera. Y que tu calor sólo me nutra a mí. 

Pero tienes miedo de vencer los cristales que frenan el viento. Detrás de ellos te eriges desnudo, como el cuerpo conocido que deseas proteger. .

Tu imagen me la regalaste en verbos, ¿no era esa tu intención? Enloquezco con la idea de morir contigo detrás de ese cristal. El que te detiene, el que me detiene, el que creas cuando la gente nos mira. Porque, ciertamente, en la oscuridad de los rostros puedo acercarme a ti. 

En silencio.

Tócame en tu silencio

¡Pero no me pidas que calle! 

No me pidas que sepa responder, no me pidas que aprenda a estar contigo.

No sé estar en ti. No sé recordar el camino de regreso.

Cuando alguien se va es inevitable estar perdido.

Es imposible recuperar el tiempo.

Y por eso escribo, porque pienso en el nivel de equivocación en el que me encuentro al haberte contestado el mensaje.

Y entonces me detengo para tragar tus intenciones. 

Veneno. 

Apenas pruebo el sabor de tus misterios y de inmediato las encamino por la garganta, siendo consciente del veneno que pueden contener; no porque tú las hayas arruinado, sino porque es una característica que se desvela en mí, como el fruto que está prohibido sólo para los extranjeros.

Y no sé si debo detenerte, no sé si nuestro camino entabla las mismas esperanzas, no sé si no dirigimos al mismo lugar, no sé si me llamas o si yo te llamo, o si ambos no llamamos y estamos perdiendo el tiempo. O si perdiste el rumbo y sólo buscas un poco de atención. O si pierdo el tiempo o él a mí.

Y sólo espero tu aire, anhelando que posea el perfume de la no muerte.

Mientras tanto, se acaba la vida. 

Estás a punto de contarlo todoWhere stories live. Discover now