Capítulo 1: Los primeros años de vida.

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Nací un diecisiete de marzo de 1994 en Bath, Inglaterra, bajo el nombre de Anne Stuart. Esa fue una tarde lluviosa. El viento frío y desagradable soplaba sin cesar revolviendo todas las ramas de los árboles a punto de florecer. El invierno se había apoderado de ese día del tercer mes del año al compelto. El mundo no se disponía a darme una de las mejores bienvenidas. Sin embargo, mis padres y mi hermana Lauren me acogieron con bastante afecto y se alegraron mucho por mi llegada.

A medida que los años iban pasando, yo iba creciendo felizmente en un ambiente muy acogedor y familiar.

Poco es lo que logro recordar de mis primeros años de vida, como es lógico, aunque las fotos y los vídeos que mis pesados padres tomaron y grabaron me refrescan la memoria, por así decirlo. Querían que Lauren y yo tuviésemos recuerdos de cómo éramos y la verdad es que les doy las gracias por su esmerado trabajo.

Mi padre me ha contado en alguna que otra ocasión que cantaba en la ducha desde muy pequeña. Hasta me ha llegedo a cantar él mismo las letras de las canciones infantiles que me enseñaban en la guardería o en el colegio.

"En cuanto llegabas de las clases, te encerrabas en tu habitación; sentabas a todos tus peluches y muñecas, que no eran pocos, en la colcha de tu cama y te ponías frente a ellos a tocar el piano de juguete que tenías o a cantar. Lauren se acercaba a tu puerta y te pedía entrar, ¡tú no le dejabas ni loca! Entonces, la pobre, se quedaba con una oreja pegada a tu puerta escuchándote. Sólo tenía curiosidad.", me contaba. Cada vez que me relataba ese tipo de anécdotas, me enternecía un poco más.

Aún me recuerdo subiendo las escaleras de mi casa hacia el cuarto de mis padres. Allí estaría mi padre leyendo —le encantaba hacerlo junto a una taza de café—, sino estaba trabajando claro. A mi padre nunca le gustó mucho la música, no sé por qué. A todo el mundo le agrada escuchar su canción favorita, sin embargo él siempre declaró que carecía de canción favorita y le aturdía la música, que no le veía sentido.

También me gustaba dejarme caer por la cocina cuando mi madre cocinaba, solía cantar mientras batía huevos o moldeaba masas. Ella tenía una voz preciosa, aunque no lo sabía. "No me considero melómana. A penas escucho música, no tengo habilidad para tocar ningún instrumento y canto como una rana", me explicaba. Yo no lo veía así. He escuchado muchas voces a lo largo de mi vida, pero ninguna tan bonita, dulce y delicada como la suya. Quizás es porque la recuerdo como la escuchaba de pequeña y, aunque mi madre cantase muy mal —que no creo que sea el caso—, yo siempre la admiraría porque es justo eso lo que hacen los niños.

Por último, está Lauren quien, a parte de ser mi hermana, se comportaba como mi mejor amiga. Siempre hemos podido confiar la una en la otra para todo: contarnos secretos, jugar juntas, pedir consejos... y un largo etcétera. Nos llevamos unos siete años y algunos meses, demasiado tiempo, la verdad.

En mi infancia y su adolescencia hubo una notable falta de comunicación debido a la gran diferencia de edad, a pesar de que nos llevásemos de lujo. ¿Quién va a contarle sus problemas adolescentes a una niña de siete años? No había cosa en el mundo que molestase más que eso. Lauren se pasaba las horas encerrada en su cuarto leyendo, escuchando música, dibujando —ya que es una gran dibujante y se le da de perlas— y hablando por teléfono con sus amigas. Yo no lo entendía y me sentía reemplazada por ellas. ¿Por qué habla con gente a la que acaba de conocer y conmigo no que vivo bajo el mismo techo que ella?

Cuando me hice un poco mayor, a los ocho y nueve años apróximadamente, amaba tumbarme en mi cama a escuchar la música alta procedente de su cuarto. La mayoría de las veces ponía la radio, pero a veces reproducía su propia música. Hubo un tiempo en el que le gustaba la música heavy y algunos otros tipos de rock, ¡eso volvía locos a papá y a mamá! La banda sonora de nuestra casa consistía en un constante punteo de guitarras distorsionadas y una batería de fondo que sonaba como si se rompiese una vajilla entera contra el suelo.

A mí no me importaba, yo sólo quería escuchar música, fuera la que fuera y fuese del tipo que fuese, era música. Además, los niños pequeños suelen tender a presentar gustos parecidos, o incluso iguales, a los de sus hermanos mayores o padres debido a la influencia de éstos.

Puede ser que mi casa no fuese de las más escuchantes de música, pero este hecho no impidió que yo desarrollase un amor por esta forma de arte.

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Este es un nuevo proyecto que estaba deseando empezar, espero que lo disfrutéis mucho. Al escribirlo me pareció una historia bastante original, pero ahora me faltan vuestras opiniones. ¡Besos!

El Susurro de AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora