Capítulo 15: Confianza quebrada

2.5K 137 4
                                    

*Sidney P.O.V.*

Llamamos al profesor, ninguno de nosotros entendía el porque de su ausencia, él es quien está fuera y controlando, y nosotros comiendonos la cabeza en esta puta ratonera.

—¿Por qué no has avisado eh? ¿¡Por que?! ¿Donde estabas? —Gritó Dénver sin esperar una respuesta del profesor. —¿¡Donde cojones estabas!?

—¡Hombre herido! —Entonces entró Helsinki con Oslo a rastras, y este último tenía una brecha en la cabeza.

—Helsinki ¿Que ha pasado? —Pregunté alarmada.

—Rehenes, fuga, golpe muy fuerte, traumatismo… —Helsinki era ese tipo duro, al que nunca te imaginarias caer, pero lo hizo. —Cairo tu sabias lo de la fuga, ¿Quien lo hizo?

—Me lo dijo Arturo, tuve un enfrentamiento con él y confesó.

—Arturo… —Murmuró. Berlín se puso a su lado y revisó a Oslo.

—Oslo esta mal… está malherido.

—No Berlín, está bien. No esta malherido. Solo necesita descansar y medicina. —Dijo tocando el rostro de Oslo. —Hemos pasado peores resfriados que esto ¿Si? No preocuparse.

Solté una pequeña risa y me apoyé en el pecho de Cairo, claro que no estaba bien, tenía los ojos abiertos y miraba a la nada sin poder moverse. Y Helsinki no quería entrar en razón, solo le hablaba en Serbio, hasta que rompió en llanto en su pecho. La mirada de Oslo nunca fue muy chispeante, pero ahora era la mirada de todos nosotros triste y ausente. La esperanza es como las fichas del dominó, cuando una cae todas van detrás.

Y los rehenes también lo notaron. A la mañana siguiente durante el desayuno comenzaron los silencios y las inquietudes. Cairo tenía que recoger las cosas y yo les vigilaba, ambos queriamos tranquilidad, pero no duró mucho.

—Ayer oimos los disparos. —Dijo la profesora. —¿Está herido alguien? —Cairo la ignoró y ella se puso de pies. —No me voy a callar, falta un alumno.

—¡Sientate! —Se negó. —¡Que te sientes!

—Venga. —Dije y esta vez si se sentó. —No os tenéis que preocupar por nadie, ayer se escaparon dieciséis rehenes, que sepais que os han dejado en la estacada. —La mujer se levantó de nuevo y se puso a aplaudir.

—¿Que hace la loca esta?

—Sientese. Ya. —Ella siguió aplaudiendo sin hacer caso a Cairo. —¡Que te sientes!

Y así uno a uno todos los rehenes se levantaron en contra de Cairo y se pusieron a aplaudir por todos los que habían escapado.

—¡Parar! ¡Que pareis joder! ¡Al puto suelo! —Nadie le hacia caso, ni apuntando con su M-16 a la profesora, entonces me tocó dar a mi cuatro tiros al techo.

—A mi nadie me toca los cojones ¿Estamos? ¡Sentaros todos! —Todos me obedecieon excepto la profesora de nuevo. —¿Acaso hablo en chino o que?

Cuando la mujer se sentó nos fuimos de ahí para buscar al resto, la verdad a mi los rehenes me tenían de muy mala hostia.

—Ya es hora de proponer dinero o libertad. —Dije furiosa.

—¿Tan pronto? —Preguntó Nairobi.

—Han pasado de mi como de la mierda. —Dijo Cairo. —Y mira, ya se han escapado unos cuantos.

—Está bien. —Dijo Berlín. —Traerlos.

Todos pasaron una especie de entrevista, en la que les dijimos que pensasen lo que preferirían, un millón de euros, o la libertad. Y después de dos horas para que pensasen bajamos al vestíbulo con ellos, Tokio trazó una línea en medio de la habitación, para dividir a los rehenes y a los nuevos socios.

La Casa de Papel || Sidney Donde viven las historias. Descúbrelo ahora