Latidos.

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Todo era blanco. La cama, las paredes, ella. Nunca la había visto así, tan pálida. Tan despojada de vida. Y, ¿sabes? Jamás imaginé que tendría que presenciar algo así. Me cambié de posición una y otra vez, ese sillón era lo más incómodo del mundo entero.

Mi cabeza iba muy despacio en esos momentos. Ni siquiera sabía lo que había pasado. Aunque creía tener una idea sobre las consecuencias. No era bueno, no era nada bonito. Pero iba a estar ahí, ¿era ella consciente de eso? Lo prometí el día de nuestra boda. Iba a estar ahí, pasase lo que pasase.

Apreté su mano con fuerza, reconfortándola aunque sabía que no lo sentía. Estaba conectada a muchos aparatos. Una lágrima se deslizó por mi mejilla. Ni siquiera tenía fuerzas de secarla. No quería aquello. Por ello no dejaba de repetirlo una y otra vez. Despierta.

Una chica preciosa estaba delante de mí. Y yo ni siquiera podía expresarle lo mucho que me había colgado de ella en los últimos meses. Recordé aquel día en que la vi por primera vez, Elena. Era bella sin saberlo. Y tres meses después lo era mucho más.

Todos esos matices, esas palabras que habíamos compartido. Desde que la conocí, supe que era la única. Cada vez que le dejaba ganar en el Mario Kart se ponía tan contenta… verdaderamente su sonrisa era lo único que me importaba del mundo en aquellos momentos.

Entonces me miró, con aquellos ojos tan profundos que tenía. Su boca se curvó en una sonrisa torcida. Por un momento, los dos dejamos de hacer caso al juego. Ni siquiera estábamos mirando la pantalla. Nos prestábamos atención el uno al otro.

—El azul era mi color favorito— empezó— pero he decidido que ya no. Prefiero el tono de tus ojos.

La besé. Por primera vez en toda mi vida la atraje más hacia mi cuerpo. Porque me estaba correspondiendo. Y, aunque no podía creerlo, mi cuerpo en realidad pensaba que aquello era lo correcto. Que sus labios eran de los míos, porque encajaban perfectamente. Y no necesité nada más para ser feliz en aquellos momentos.

—Si te gano al Mario Kart, ¿serás mi novia? — pregunté con una sonrisa al separarme de ella. Elena se fingió indignada

—¿Qué tipo de declaración de amor es esa, Clifford? — entonces me tocó sonreír a mí, y la atraje para besarla de nuevo.

—La mía.

Y gané. Lo recordaba perfectamente porque unos días después la llevé de primera cita a ver una película de superhéroes. No podía creerme que una chica tan fantástica quisiera salir conmigo, y menos que fuera tan parecida a mí en todo.

Esa chica se encontraba ahora a mi lado. Mi Elena. Respiraba con dificultad, y yo no podía hacer nada. Parecía que cada inspiración era una tortura nueva, por mucho que el oxígeno entrase en su cuerpo, le dolía. Podía verlo. Me sentía tan frustrado… No podía ayudarla. Despierta.

—Esta es la cita más rara que he tenido en toda mi vida— dijo Calum, medio enfurruñado. Solté una carcajada al ver su cara.

Cuando mi novia dijo que tenía una persona perfecta para Calum, una chica que realmente le haría feliz, no me imaginé que se referiría a Robin. Pero tendría que haberlo pensado mejor, cuando vino con la idea de la cita doble. Elena era predecible para mí.

—Y… ¿a qué te dedicas, Robin? — preguntó Calum, interesado. Por fin aparecieron las dos chicas del baño.

—Pues… hace cinco meses era groupie de vuestro grupo, pero desde que Elena y Michael son novios, me dedico a zorrear con todos los fans de mi nueva mejor amiga famosa— guiñó un ojo con una sonrisa y Cal se atragantó con su bebida. Nunca supe si de la impresión o de lo preciosa que le había parecido.

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