Si estás leyendo esto es que has abierto el sobre. Estas palabras que ahora mismo estás leyendo aparentemente sin saber de que tratan pertenecieron, junto a las hojas que has sacado del sobre, a un diario con la contraportada de color rojo sangre. Mi diario. Arranqué las últimas hojas de mi diario y escribí en ellas el texto que ahora mismo estás leyendo para advertir a quien encontrase el sobre y que no le pasase lo que me sucedió a mí. Si te lo preguntas, sí, solo queda esto de mi diario, lo demás lo quemé. Pero, ¿por qué no quemé todo el diario? Simplemente porque no se puede, lo explicaré más detalladamente.
El día de mi decimoctavo cumpleaños volvía de la universidad deseando celebrarlo con mis padres y mi hermano pequeño. Siempre que era mi cumple me hacía dibujos en una cartulina o en un folio, garabatos típicos del niño pequeño que era, pues tan solo tenía seis años, pero me hacían sonreír y me alegraban el día cuando los veía en las paredes de mi habitación. Solía dibujarme a mí junto a él en un parque, de la mano y bajo un cielo despejado y azul claro. En el césped, verde, crecían flores rojas y rosas que, comparados con nuestra altura, debían medir casi un metro de lo grandes que eran en el dibujo. Ese día, mientras andaba hacia casa oí una voz susurrante cuando atravesaba el parque que hay en frente de mi casa. Eran algo más de las siete de la tarde y no había nadie en el parque, pero la voz sonaba justo detrás de mí. Me di la vuelta rápidamente y, como supuse, no había nadie. Volví a oír la voz nada más seguir avanzando, pero esta vez provenía de mi derecha. Miré una vez más hacia donde venía la voz y a lo lejos llegué a vislumbrar lo que yo creía que era un pequeño libro rojo. Me acerqué a aquel libro y lo recogí. No había nadie en el parque, ese libro se le había tenido que caer a alguien antes de que yo llegase, pero lo que me intrigaba no era el libro, sino la voz que me había llevado hasta él. Me lo metí en la mochila con el fin de inspeccionarlo en casa antes de irme a dormir y seguí mi camino hacia mi hogar.
Cuando llegué a mi casa no había nadie, miré el reloj de la cocina, eran más de las siete de la tarde, ¿Cómo no iba a haber nadie en casa? Subí las escaleras hasta mi habitación y cerré la puerta, tras hacer esto último saqué el libro de mi mochila y lo abrí por la primera página. «Todo lo que se desee o se diga en alta voz poseyendo este diario se hará real». Automáticamente pensé que eso no podía ser verdad, sin duda había sido escrito por alguien para gastar una broma o algo parecido, pero recordé la voz que había oído y decidí probar si lo que decía en ese diario era cierto o no. Lo cogí entre mis manos, abierto por la primera página, y dije en voz alta: «deseo saber qué hacen mis padres». A los pocos segundos me vino en la mente una imagen de mis padres, con mi hermano, comprando una tarta de chocolate blanco en la pastelería que había al lado del colegio de mi hermano. «Imposible -me dije- tengo que probarlo de nuevo» Volví a decir algo en voz alta y mi móvil emitió un sonido, lo miré y tal como había dicho mi madre me había mandado un mensaje para saber dónde estaba. Yo le respondí diciendo que estaba en casa y dejé el móvil para centrarme en el diario. Pasé una página y en esa hoja estaba escrita una frase: «deseo saber qué hacen mis padres». ¿Es que los deseos se quedan escritos en este diario? Miré la segunda página y, efectivamente, ahí estaba escrito mi segundo deseo, sin embargo no vi nada malo, había treinta páginas, treinta deseos que tenía que usar bien, y después de eso suponía que se me acabarían los deseos y ya no podría pedir más cosas sabiendo que se cumplirían.
Sin duda ese era el mejor regalo que podía haber tenido por mi cumple. A la media hora de escribir mi segundo deseo mi familia llegó a casa, mi hermano me regaló un dibujo de nosotros dos jugando al fútbol en el que la portería era del tamaño de un árbol, realmente me encantaban estos dibujos.
