Prólogo

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Las paredes de su celda parecían tan sólo pedazos de concreto amontonado. Se desmoronaba sin cuidado al igual que su alma. La culpa de la muerte del único ser humano al que amó y había asesinado le robaba la poca vida que tenía.

Tras las rejas todo parecía indicar un castigo que bien merecía, a pesar de que él se cansara de explicar todos los días que su intención nunca fue matarlo, sólo buscaba deshacerse de una pelea, de hacer que Louis entendiera pequeñas cosas que para un adolescente son normales y para un adulto resultan completamente fuera de control.

¿Acaso fue necesario ahorcarlo con su brazo sólo por haber llegado dos horas tarde de la que habían acordado?

Seguramente su brazo aún dolía y no por haber usado tanta fuerza para llegar a quitarle la vida, sino por la obra tan inhumana de haberle arrebatado la única dicha que tenía.

"Yo no quise matarlo".

Esa frase rondaba en su cabeza todos los días.

Su pequeño, dulce y simpático chiquillo estaba metros bajo tierra mientras él se lamentaba cada maldito segundo por haber sido un completo imbécil.

"Sabemos que no era esa tu intención, Styles. Sin embargo lo asesinaste y nada puede volverlo a la vida".

Stan, su abogado penal, lo visitaba cada fin de semana desde aquel día en que había ingresado a ese infierno de bestias hambrientas en busca de saciar su sed de venganza.

Llevaba tres meses comiendo las sobras del día anterior, tres meses bañándose siendo observado por reclusos igual de enfermos que él, tres meses soportando humillaciones acerca de lo frágil y débil que era frente a cientos de hombres que habían aprendido a volverse crueles y no tener piedad de nadie.

Suplicaba compasión, sólo un poquito de misericordia. En cambio, cada que una pandilla se adentraba sin permiso en su celda ya sabía que una buena paliza lo esperaba, y sabía también que el ardor de cada herida y el punzante dolor de cada hueso roto era su consecuencial recompensa de su acto demoniaco.

"Necesito que me traigas un diario y bolígrafos".

Por lo menos esperaba desempeñar en algo productivo el tiempo a solas que tenía. Sin amigos que respaldaran su trasero era imposible sobrevivir en ese sangriento lugar.

"¿Puedo saber para qué los necesitas?"

"Para empezar a escribir el trancurso de mis últimos días".

Quizá era débil comparado con cuerpos voluptuosos de más de dos metros de altura, pero en el fondo era cruel consigo mismo y por un momento pensó que todas las golpizas no eran suficientes, ni la comida putrefacta, ni las regaderas sin privacidad, ni las actividades que diariamente practicaba. Nada era suficiente, necesitaba más.

"Saldrás pronto, Harry, debes soportar un poco más".

"Moriré antes de que esos hijos de puta me maten como yo maté a mi Louis".

No podían decir nada. Estaba de sobra explicar que era inconsciente la manera en como se expresaba acerca de un suceso que había sido un accidente. Que la furia lo había dejado por los suelos y ahora estaba pagando una condena que él mismo decidió tener.

"Mi ángel necesita saber cosas que nunca dije, y yo no puedo salir de aquí, Stan. Así que largate y traeme lo que te estoy pidiendo".

Un silencio que él mismo creó, él mismo rompió. La certeza y seguridad con que hablaba era entendible. Bastante para un abogado que pasa su vida metido entre ordenes sin eficacia y un montón de problemas que tiene que resolver. Harry le pedía un cuaderno, se lo daría. Harry le pedía salir de prisión... No, no lo haría, porque eran las consecuencias de sus actos y porque no le importaba nada más que seguir en ese lugar hasta que terminaran de quebrantar la última de sus articulaciones.

"Regresaré para la última hora de visitas y te dejaré todo en una caja con alguno de los guardias".

"No te tardes demasiado".

"Cuidate, Harry. Más que mi cliente eres mi amigo y no me gustaría llegar y enterarme de que una vez más estás en la enfermería a causa de tus golpes".

"Si así fuera, me lo merezco".

"Protege tu trasero, ¿de acuerdo?"

Con un movimiento de cabeza le avisó que se iba, entonces los dos se pararon de su lugar y desaparecieron por sus despectivos corredores. Luego Harry esperó toda la tarde por su paquete hasta que un hombre escoltado y de uniforme le entregó una caja sellada. Al abrirla una carga oprimió su pecho.

Ese diario tendría un enorme valor... ¿para quién, un muerto?
No, un valor para el único sentimiento que llegó a sentir, quizá un misterio detrás de cada palabra que planeaba plasmar en las hojas en blanco que tenía frente a sus ojos.

No importaba que Louis estuviese muerto, necesitaba saber de alguna manera lo que orilló a Harry haberlo asesinado. Todos debían saberlo. Todos merecían tener idea del monstrup que era. Y si escribirlo era su única alternativa, pues así sería.

Porque un monstruo sin piedad escondía secretos, y un ángel iluminó de paz su camino por un tiempo, sin embargo, su estúpida actitud egoísta mató esa tranquilidad y ahora el acabaría con todo lo que necesitaba tener un fin antes del final definitivo.


Cartas De Un AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora