Capítulo 3

402 63 5
                                    

EDITADO.

EDITADO

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

MAIA

SEPTIEMBRE 2007

Nunca volvió a ver a Jordan; él y sus padres habían desmontando su piso y se habían mudado. Ninguno de sus amigos sabía o quiso admitir que sabía a dónde se habían ido. Sólo se sorprendió a medias la siguiente luna llena, cuando empezaron los dolores: dolores desgarradores que le recorrieron las piernas de arriba y abajo, obligándola a caer al suelo, y le doblaron la columna vertebral como un mago doblaría a una cuchara. Cuando los dientes se le cayeron de golpe de las encías y tintinearon contra el suelo como canicas derramadas, se desmayó. O creyó que lo había hecho. Despertó a kilómetros de distancia de su casa, desnuda y cubierta de sangre, con la cicatriz del brazo palpitando como un corazón. Aquella noche saltó al tren que iba a Manhattan. No fue decisión difícil. Si ya era bastante malo ser birracial en un vecindario conservador, a saber qué le harían a una mujer lobo.

No le resultó complicado encontrar una manada a la que unirse. Había varias de ellas sólo en Manhattan. Acabó con la manada del centro, los que dormían en la vieja comisaría de Chinatown.

Los líderes de la manada podían cambiar. Primero había sido Kito, luego Véronique, luego Gabriel y ahora Luke. Le había gustado mucho Gabriel, pero Luke era mejor. Tenía un aspecto que inspiraba confianza y unos afectuosos ojos azules; tampoco era demasiado apuesto, así que no le disgustó ya de entrada. Maia se sentía muy a gusto allí con la manada, durmiendo en la vieja comisaría y jugando a las cartas, comiendo comida china las noches que la luna no estaba llena y cazando por el parque cuando sí lo estaba, y luego bebiendo, para eliminar la resaca del Cambio, en La Luna del Cazador, uno de los mejores bares clandestinos para hombres lobos. Había cerveza a raudales, y nadie te pedía nunca el carnet para ver si tenías veintiún años. Ser un licántropo te hacía crecer deprisa, y mientras te salieran pelos y colmillos una vez al mes, no había inconveniente para que bebieras en la Luna, tuvieras la edad que tuvieras en años mundanos.

Últimamente, ya apenas pensaba en su familia, pero cuando el chico rubio del abrigo largo negro entró todo digno en el bar, Maia se quedó rígida. No se parecía a Daniel, no exactamente, Daniel había tenido cabellos oscuros que se le enroscaban cerca del cogote, y la piel color miel; en cambio este chico era todo blanco y dorado. Pero tenían la misma clase de cuerpo, delgado; el mismo modo de andar, como una pantera en busca de presa, y la misma total seguridad en la propia atracción. Apretó la mano convulsivamente alrededor de la copa y tuvo que recordarse: «Está muerto. Daniel está muerto».

Pasajero [2] → [TMI]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora