No hay mayor gloria que morir por amor.
Más allá de la entrada del pueblo de Rodorio no quedaba nada más que lodo, cenizas y rostros afligidos. Killiam sintió todos los ojos clavados en él cuando pasó a paso lento entre el mar de cuerpos: miradas acuosas, de dolor, de impotencia, de rencor, nadie se atrevió a hablarle ni tratar de cerrarle el paso; frente a ellos un pequeño burro traía consigo una pequeña carreta, seguida de ella un grupo de personas sucias y temblorosas esperaban ser dejadas pasar al único lugar donde podrían ser recibidos.
—Tenemos frío —dijo una de las mujeres del grupo con voz débil—. Por favor. Tenemos mucho frío y hambre, si los dioses son misericordiosos por favor piedad no tenemos a donde ir—rezó de nuevo la desesperada mujer arrodillándose—Los demás pueblos nos repudian porque el nuestro fue destruido por los dioses.
—Estas personas están malditas—se quejaron muchos de los pobladores
Aquello era más de lo que Killiam podía soportar. Alejándose de la multitud y caminando con paso torpe entre los hombres que escoltaban la pequeña carreta en la que descansaba el cuerpo de su amado maestro entre un tumulto de lirios blancos y túnicas.
—¡Silencio! ¡No quiero oír ni una palabra más! —Gritó caminando tambaleante hacia el cuerpo de su maestro.
—Mi señor—Dijo Meera saliendo de entre la multitud.
—¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí! —Gritó alzando el cuerpo de su maestro arrastrando consigo el tumulto de túnicas blancas y lirios que fueron arrastrados por el fuerte viento que azoto al pueblo.
—¡Bastardo de mierda! Nos mataran—Oyó maldecir a uno de los pueblerinos; no llegó a saber cuál, pero este se arrepentiría.
—¿Quién se ha atrevido a llamarme bastardo? —rugió con los ojos al borde de las lagrimas.
—¡Los dioses nos maldecirán! —grito la multitud —No hay crimen tan reprobable como el de un invitado que lleva la muerte al hogar de su anfitrión.
—Cuidado con lo que dicen, apártense todos o lo lamentarán —les advirtió el caballero de cáncer encendiendo su cosmos haciendo retroceder a la multitud que despejo el paso a él y los supuestos intrusos.
—El Muro, El Muro, ya á caído. —Dijo la misma mujer que había hablado anteriormente, ahora corría para alcanzar su rápido caminar.—Tenemos que ir. Tenemos que decírselo a la diosa Athena.
—¿Decirle qué? —preguntó apretando el cuerpo de su maestro contra su pecho.
—Todo. El caballero oscuro. El Craken. Las bestias. Esto. Todo. —La respiración de aquella mujer era ya muy tenue; la voz, apenas un susurro—. Díselo a nuestra señora Athena. Dile que vista de negro, de luto por todas las almas caídas.
—¿Luto? —Repitió deteniendo su andar, desviando sus ojos del camino al cuerpo de su maestro que yacía entre sus brazos—. ¿Muerte?.
—Cuando salimos de Serifos éramos hombres al servicio de la diosa Athena. Éramos caballeros y soldados, señores y plebeyos; solo nos unía un propósito. —El que hablaba era un hombre que emergió de la pequeña multitud que le seguía, con un manto blanco con pequeños detalles dorados en sus manos, se acercó al desconcertado caballero con las mejillas mojadas del llanto que servía de marcha fúnebre —Ciento veinte hombres encargados de proteger aquella edificación en conjunto con ustedes y en una sola noche todo fue deshecho, él dio su vida por las nuestras y la de aquellos chicos que cuidaban las murallas, si su santidad hubiera sabido tal atrocidad no lo hubiera enviado solo, este hombre fue la luz que nos guio hasta aquí entre el valle de las sombras que se extiende de pueblo en pueblo . —Dijo colocando sobre el cuerpo del maestro Dohko la fina túnica.
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The Snow Queen "Crystal Knight"
Fantasy¿Que es lo que te muestra el espejo?¿Que es lo que deseas ver? Quizás una historia jamas contada guardada recelosamente en sus ahora perdidos fragmentos, pero ahora cada fragmento de aquel espejo cuenta una historia nueva una que nos lleva a un fi...