Paris se encontraba a un lado de Berlín cuando este daba el comunicado. Con las manos aferradas en su M-16 y la expresión fría, indescifrable, de manera que el libro abierto en el que se había convertido se elimine.
Se mantuvo en guardia, del otro lado estaba Helsinki, de la misma manera que ella, lo que le hacía cuestionarse sobre su trabajo allí. Debía simplemente hacer lo mismo, enfocarse en la misión del atraco en el que estaban, pero se le hacía imposible, ya que mientras que Berlín comunicaba abiertamente a los rehenes sobre la ejecución de Mónica, Denver estaba en la cámara acorazada nro. 2 atendiendola.
Paris estaba enojada. Bastante, a decir verdad. Tanto, que cuestionaba sobre las cualidades de liderazgo de Berlín antes esa orden.
¿Ejecutar a una rehén? El profesor había sido claro; nada de sangre derramada.
Ella no era muy afán de seguir las reglas, pero suponía que Berlín, siendo el líder a mando del atraco debería serlo.
—En los campos de concentración, el respeto se da por descontado...—la imponente voz de Berlín inundando el amplio salón, paseándose entre los rehenes cabizbajos.—Pues aquí va a pasar lo mismo. Vais a picar del túnel, ¡hasta que os sangre las manos!
》En las noches, podráis llorar de dolor, en vuestro camastro, pero entonces, ¡vais a seguir picando! Os rotaréis en su tarea sin descanso, o sino un castigo épico os espera. Como a vuestro líder.
Señala al final de la fila, dónde Helsinki trae a Arturito envuelto en las explosiones plásticas. París abre la boca, pero la cierra finalmente cuando se queda sin habla.
—Un hombre, que si vuelve a traicionar, mata. Que si vuelve a tener ansias de libertad, mata. Que si suda mucho...—se ríe abiertamente—, mata.
Se acerca lentamente hasta quedar frente suyo.
—Un hombre con carácter explosivo. Ahora les vas a dar miedo, aunque, siempre hemos sabido, Arturo, que tú eres la bomba. —sigue riendo de sus propias bromas.—Ahora, como tú eres un apestado te vas a quedar allí apartado. Y todos los demás, ¡al túnel!
Todos se empiezan a mover en dirección a Helsinki, quién los apresura a bajar por el sótano. París pasa de todos, lo más rápido posible, sin mirar a ningún lado.
(...)
El reflejo frente suyo mostraba a una chica alta, extremadamente delgada y con un aires de juventud. El cabello corto hasta los hombros, de un rosa claro y las raíces ligeramente negras. Todo alrededor suyo lucía deprimente, las ojeras debajo de su rostro demostraban la falta de sueño en las pocas horas que llevaban en el atraco.
Abrió el grifo y se mojó la cara, al igual que parte del cabello alrededor.
¿Qué diría su madre, sus hermanos, de verla en un atraco en la mira del mundo? Nada. Ellos no debían saberlo, y haría incluso hasta lo último para evitar que aquello suceda. Después de todo lo que había pasado con sus parientes, ella de todas maneras no podría soportar ver el dolor en la expresión de su madre. No otra vez.
Sus ojos se humedecieron al recordarlo. El rechazo, la indignación, humillación, dolor.
Pero entonces un sonido la hizo dar un respingo. Unas arcadas y finalmente el sonido desagradable de una persona vomitando. París se limpia rápidamente los ojos y camina hasta uno de los cubículos, fuente del sonido, para abrirlo de una patada.
—Joder, tía.—le sujeta el cabello a ambos lados a Mónica mientras esta descarga todo el líquido de su organismo.
Esta suelta otra arcada más antes de limpiarse débilmente la boca.
—¿Cómo coño haz hecho para llegar acá?—pregunta París una vez que se calma.—Estás muy débil, debemos sacarte esa bala antes que se infecte más.
Le dio un mal presentimiento de nada más imaginar a Berlín descubriendo a la rehén deambulando por ahí. El sonido de una bala y el cuerpo en el suelo no dejan de repetirse en su mente al imaginarse aquello.
—¿Me darías... un poco de espacio?—apenas termina de formular aquello vuelve a tener arcadas.
París forma una mueca y sale del cubículo, cerrando la puerta. Se encuentra con Moscú y Denver entrando al servicio, aterrados al principio pero suavizando sus expresiones al verla.
Moscú no dice nada, simplemente entra a ver a Mónica al cubículo. París toma a Denver del brazo:
—¿Por qué carajos dejas a la rehén suelta? ¿Te pones a pensar que pasa si la encuentra Berlín?—le susurra París, enfadada.
—¿Qué cojones quieres que haga? Se ha escapado durante lo de la azotea.—responde de igual forma.
París le manda una mirada dura, para finalmente soltarlo, suspirando. Denver le sigue mirando unos instantes, notando su repentino cambio de humor, su mirada lastimera, vacía.
—¿Estás bien?
París enarca una ceja.—¿Tú lo estás?
Denver sonríe repentinamente. —He tenido días mejores, eh.
Empieza a reír. Su risa tan contagiante hizo que París riera con él, hasta quedar ambos riendo a carcajadas en el baño de mujeres, con Mónica vomitando en un cubículo y Moscú mirándolos a ambos.
Entonces París se rompió, sollozando en los brazos de Denver por todo. Expulsando su estrés, enfado y todo su dolor en su llanto. Moscú los observó en silencio, mientras Denver le acariciaba la espalda y el pelo. La pobre muchacha estaba afectada con todo sus sentimientos encontrados en el atraco.
En ese momento me sentí la más débil. A pocas horas del atraco, yo estaba rota, sentía simplemente no poder seguir más.
—Mírame, París.—Denver sujeto su rostro enrojecido.—Esto va a pasar rápido, ya verás, ¡y vamos a ser riquillos, joder! Yo lloraría también.—le limpió el rostro riendo, tratando de aliviar el ambiente.
París ríe torpemente.
—Así es, Denver, seremos ricos.—susurra finalmente con una enorme sonrisa.