(Regina)
Me subí la cremallera del vestido negro de cara a la pared, sintiendo el aire frío en mi piel y el roce de la cremallera al subir. Me mordí el labio al apoyarme en la pared para colarme los tacones, escondiendo una pícara sonrisa solo de pensar en girarme y mirarla de reojo. Sabía que me estaba observando. Siempre me observaba, y cuidaba de mí. Me protegía las espaldas, y sabía exactamente lo que yo necesitaba en cada momento. Esperaba que me pidiera que me quedara con ella, pero sabía que no podía hacerlo. De todos modos, resultaba imposible deshacerme de esa sonrisa tonta que siempre que estaba con ella se dibujaba en mis labios.
-Ha sido una reunión muy productiva, señorita Swan...- Me retoqué el peinado de cara al espejo, fijándome fugazmente en el reflejo de la rubia en él. -Pero todavía queda mucho trabajo por hacer, así que nos veremos pronto...-
-Sus deseos son ordenes, señora alcaldesa.- Me miró y suspiró media sonrisa, interrumpida por una mueca. Echó la cabeza hacia atrás y suspiró al verme pasar por delante de la cama, hacia la puerta.
Me fui. Cerré la puerta y pegué mi espalda a ella. Miré al techo y cogí aire. Ese era el trato. Nada de despedidas, ni besos, ni reflexiones. No podía pedirme que me quedara, y yo no podía quedarme. Pero cada vez tenía más claro que ella quería que me quedara. Cada vez le costaba más dejarme ir. Cada vez costaba más simplemente sonreír y mirar a otra parte. ¿Cuándo volveríamos a vernos? ¿Hasta cuando tendríamos que fingir?
Salí de allí y pasé por casa antes de ir a trabajar, a cambiarme de ropa y a por unos papeles. Me repasé el pintalabios y me quedé mirando al espejo. Me sentía extraña. Era una extraña. Lo único que reconocía de mí era el pintalabios y la cicatriz.
Realmente estaba dispuesta a hacerlo, a arrastrarme y suplicar. Necesitaba aire, necesitaba agua, necesitaba el roce de su piel y su mirada fundiéndose con la mía; necesitaba que me rodeara con sus brazos y me hiciera sentir viva. La necesitaba a ella, a nadie más. Me arrastraría por su afecto, me arrastraría como un perro y perdería toda dignidad a cambio de ello. Le rogaría que aceptara mi vida y me hiciera suya, que nos convirtiéramos en una misma persona. Así no me sentiría tan sola al mirarme al espejo. Pero todo eso no eran más que tonterías. Ya era mayorcita para fantasear de ese modo, ambas lo éramos, por eso hacíamos lo que hacíamos, porque sabíamos que en el mundo real las cosas no salen como queremos. No hay que hacer un mundo de ello, no podemos ser completamente felices, la felicidad es un veneno que te puede matar si lo tomas en grandes cantidades. Hay que saber moderarse. No somos animales, somos personas. Pero merecemos amor, ¿no es así?
Entré al edificio con la mirada algo perdida, como siempre. La gente se apartaba siempre, no tenía por qué fijarme por donde iba. Solían decir que mi expresión los espantaba, que mi mirada se asemejaba a la de una psicópata. Temían interponerse en mi camino al verme entrar en una habitación o recorrer el pasillo. Tenía cara de pocos amigos. En realidad era mi expresión neutra. Indiferencia por el mundo exterior, el que tenía lugar fuera de mi cabeza. Si planeara matarlos, me bastaría con una sola mirada.
Dejé el bolso sobre la mesa y cerré la puerta. A veces me gustaba caminar, caminar y sentir que todo estaba en su sitio. Todo encajaba. Todo parecía ir bien. Me serví una copa. Era pronto para beber, pero necesitaba algo fuerte que me despertara y me quitara este sabor de la boca. Quedaba mucho que soportar hasta que acabara el día.
Revisaba mi correo, esperando encontrar algo, no sabía el qué. Las horas pasaban lentas, los minutos parecían interminables. Todo esto era inservible. Carecía de valor. Cualquier cosa que pudiera hacer aquí, sola, simplemente no era importante. Parecía un sueño, un sueño que se repetía en bucle una y otra vez. Estaba sonámbula, atrapada en un mundo fuera de mi control. Emma me hacía sentir que tenía el control, creaba la ilusión de estar preparada para cualquier cosa.