Todo iba fenomenal. Admito que use un par de deseos para aprobar algunos exámenes, algo normal cuando tienes un diario mágico de los deseos y muchos trabajos en la universidad. Iba por mi decimo octavo deseo, una semana después, cuando al volver a casa tras regresar de comprar en el supermercado me encontré la peor escena que me podría haber imaginado nunca. Mi pequeño hermano yacía en el suelo, con el pecho y el cuello apuñalado y alrededor suya, un charco de sangre. Tenía los ojos y la boca abiertos en una mueca de terror. Yo caí de rodillas. ¿Qué había pasado? ¿Por qué había sido apuñalado un niño que nunca hacía daño a nadie? Corrí hacia el salón gritando desesperadamente, pidiendo ayuda a mi madre, a mi padre o a quien estuviera. La televisión estaba encendida, pero cuando abrí la puerta solo encontré a mi madre ahorcada del ventilador que había en el techo con una cuerda. Tenía lágrimas en las mejillas, acababa de pasar hace unos minutos. Subí corriendo las escaleras hasta mi habitación. No creía que nada de eso fuese real, o más bien, deseaba pensar que no lo era. No podía respirar, sollozaba como un niño pequeño al que su madre le había azotado en el culo. Abrí el diario y encontré una frase en la decimo novena página, la cual leí con lágrimas en los ojos: «nunca me haces caso, a veces desearía poder matarte, lo juro»
Empecé a llorar de nuevo. Había dejado el diario abierto, yo había matado a mi hermano, nunca me lo podría perdonar, y nunca lo he hecho. Mi vigésimo deseo fue saber lo que había ocurrido mientras había estado hace diez minutos. Enseguida vi a mi madre coger a mi hermano por el cuello de la camisa, llevarle hasta la cocina y abofetearle para dejarle en el suelo antes de apuñalarle más de quince veces mientras se reía como una puta psicópata. Vi a mi madre recobrar la razón y ponerse a gritar y llorar mientras abrazaba el cuerpo sin vida de su hijo. Y por último, la vi suicidándose ahorcándose con una cuerda en el ventilador de nuestro salón.
Tiré el diario contra la pared con lágrimas en los ojos. Odiaba el día en el que encontré este cuaderno, odiaba a mi madre por dejarse poseer por él y decir esa estúpida frase, odiaba al creador de ese diario y sí, sobretodo me odiaba a mí; odiaba y todavía odio por encima de todo mi existencia. Cuando me agache para recoger el diario vi que se había abierto por una página con una palabra escrita en mayúsculas: «REGLAS». Había cinco reglas escritas en esa última hoja, y me enteraba ahora. Con la esperanza de poder enmendar mi error, me dispuse a leerlas. «Primera regla -leí- los deseos no se podrán cambiar una vez concedidos. Segunda regla, si el cuaderno entero es destruido, su poseedor morirá incluso si este es inmortal. Tercera regla, la persona que ha pedido el primer deseo será su poseedor. Cuarta regla, la última página no puede ser tampoco destruida de ninguna manera ni podrá ser escrita por manos humanas, si esto pasase el poseedor del diario morirá incluso si este es inmortal. Quinta regla, cuando todas las páginas estén llenas, el poseedor del diario morirá incluso si este es inmortal».Me asusté, esto iba a peor, no podía ser cierto, pero en el fondo sabía que todo lo que había en ese diario era verdad, yo mismo había sido testigo de su poder y de cómo veinte de mis deseos se habían cumplido, así que tomé la mejor decisión que pude. Usé seis deseos para: hacer desaparecer los cuerpos y la sangre de mi madre y mi hermano, lograr que mi padre nunca se acordara de nosotros tres y pudiera empezar su vida de cero sin saber que tenía familia y saber que su hijo y su esposa murieron, lograr que nadie se acordara de nosotros tres tampoco y así hacer como si nunca hubiéramos existido, hacer aparecer dinero suficiente para subsistir yo solo y así poder fugarme, borrar mi nombre así como el de mi madre y mi hermano de todos los documentos del mundo, y que todo lo que tuviera ADN mío, de mi madre o de mi hermano desapareciera sin dejar rastro, inclusive los dibujos que empapelaban mi habitación.
Después de desaparecer, quemé el diario para ocultar los deseos que pedí, excepto las cuatro últimas páginas. En las tres primeras hice escribir esta advertencia que estás leyendo ahora mismo, este diario no puede ser escrito por manos humanas, así que lo hice escribir con letra Times New Roman 12 por un ordenador; y la última la adjunté a estas tres, puesto que si la llevo conmigo podría pedir el último deseo y perecer, y no quisiera morir hasta poder redimirme de todos mis pecados. Por eso se la encargaré a la persona que encontró este sobre, con la petición de que no pida ningún deseo para que mi vida no tenga fin. Sé que es bastante egoísta por mi parte, sé que merezco la muerte, pero me gustaría morir de forma natural para poder vivir todo el tiempo que pueda y pedir perdón a mi hermano por ocasionarle la muerte cuando él me ha dado ilusión y alegría solo con darme los buenos días, aunque si deseas, tienes mi consentimiento para pedir un deseo y matarme, eso queda a tu decisión.
¿Mi nombre? No puedo decirlo, pero puedes llamarme Kade. Mi nombre no está en ningún archivo, pero puede haber alguna forma de encontrarme sabiendo mi nombre que se me haya pasado y estaría en serios problemas, así que por seguridad, me guardaré mi nombre y me llevaré el secreto a la tumba. No intentes buscarme por este nombre que te he dado, cambio de nombre cada día y no paso más de veinticuatro horas en el mismo lugar, simplemente guarda estas hojas o mátame, pero no me busques. Dejo mi futuro en tus manos, ya que has encontrado este sobre te lo mereces.
Gracias por leer mi historia, hagas lo que hagas, te lo agradeceré.
Kade.
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El Diario Escarlata
Short Story¿Qué pasaría si en tu décimo octavo cumpleaños recibieras un diario que hace realidad treinta deseos? En este relato corto, el protagonista nos cuenta su experiencia con un diario así. Desgraciadamente, el único fallo de este diario es que algo malo...