XCIII. Miedo

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–¡Hoy nos cuelgan! ¡Hoy nos cuelgan, te lo digo ya! –exclamó Dani, daba vueltas alrededor de la habitación temporal que las chicas les habían dado hasta que el dueño regresase del campo.

–¡Dani! ¿Quieres bajar la voz? –susurró Eva–. ¡Pueden estar escuchándonos ahora mismo!

Dani ignoró a su amiga y se giró hacía Eli.

–¿En qué pensabas, Eli? –le preguntó Dani a Eli, más calmada.

–¡Miente! ¡Y las demás también! –acusó Eli, señalando la puerta de la habitación–. ¿Estelle Jensen? ¿Shay Thompson? ¿Gwendolyn Henry? ¡Por favor! –Eli suspiró y se frotó la frente, caminó hacía la ventana que tenía la habitación y observó el bosque del cual habían salido–. Habré perdido mis poderes, Dani, pero el sexto sentido aún lo tengo intacto.

Dani asintió y no dijo nada más, se encargó en ojear la habitación. Era circular y bastante amplia, las paredes eran de madera simple y constaban de cuatro ventanas que iluminaban la habitación durante el día, al lado de la puerta había una mesa con una vela, en el centro de la habitación había una cama de dos plazas con unas sabanas blancas que las costureras de la tienda habrían hecho. Era simple, pero a ellas les valía quedarse ahí durante su estancia en Salem, no sabían si se lo podían permitir, porque habían llegado sin dinero alguno y solo traían comida, el grimorio y algunas armas.

Lidia y Heather se habían encargado de guardar las bolsas debajo de la cama, y Eli se aferraba a su bolsa, tenía que proteger lo que tenía en su interior con su vida. Cuando ella estuvo en Salem la vez que escapó no se atrevió a entrar al pueblo, porque estuvo pocos minutos, simplemente se escondió en el bosque y esperó a controlar su poder, Tituba, la bruja acusada el día anterior la había ayudado. Y le dolía que estuviese condenada a su destino. Pero ella no podía cambiar la historia. Ni si quiera ella entendía la función de este espejo y porque las transportaba años atrás en Salem.

Adele le hizo una pregunta a Dani a base de signos.

–No, Adele, no creo que sospechen de que somos brujas –contestó con amabilidad, Adele hizo un par de signos más–. No, Adele, se te teñimos el pelo de rubio vas a levantar más sospechas. Tu actúa normal y haz como si les escuchases.

–Adele, todo va a estar bien –le aseguró Sophia, aunque se lo decía más a ella misma que a su amiga–. Estamos bien.

–Solo tenemos que relajarnos, desde que hemos llegado aquí estamos muy estresadas e irritables –dijo Melody, esta última parte la dijo mirando a Dani–. Lo que tenemos que hacer es liberar las cargas.

Melody siguió hablando, pero el sonido de su voz fue desapareciendo según Dani se acercaba a Eli, que seguía mirando por la ventana, distraída.

–Eli, siento haberte gritado –dijo Dani, sincerándose–. Es solo que siento algo muy extraño. Mi mente esta hecha un lío, me duele la tripa y hay algo que se mueve como loca dentro de ella. Me tiemblan las manos y se me eriza la piel. No se lo que es, pero no me gusta.

Eli soltó una carcajada.

–Dani, tienes miedo –contestó–. Es normal, no te preocupes. El miedo es común, todos los humanos lo sienten, es lo que les mantiene alertas.

–Pero yo nunca tengo miedo.

Eli abrazó a su amiga.

–Bueno, ahora si –Eli frotó uno de sus brazos–. Todo va a estar bien, ya verás.

Dani suspiró y asintió, las dos chicas se giraron en cuanto escucharon que alguien tocaba la puerta, Lidia se acercó a abrirla. Shay Thompson, la niña pelirroja asomo su cara.

–El dueño ha dicho que podéis quedaros esta noche y mañana ya hablará con vosotras para negociar más –avisó.

–Gracias –respondió Lidia.

–También dice que estáis invitadas a la cena –siguió diciendo la chica, estaba bastante inquieta y miraba a las nueve chicas con admiración y una sonrisa.

–Oye, niña, ¿quieres algo más? –preguntó Lidia, mirando a la niña desde su altura con las cejas fruncidas.

–¿De donde venís?

–Samlesbury.

–¿De verdad?

–De verdad de la buena –Lidia empezaba a impacientarse y Deborah lo había notado, por la forma con la que miraba a la niña y como sus uñas empezaban a clavarse en la madera.

–Disculpa, Shay, estamos bastante cansadas –le dijo Deborah a la pequeña, con dulzura–. Se hace tarde y queremos descansar un rato.

Shay asintió apenada y cerró la puerta, dejándolas descansar de ella.

–Gracias a dios, Deborah. Pensaba que tenía que cerrarle la puerta en las narices –le agradeció Lidia.

–Haberlo hecho, a lo mejor se la arreglabas –comentó Dani.

Shay era una niña bastante delgada y baja, tenía pecas por toda la cara y una nariz torcida como las caricaturas de las brujas. La nariz estaba decorada por millones de pecas que la pintaban desde la frente hasta los brazos y seguramente hasta las piernas.

–¡Dani! –le reprendió Deborah–. No seas mala.

La rubia puso los ojos en blanco, volvieron a llamar a la puerta y Lidia imitó la acción de antes y la volvió a abrir con mucha tranquilidad. Esta vez se encontraron con Gwendolyn Henry, la chica del algodón, salvó que esta vez traía sabanas y unas cuantas almohadas, les sonrió cálidamente y pasó a la habitación.

–Vengo a avisaros de que podéis quedaros en más habitaciones a parte de esta –anunció, aún con su sonrisa–. Está solo tiene una cama, por lo que solo podréis caber dos...

Eva se extrañó cuando Gwendolyn dijo eso, aunque las demás no parecieron inmutarse. Se extrañó porque en esa época eran bastante conservadores y casi nadie aceptaba que dos mujeres o dos hombres durmiesen en la misma cama si no eran familia. Y ellas no habían especificado que lo fuesen.

–Em, claro. ¿Cuantas habitaciones ofrecéis? –preguntó Eva.

–Tenemos tres más a vuestra disposición.

–No hará falta –interrumpió Heather–. Podemos poner algunas sabanas en el suelo y dormir ahí. Ya lo hemos hecho antes.

Gwendolyn asintió, poco convencida, se dirigió a la cama y dejó lo que traía en las manos encima de las sabanas, seguidamente se fue de la habitación, no sin antes dedicarlas una sonrisa. Lidia cerró la puerta.

–¿Tu también te has dado cuenta? –le susurró Eva.

–Si, Eva, esto no me gusta. Estas tías me dan miedo. No conocemos al dueño y siento como si me estuviesen espiando.

–A mi tampoco me gusta, Heather, pero tenemos que aguantarnos.

El secreto de las brujas de Salem | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora