Capítulo 18: Horas bajas

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*Sidney P.O.V.*

—Dejadla hablar.

—El profesor se llama Sergio Marquina, y el golpe se le ocurrió a su padre. —Mientras yo hablaba la inspectora se acercaba más y más a mi.

—¿Y la persona que está fuera quien es? —Me preguntó pero sonó el teléfono, puso el altavoz y era el profesor.

—¿Que tal el día inspectora? —Dijo el profesor.

—A decir verdad bien, creia que no le iba a volver a hablar, que le habia ocurrido algo terrible… Sergio.

—Le agradezco la preocupación pero, soy un hombre con suerte, no lo olvide nunca. —Dijo tras unos segundos de silencio. Y eso me hizo recordar la conversación que tuvimos el día antes de entrar, tenía que confiar en el, y no lo hice nada bien. —Llamaba para saludar, le dejo que interrogue tranquilamente a Sidney y luego ya hablamos. —Colgó. Y la inspectora volvió a dirigirse a mi.

—¿Que es lo que tenías que decirme?

—Que me han hechado a patadas para darle un mensaje en persona, ahí dentro tenemos una bomba de hidrógeno de diecisiete megatones, y vamos a reventarla mañana a las doce horas. Necesito hablar con un sacerdote y confesarme. —Solté con una gran sonrisa.

—Muy bien, vamos a solicitar prisión incondicional incomunicada. López, redacta el informe y haz hincapié en su falta de colaboración y arrepentimiento. Que la ingresen en la prisión mas cercana, llevaosla.

Si hiciéramos una foto de este momento, podría ser mi último recuerdo de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. Dentro dejaba un rosario de errores, una banda magullada, y solo dos atracadoras con agallas para tirar del carro. Y yo, estaba camino de una prisión, para estar encerrada ahi, permanentemente.

*Cairo P.O.V.*

Me desperté mareadisimo, empapado en sudor y con una sed inmensa. Lo que me habían pinchado era matagigantes, habría tumbado hasta a Helsinki.

—Agua. —Pedí, y Nairobi que era la que estaba en la habitación me la alcanzó.

—Vuelvete a dormir.

—¿Como voy a dormir? Si no paro de pensar en Sidney.

—Sidney es una hija de puta. —Dijo con repugnancia. —¿Sabes que hizo tu novia con la única ilusión que tenía en la vida? Se la metió en la boca, la escupió y me la soltó en la cara. Y lo peor es que tiene razón. —Comenzó a llorar.

—Nairobi…

—Iba a secuestrar a un niño que ni sabe quien soy joder. Y ya no se ni que hacer con el dinero.

—Pues dentro de unos años vas, se lo explicas y dices coño yo soy tu madre. —Dije sonriendo. —Vivo forrada en Jamaica y si quieres que te cuente la historia te compro un avión y vienes a verme. —Eso la hizo reir.

—Vamos a joder a Berlín. ¿Si? —Me tomó de la cara. —Pero nada de entregarse.

En cuanto Nairobi salió de allí me monté mi propio plan, cogí una metralleta y fui directamente al vestíbulo donde estaban todos los rehenes que estaban de nuestro lado, iba a intentar que cambiasen de opinión.

—¿Que pasa rehenes? ¿Dormís a gusto pensando en vuestro millón de euros? Pues seguid soñando. —Grité, y Dénver que era quien los vigilaba se acercó a mi. —Porque es mentira. Igual que nadie a liberado a ninguno de vuestros compañeros, los que eligieron la libertad, ¡no! Están encerrados aquí, dos plantas por debajo de vosotros.

—¡Este es gilipollas! —Dijo Dénver.

—Los tenemos atados a unas tuberías. Y lo hicimos para manteneros mansos, como al ganado, para que estéis trabajando para nosotros, pero sonrientes. —Continué. Berlín oyó el escándalo y vino hacia a mi, y en cuanto se acercó le apunté con la metralleta. —¡Porque aqui siempre hay que estar sonrientes! ¿¡Verdad que si don Andrés de Fonollosa!?

La Casa de Papel || Sidney Donde viven las historias. Descúbrelo ahora