*Sidney P.O.V.*
—¡Fuego! —Gritó Berlín y todos comenzamos a disparar con las metralletas.
El plan Valencia consistía en hacer a los rehenes gritar, mientras nosotros disparabamos a unos rollos de papel inútiles para hacer creer a la policía que habíamos matado a los rehenes. Todo iba a la perfección, como el profesor había ordenado, ahora teníamos que preparar las pruebas de vida, y las teníamos que manipular para que la policía se desconcentrase de tal manera que perdiesen más tiempo. Y por tanto ganasemos más dinero.
—Van a entrar. —Dijo Berlín. —El profesor acaba de llamarme y la inspectora va a entrar para ver a cada uno de los rehenes.
—Está bien —Dijo Moscú. —Vamos a preparar todo.
—Dejad al corderito para el final.
Quince minutos más tarde las puertas de la fábrica se abrieron. Todos a los que nos habían descubierto la identidad estábamos apuntando a la inspectora mientras que el resto estaba vigilando por cada rincón.
—Levante las manos. —Le ordenó Berlín. —Procede. —Era mi turno, ahora yo tenía que cachearla.
—Las piernas.
—¿Dónde está el profesor? —preguntó Raquel mirando a cada enmascarado.
—Me pide que le disculpe, pero por razones de discreción no puede estar presente. Piense que su cara no está en todas las portadas, no como las nuestras. —Le contestó Berlín.
—No lleva armas. —Dije cuando terminé de cachearla.
—Río. Te toca. Haz los honores. —Río pasó un detector de radiofrecuencias para evitar que metiese un micro, y al pasar por su parte íntima, comenzó a pitar. —Raquel… Se dice que la policía no es tonta, pero a veces lo parece. ¿De verdad creía que podía colarnos un micro?
—¿Y de verdad usted creía que mi gente no iba a velar por mi seguridad? —Dijo sin ningún titubeo la inspectora.
—Sidney, vuelve a cachearla, pero esta vez con ese entusiasmo que tu tienes.
Me acerqué a ella, lentamente la desabroché el cinturón y bajé la cremallera, para que su incomodidad fuese duradera, aunque ella no dejó ni un minuto de estar firme. Saqué el micro y reí. Lo que mas curiosidad es que tenía algo escrito.
—Rubi. —Dije en bajo leyendo lo que tenía escrito. Después se lo di a Berlín que trató de hacer una gracia por lo del micro.
—Cairo destruye esto. —Le dió el micro.
En ese momento Cairo se quedó paralizado. Rubi, así le llamaba su madre cuando era niño, cuando se pasaba las tardes de verano corriendo. Decía que iba a ser campeón olímpico, pero cambió el deporte por las consolas. Y los planes al aire libre por los riesgos de acabar en un penal.
—Me ha dicho Berlín que ha pedido un café, se lo traigo descafeinado, no vaya a ser que no pegue ojo. —Tokio se lo dió. De momento estabamos ella y yo solas en el vestíbulo con la inspectora esperando a Berlín.
—Gracias.
—No está envenenado. —La dije y Tokio y yo comenzamos a reir. —Cincuenta horas de secuestro y ya pedís pruebas de vida ¿Tan malos nos veis?
—Ha sido por los disparos. A mi me lo ordenan. —De repente apareció Berlín. —¿Comenzamos?
—Si, ir a por los rehenes.
—¿Los traereis de uno en uno?
—Si. —Dije yo sin mirarla. —Para que no se confunda al llevar la cuenta.
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La Casa de Papel || Sidney
ActionA C A B A D A. El mayor atraco de la historia en el que hay que cumplir tan solo tres normas; nada de nombres, nada de preguntas personales y nada de relaciones personales. Aunque todo el mundo sabe que las normas están para romperse, ¿o no es así? ...