Entrega

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  Alguna vez la madre naturaleza contó a la primavera una historia sobre los dioses, sobre sus deberes e importancia, su longevidad y sus poderes, sobre la esencia de su existencia misma, seres superiores a todos los demás con dones que sobrepasan la fragilidad humana y un reinado que prevalece sobre toda criatura viviente. Alguna vez Deméter dijo a su hija que la sangre de un dios era el mayor elixir sagrado, fuente de destrucción o regalo de vida, podría ser el inicio del fin para quien se atreviese a robarla, podría ser el final de la desgracia a quien fuese voluntariamente entregada, pero nunca, nunca debía olvidar que cada gota de su cuerpo arrancada, la uniría irremediablemente a quien osara tomarla.


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El avanzar de las yemas sobre su piel se sentía como el deslizar de una serpiente, el tacto era frío, desquiciadamente suave, pero la paralizaba cual humana al enfrentarse a una sentencia mortal. El camino que él recorría se erizaba a cada paso, dejando rastros de fuego donde antes el toque de hielo parecía quemar. Su esposa... ¿qué implicaría serlo? ¿sería dejar que él la tocase siempre que quisiese, que lo esperase eternamente entre esas cuatro paredes? Eso estaba en contra de su naturaleza, no podría someterse ante él ni nadie, se lo repitió a sí misma y se odió cuando no hizo más que temblar al sentir aquella caricia entre sus senos. Su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas, el pensar que él podía sentir su corazón latir desbocado contra los dedos la avergonzaba, pero no había en él algo que la intimidara más que su voz, siempre que se dirigía a ella con ese tono grave y autoritario sentía que estaba condenando su alma, más allá de las palabras, la sola voz de Hades emergía como una orden a la que su cuerpo respondía, ya fuese temblando de miedo o estremeciéndose por las sensaciones desconocidas.

El roce de sus dedos sobre su montículo la congelaba, sus manos le hacían sentir pequeña, perdida, parecían saber exactamente lo que querían de ella, limitándola a sentir o mirar, se preguntaba si el dios del inframundo tenía la capacidad de controlar el tiempo porque entre más él avanzaba ella sentía al mundo detenerse lentamente, apenas logró captar el brillo helado de sus ojos antes de que su mirada cayera sobre ella y sus labios tomaran la carne que nunca antes había sido probada, la húmeda lengua recorrió, probó y poseyó, hasta que el placer comenzaba a embargarla, en aquella posición no tenía ninguna ventaja, incluso estando sobre él era quien terminaba dominada, su mente sabía que debía poner distancia, pero un calor húmedo le hizo querer cerrar sus piernas mientras él yacía cómodamente sentado entre ellas. Los labios de Perséfone se abrieron vacilantes, dejando escapar un jadeo tembloroso, sentía su pecho arder, al igual que su rostro, pero una incomodidad se comenzaba a formar entre sus muslos, una sensación inexplicable que comenzaba a desesperarla.

La voz suave y gruesa se abrió paso entre sus sensaciones, ¿qué clase de placer estaba experimentando? Estaba abrumada por lo desconocido, despertando en ella esa maldita curiosidad que había sido su desgracia, su mente intentaba procesar lo que él intentaba decirle, pero todo razonamiento fue cortado al sentir como era subyugada. La mirada de Perséfone mostraba el terror más absoluto, desconcierto por las intenciones de quien se consideraba su dueño, estaba atrapada en el pozo blanquecino de sus ojos, en las oscuras promesas que podía ver en ellos, ella siguió observándole petrificada bajo su dominio, había algo malévolo en la forma que los colmillos se asomaron por entre sus labios y aunque lo hubiese deseado con todas su fuerzas, no habría podido contener el humillante quejido que escapó de sus labios.

  Perséfone no pudo apartar los ojos aunque deseaba hacerlo, la joven primavera rememoró todas las lecciones de su madre en el simple segundo que la lengua de Hades recorría los trazos carmesí de su piel profanada, la sangre de un dios era algo que ningún humano debiese conocer, significaba tanto poder que atraería destrucción sobre aquel ser, ¿pero qué podía hacer su sangre, fuente de vida, al dios del inframundo? Hades lamió cada gota como si de ambrosía se tratase y sentenció la acción con una férrea amenaza, ¿cómo lograría no enojarle, si no sabía si quiera lo que realmente requería de ella? La diosa sintió las lágrimas agruparse en sus ojos y aunque lastimaba su orgullo no apartó la mirada, él había dejado en claro que ella no tendría ninguna oportunidad de desafiarle, pero si había algo que sabía es que la posesión solo es posible con la entrega y ella no pensaba pertenecerle. –Podrá tomar de mí lo que quiera, pero mi alma seguirá vagando fuera de esta cárcel.-

A pesar de su fragilidad se preparó a recibir cualquier ataque por su dictamen, ya sabía que él sería capaz de lastimarla si lo deseaba, que su fuerza y voluntad frente a él no valían nada, estaba convencida de que lo único ingobernable serían sus sentimientos y creyó que él no tenía forma real de poseerla mientras su propio corazón no se entregase. Perséfone extendió una de sus manos sin siquiera notarlo, sus dedos temblorosos rozaron los mismos labios que antes la habían tomado, se preguntó como algo tan suave podía generar tanta violencia, sin pensar lo que en el rey podría causar su gesto. –Lo que usted desea obtener de mí se lo entregaré.- Declaró la joven diosa sin saber lo que realmente estaba ofreciendo, con un último roce alejó su mano de los labios ajenos y posó la misma sobre los latidos bajo su pecho. –Pero hay una cosa que no estoy dispuesta a dar.- La primavera vio directo a los ojos de la muerte, la inocencia más pura provocando a la depravación más grande, la atemorizaba no saber de qué tantas formas aquel dios querría poseerle, pero ya había aceptado que aun luchando no podría detenerle y así esperó, expectante, sin saber que entre ellos un lazo comenzaba a formarse, con las palabras sagradas y la ambrosía compartida, la primavera era demasiado ingenua para saberlo, que en su entrega ofrecía algo más que su cuerpo y su alma jamás de él escaparía, su ser desde ese momento le pertenecería igual que las cenizas de sus cabellos arderían para siempre en el fuego eterno.  

El mito de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora