Capítulo LXIII

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Entramos a clases, y aunque yo me veía ausente, Venus y Donato se encargaban de que las cosas no me afectarán demasiado, y no les importaba que se ganarán algunos regaños por parte del profesor, seguían haciéndolo.
Me mandaban papelitos con frases, o simplemente escribían cangreburguer, recordándome la broma de Donato, haciéndome sonreír una vez más. Incluso llegaron a dibujar cosas son sentido, o manos retorcidas, muñecos extraños afirmando ser Donato, o Venus enojada. Me pasaban de contrabando todo, con cuidado de no ser descubiertos, volviendo a rememorar la niñez, cuando esos papelitos con mensajes o chismes eran lo mejor, o lo peor que te podía pasar. Volvimos a ser unos niños pequeños, felices y sin tantas preocupaciones.

Esos chicos eran estupendos...

Salimos de clase, y los chicos me acompañaron a mi casillero por mis libros, después fuimos a los de ellos, y salimos juntos de la escuela por aquellas magestuosas escaletas que te liberaban de toda una mañana llena de frustraciones y trabajos.

El sol estaba en su máximo esplendor, pero no como para llegar a ser cegador, si no de esa luz que te recarga la vida de buenas vibras y te hace disfrutar las tardes, aunque sean las más amargas. Y ni hablar de ese viento, refrescante, gratificante e inspirador.
Las dos cosas formaban una unión perfecta para hacer una tarde soñada, y apesar de todo aquello tan perfecto a mi perspectiva, las cosas en mi interior no estaban bien en su totalidad. Estaban presentes, torturandome, haciendo todo peor ante mis ojos.

Como ya estaba afuera de la escuela pensé que sería bueno avisarle a Ángela, la llama que tenía dentro querían salir, obligándome a correr a dónde quiera que estuviera Charly, quería verlo con mis propios ojos, abrazarlos, tocarlo, y estar segura de que él se encontraba bien, y que no le había pasado nada grave, solo unos rasguños y el susto. Era lo que más deseaba en ese momento, que él estuviera bien.

Intenté marcar el número de Ángela, pues seguramente ella ya estaba en camino para recogerme, aunque yo prefería a avisarle que ya había salido de clases, y que la estaba espere. Sin embargo Ángela no contestó a mis llamadas.

Paso el penúltimo autobús que se dirigía a casa, y Venus y Donato se despidieron de mí, pues tenían que irse.
Me dijeron que subiera con ellos al próximo autobús, pero me negué, tenía la esperanza de que Ángela llegará en cualquier momento, y no estaría nada bien que yo me fuera cuando había quedado en algo con ella.
Y aunque los esfuerzos de los chicos casi me convencieron, el autobús llegó, y Venus y Donato subieron cuando el chófer les dijo si irían o no.

Yo me quedé parada ahí, pensando en sí algo andaba mal con Charly, y de repente las cosas se hubieran complicado, y por eso Ángela no había podido venir por mí. Una punzada me recorrió el estómago.
No, eso no había pasado, seguramente era otra cosa, tal vez de le había ponchado una llanta de camino, o el auto había sufrido una descompostura, o cualquier cosa, menos que Charly estuviera mal.

Esperé alrededor de media hora, la punzada en el estómago cada vez era más  fuerte, casi no  podía respirar por tanta presión. Necesitaba llegar a casa y recostarme en la cama. 
Y aunque no quería hacerlo, emprendí paso por el estacionamiento de la escuela y me fui a casa caminando, haciendo que el dolor bajara de intensidad con cada paso que daba.

En el transcurso del camino llamé incontables veces a Ángela, y también a Charly, pero ninguno de los dos contestaba.
Decidí dejar un solo mensaje a Ángela, diciendo que me había marchado a casa, y que me llamara en cuanto puediera. Que estaba preocupada, y que me informará de cualquier cosa que le pasara Charly.

Saqué mis audífonos de la mochila y me sumergí con mi música el resto del camino, con un nudo en la garganta, y los ojos cristalinos.
No quería que a Charly le pasará algo. Lo quería con toda el alma...

¿Y si te digo que me enamoré de ti?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora