"Cuando sueñas, a veces recuerdas. Cuando despiertas, siempre olvidas"
Neil Gaiman.
Las ciudades parecen lugares seguros, dominadas por la piedra y la ciencia, construidas en base a la lógica y la razón. Un paradigma explicable donde todo tiene un porque, donde todo es controlable y los temores se reducen a la maldad oculta en el alma del hombre. Pero cuando nos alejamos de aquellas moles de piedra para encontrarnos en el terreno que limita con el bosque vuelven los miedos más atávicos, aquellos que llevan acompañando a la especie humana desde antes de la caverna. E incluso en la era de la tecnología, cuando cae la noche es fácil que nuestro instinto nos advierta de lo que se oculta en el bosque.
Por eso en lugares como en Crossford aún se advierte a los niños sobre el bosque, cuentos de viejas para aquellos habitantes que intentan abrazar la lógica urbanita pero que reaparecen en su memoria cuando tienen que recorrer sus solitarias calles cada noche para llegar a casa, envueltas por la bruma y con la sombra del linde del bosque demasiado cerca. Un bosque que ya era viejo cuando los celtas reclamaron aquella tierra y que siguió en pie tras la caída del imperio y la llegada de los cristianos. Un bosque que por un lado siempre habían temido y que a la vez les había proporcionado alimento y vivienda. Para la gente de aquel lugar era normal que el bosque se llevara a alguien de vez en cuando, era su forma de reclamar un sacrificio por todo lo dado, del mismo modo que nadie se extrañaba si de él si retornaba alguien cambiado. Pues quien regresaba de las entrañas del bosque ya no era la persona que se había internado en el corazón de la floresta.
Algunos casos turbaban más a los habitantes que otros, como cuando desaparecía un niño. Por un par de meses se alteraba la rutina con batidas en los alrededores, búsquedas de sospechosos y rezos porque fuera uno de esos casos donde el bosque decidía devolver a la criatura.
En aquel momento los rezos porque el niño volviera ya solo se escuchaban en su casa. La policía había dejado de buscar ya a su hermano y ya no se le señalaba como victima si no como el culpable de la desaparición de su amiga Sara. Pero pese a lo que dijeran los del pueblo el sabía que su hermano nunca le haría daño a su mejor amiga. Llevaba años siendo su canguro, cuidando de ella y de él mismo cuando sus madres tenían que trabajar. La tarde de la desaparición estaban los tres en el parque y a él se le había ocurrido jugar al escondite. A el le tocaba contar y a ellos esconderse. Pero cuando termino de contar no los encontró y eso que busco por todo el parque. No se atrevió a acercarse a bosque porque la silueta del ciervo dibujada al fondo del camino le inquieto, verlo recortado al final del camino causo en el un miedo extraño que le hizo recordar a los cuentos de su abuela sobre el ciervo negro, el cual acechaba a los hombres para despertar lo peor de ellos y conducirlos al infierno.
Y desde aquel día se culpaba por no haber seguido el camino, por haber tardado en avisar a su madre e incluso por haber propuesto aquel maldito juego. Sentía que de alguna forma él había provocado algo que había terminado por convertirse en aquel mal sueño del que ninguno podía despertar. Por eso él no iba a abandonar la búsqueda, no iba a dejar de buscar a su hermano como habían hecho todos.
Por eso esa noche se acostó vestido y espero a que su madre se durmiera tras tomarse las pastillas para salir por la ventana. Vestido con su anorak, cargando con la mochila escolar vacía de libros pero llena de galletas y otras provisiones, la vieja linterna de su padre y palo de hockey que había tomado prestado de la habitación de su hermano. Tenía la determinación de un niño de diez años al que la vida le había quitado ya a su padre y que se negaba a perder a su hermano mayor y a su mejor amiga.
Algo en el bosque le llamaba y sabía que para dar con ellos debía seguir los mismos pasos que ellos dieron aquella tarde. Así que sus pequeños pies caminaron hasta el viejo parque, espectral bajo la luz de las farolas, alzándose su esqueleto de metal bajo la penumbra amarillenta, pareciendo el esqueleto de una ballena varada en la costa frente al fortín y castillo que siempre le había parecido a la luz del día. Se sobrepuso al temor innato que le causaba la soledad de la noche y a la sensación de que era observado desde cada sombra.
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Encrucijada
HororAlgo muy malo le paso a David Crawford siendo un niño, algo que apenas recuerda pero que le persigue desde entonces. Irak no fue lo suficientemente lejos para huir de ello y ahora que las circunstancias le han obligado a regresar tendrá que enfrenta...