- I -

4.4K 201 32
                                    

¡Hola! La idea de este (originalmente) one-shot surgió a raíz de aquella nevada que cayó en la OT-Fiesta. Llevaba semanas con esto escrito y no me había atrevido a subirlo hasta ahora. ¡Espero sinceramente que os guste!

Mención especial a las dos personitas que primero lo leyeron y que hicieron esto posible, y a MelenP por animarme finalmente a subirlo y por la preciosidad de portada que me ha hecho.

¡A disfrutar! 

------------------------------------------------------------------

Ana se dio la vuelta en la cama por decimotercera vez esa noche. Le estaba costando más de lo normal conciliar el sueño, y aunque intentaba engañarse a sí misma poniendo mil excusas, sabía perfectamente por qué.

Se giró una decimocuarta vez y se quedó boca arriba, mirando al techo. O a lo que suponía que era el techo, oculto en la penumbra. Iba a volverse loca de tanto pensar. ¿Cómo era posible que su vida hubiese cambiado tanto en tan poco tiempo? ¿Por qué le estaba resultando tan difícil aceptar ciertos cambios? ¿Y por qué no podía evitar sentirse tan pequeña y sola aun estando rodeada de tanta gente?

Decidió que era inútil seguir intentando dormir, y miró la hora en el móvil. Las 4:15. Resopló en voz baja. Aún quedaba mucha noche por delante.

Salió de la cama con cuidado, intentando no despertar a nadie. Cogió medio a tientas una manta del rincón de la habitación, alumbrándose como podía con la pantalla del móvil, y se la colocó sobre los hombros. Se dirigió hacia la puerta, y justo antes de salir pasó: se dio un rodillazo contra el marco.

―¡Puta! ―farfulló entre dientes. Pensaba que podría dejar su torpeza en la academia, pero lo suyo parecía no tener remedio. Afortunadamente, creía que ninguno de sus compañeros la había escuchado. Todos seguían durmiendo plácidamente.

Medio cojeando, se dirigió al salón. A mitad de camino sintió la necesidad de mirar por la ventana, y comprobó que, tal y como sospechaba, la tormenta de nieve no había amainado. Ana se arrebujó más en su manta y suspiró. En un principio, la idea de Aitana de alquilar una casa rural para los dieciséis después del concierto de Manu le había parecido maravillosa, pero ahora se imaginaba tener que pasar otras veinticuatro horas encerrada entre cuatro paredes por culpa de la nieve y le daban ganas de ducharse con la tostadora. Ya se imaginaba a sí misma desquiciada por sus propios pensamientos. Vagando por la casa como alma en pena, riéndose sola.

Sonrió para sí misma recordando la última semana de Miriam en la academia. Si la leona pudo acabar el concurso medianamente cuerda, ella podía aguantar unos días. Al menos iba a tener a su segunda familia con ella. Entretenimiento y cariño no le iban a faltar.

Estuvo así un rato, con la mirada perdida en el horizonte, viendo la nieve caer, hasta que empezó a sentir escalofríos y tuvo que moverse. Ni el aislamiento térmico de la casa podía competir con ese vendaval.

Ana tuvo que reprimir un grito de alegría cuando vio que la chimenea del salón seguía encendida. Rápidamente, echó dos trozos más de leña al fuego y acercó un sillón. Enseguida se hizo una bolita con la manta y se dedicó a observar el crepitar de las llamas. Durante unos segundos, arropada por el calor y el silencio que reinaban en aquella habitación, se sintió protegida y en paz.

Y entonces regresó el runrún de su cabeza.

Por pura inercia, miró su móvil por si tenía notificaciones. Y, obviamente, no las tenía. ¿Realmente creía que en medio de aquella ventisca iba a tener cobertura? Y Aitana había insistido en tener una experiencia "100% rural" y alquilar una casa sin wifi. Ahora entendía perfectamente todas las quejas de "Yo vivo en el monte y el wifi no va tan ligerito" de Miriam. Pero luego bien que la tía se hinchaba a hacer directos de Instagram y a meterse en los de los demás.

Las cosas claras y el chocolate espeso || WarmiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora