Meses de tratamiento no habían tenido efecto alguno en mí; me encontraba a tal grado de dependencia que aunque mi mente quería sanarse, había algo, algo que me hacía sentir hambriento con locura, con desesperación por embriagarme. Ya ni sabía lo que tomaba, sólo tragaba y tragaba como agua el fuerte licor, ardiente, rompiéndome el estómago y todos los lugares que irrigaba en mi abatido cuerpo. Concurría todos los días a esa taberna, en las mañanas con calma, y en las noches con desenfreno. Me vendían sin tapujos, sólo les importaba vender el alcohol y nadie notaba el fatal estado en que me encontraba yo y los otros idiotas borrachos que nos sentábamos a beber a nuestros apenas veinticinco años.
Mi vida había perdido sentido en la monotonía diaria, día tras día revisando los sistemas, reemplazando las turbinas y arreglando los viejos fierros oxidados. Las máquinas aceitosas dejaban un pestífero olor en la habitación.
La radio del auto marcaba las 20:14 horas cuando ocurrió. Estaba mareado, manejaba bajo los efectos del potente licor. Los frenos sonaron férricamente, las botellas se resquebrajaron, y el licor se difuminó. El choque había sido fatal. Ese fue mi final; mi último adiós, al menos así lo había creído en ese momento.
Desperté sobre una camilla. Los médicos me rodeaban mientras el frío me desgarraba los huesos; el dolor de las jeringas se hacía intenso. Los narcóticos con el alcohol habían sido mala mezcla. Dos años en coma.
Mi muerte ya había sido declarada al departamento, pero habían decidido someterme a criogenia hasta que llegara la ayuda. Dos años después, los doctores habían logrado dar con la cura, y habían extraído toda la dosis de mi aturdido cadáver.
Salté frenéticamente, el corazón me latía a mil por segundo. Estaba en mi dormitorio, ¡otra vez!, a mis costados yacían las botellas del licor resquebrajadas en el piso. En el velador una orden médica, y el despertador marcando las 03:15 a.m.
Todos los días tenía las mismas pesadillas. Retornaba a ese incómodo momento del accidente y de mi reanimación en el departamento de criogenia. El pestilente olor del narcótico aún parecía seguir dentro de mí, trataba insistentemente de disolverlo con el agrio licor.
Me levanté somnoliento entre las penumbras de mi habitación. Sólo se sentía el molestoso sonido de la ventilación en algún lugar de los módulos de maquinaria. Llevábamos cerca de tres meses cuando había ocurrido. Luego de años de espera y de muchas generaciones habíamos logrado arribar al primer gigante gaseoso del sistema α-centauri. Íbamos siguiéndole la pista a la primera misión enviada veinte años antes.
Debía estar como el resto, celebrando; pero yo no quería seguir reviviendo el fatídico día de mi infortunio.
El gigantesco cuerpo era un planeta exageradamente grande; desde las ventanas centrales de comando sólo podíamos apreciar un pequeño trozo de su gaseosa atmósfera. Ahora circulábamos la extensa área, sembrada de los más de sesenta satélites que giraban en torno al titánico exoplaneta; muchos de ellos eran cuerpos muertos, trozos uniformes de roca girando lentamente en el silencioso espacio.
Los ánimos habían regresado a toda la tripulación, los civiles también parecían más alegres que de costumbre, y era que esto les daba algo de esperanza de salir de esta encerradora prisión espacial. Ése no era mi caso, yo no le encontraba sentido a la vida, a seguir viajando incansablemente durante siglos buscando otra preciada Tierra. ¿Qué era eso para mí?, ni siquiera mis abuelos la habían visto alguna vez, y odiábamos hasta cierto punto a los primeros que arribaron a esta gigantesca ciudad flotante decididos a buscar un nuevo comienzo.
Había estado teniendo esas extrañas pesadillas desde que llegó la conmoción de la entrada al sistema de α-centauri. Los médicos me recetaban pastillas para tratar de dormir, centenares de frascos de antidepresivos y relajantes musculares corrían por la sucia alfombra del piso. Necesitaba dormir, pero las doradas píldoras ya no hacían efecto; y hoy era el día esperado por todos, debía estar al cien por ciento trabajando en los sistemas para el despegue de la misión a las 08:30 de la mañana. Me lancé devuelta a la cama. Debía dormir.
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El Despertar
Science FictionKilian, un técnico de sistemas de 26 años, que ha perdido el sentido de vivir en el encierro espacial al interior de la segunda ciudad flotante enviada hasta el sistema α-Centauri; es enviado a establecer el contacto con la primera ciudad flotante e...