Antes de ayer

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Jueves. Estábamos en la mesa de la cocina, desayunando. Como todos y cada uno de los días mi padre me preguntó si tenía planes para esta tarde. Y yo le respondí que no, claro. Él sabe perfectamente que nunca salgo con mis amigos, bueno, con mi única amiga. Excepto los viernes. Aunque lo sigue preguntando para intentar evitar el hecho de que no tengo ninguna tarde libre. Y para que pareciera que somos una familia normal, como cualquier otra, aunque en el fondo supiera que no hay nada más lejos de la realidad. Lo hace por si aparentarlo fuera a hacerlo realidad.

Lucas se estaba comiendo la tostada y le metí prisa para no llegar tarde
Eran las 7:30. Entonces mi padre se puso a dar toquecitos en la mesa de madera vieja. Casi todo en nuestra casa es antiguo. Cualquiera hubiera pensado que se trataba de un simple tic, provocado por el cansancio y la preocupación. Pero no. Simplemente se estaba comunicando conmigo en código morse, como hacemos cada vez que queremos hablar de algo sin que Lucas se entere.
V-O-Y-A-H-O-R-A-A-L-H-O-S-P-I-T-A-L
Me dijo.
V-A-L-E. Pausa. Y-O-I-R-E-C-U-A-N-D-O-S-A-L-G-A-D-E-L-A-T-O-R-T-U-R-A
Le respondí.
O-K
Fin de la conversacion.
-Terminé! Voy a barrer y ahora ya nos vamos. Esperame en el coche.- Dijo Lucas, y cogió la escoba. Desde que mamá no está él se ocupa de mis tareas y yo de las de ella.
-Está bien. Pero no tardes.- Me despedí de mi padre con un beso en la mejilla y me monté en el coche.
Fuera no hacía calor, tampoco frío, solo mucho viento.
Dejé a Lucas en el cole a las 8:30 y me fui al insti.
Lucas tiene 7 años. Nueve menos que yo.
Iria me estaba esperando en la puerta. Es bajita, ni delgada ni gorda. Rubia platino y de ojos color avellana, el pelo le llega hasta el culo y lo tiene ondulado. Ondulado y precioso. Yo soy un poco más alta, delgada, aunque sin exagerar. Pelo moreno o pelirrojo, depende de la época, liso y corto, por los hombros, mis ojos, verdes.
-¿Qué tal todo?- Ambas sabíamos a qué se refería.
- Igual que siempre supongo. No nos han dicho nada así que supongo que no hay novedades. Está tarde voy a ir para allá así que ya te diré.- Contesté.
Las clases fueron como siempre, aburridas. Tomé algunos apuntes aunque sin molestarme en prestar demasiada atención.

Iria y yo fuimos a comer a Denry's a las 15:30. Como siempre.
- ¿Qué vas a pedir?- Preguntó.
- Buff, nada. No tengo hambre.
- Vamos Alice. No seas así, pide algo. Hoy yo invito, pero mañana tú. ¿Trato hecho?
Pedí una hamburguesa sin tomate. Odio el tomate. Ella se pidió una ensalada. Es vegetariana, o al menos intenta serlo.
- Me voy a La Tortura. Hasta mañana.
- Chao. ¿Quedas el viernes? ¿En mi casa? ¿Peli y te quedas a dormir?
- Hecho.

Llegué al Hollest (o como yo le llamo 'La Tortura) a eso de las 16:30.
Llevaba casi dos meses trabajando allí y ya no lo aguntaba. Solo lo hacía por mi madre. Solo por ella. Me lo recordaba continuamente para no morir de asco y abandonar.
Hoy me tocaba el contenedor amarillo. Plástico. Suspiré aliviada, menos mal...
Empecé a separar los residuos. Pensando que cuanto empezara antes terminaría.
A las 18:15 había acabado.
Al hospital. Me dije.

Vivo en Fordk. Un pueblecito en el norte de Texas. Aquí tenemos buenos médicos aunque sin suficiente dinero para contruir un buen hospital.
Así que el hospital de Fordk es un antiguo colegio abandonado y recontruido.

Cogí el coche y llegue al hospital, traspasé la pierta y recorrí los pasillos mientras pensaba en otra cosa, unos pasillos que había recorrido más veces de las que podía contar; entré en la sala. Olía a medicamentos y a insulina. El suelo estaba limpio aunque desgastado y las paredes rugosas. No tenía muebles, tan solo una balda donde reposaban los aparatos necesarios para controlar la diabetes, un carrito donde le llevaban la comida diariamente y la cama donde ella dormía.

Mi madre no era ni alta, ni baja. Un poco gorda tal vez. Era morena, aunque hacía un tiempo que no tenía pelo debido a los fuertes tratamientos por los que tenía que pasar de vez en cuando.
Aún así a mi me suele gustar recordarla, pincel en mano, con su larga melena morena, una gran sonrisa y la piel bronceada.
En ese momento su piel estaba pálida y enfermiza. Mi madre es presa de una extrañísima enfermedad provocada por un virus llamado speculosis arboeidous.
No hay cura.
Tan solo una especie de droga analgésica que adormece el virus y evita que se expanda aunque nunca llega a erradicar. Se llama Adormecedor.
Sus efectos secundarios son encontarte muy cansado y con aire taciturno ya que al debilitar al s. arboeidous 'adormece' también una parte del cerebro. Y es  carísimo. Mucho más dinero del que mi familia puede llegar a tener.
Mi madre cuando se enteró de la enfermedad que padecía, insistió en que no pagasemos el Adormecedor.
-¿ Para qué?- Dijo.- Me voy a morir de todos formas.
-¡Mamá! ¿Cómo puedes decir eso?
- Es la verdad Alice. Y no decirlo no va a evitar que suceda. Tan solo quiero que mis últimos meses sean con vosotros. No adormilada por ninguna clase de análgesico.
-Rose, con el Adormecedor vas a poder... ya sabes...- Intervino mi padre.
- ¿Voy a poder qué? ¿ Vivir más tiempo?- Mi madre siempre había sido impulsiva, franca y realista. No le gustaba andarse con rodeos y odiaba intentar ocultar la verdad.- ¿Pues sabes qué Carl? Que me da lo mismo. Prefiero vivir menos y más feliz, que más sin enterarme una mierda de lo que ocurre alrededor. Las cosas son como son, Carl, y por desear que fueran diferentes no lo van a ser. - Y se desmayó. Últimamente le pasaba muy amenudo debido al esfuerzo de intentar llevar una vida normal.

No le hicimos caso. La última petición de mi madre, y no se la concedimos. Es de una de las cosas que más me arrepiento. Aunque ya no se puede hacer nada. Si hubiesemos dejado de suministrarle Adormecedor en ese momento, como el s. arboeidous estaba tan fuerte probablemente no había aguantando viva ni un minuto más. Probablemente no, seguro.

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