3.

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Sus dedos jugueteaban con la tarjeta de la habitación. Se encontraba delante de la puerta de la habitación decidiendo si entrar o no, de insertar la tarjeta en la ranura o no. Tenía miedo a lo que se podría encontrar, no sabía que clase de Alfred se escondía dentro. Aún que a ninguno de los dos les hacía cero gracia eso, por contrato, tenían que compartir habitación. Tenían que fingir ser una pareja en todo lo que esto conllevaba, cuidar hasta del mínimo detalle ya que si alguien de la organización, trabajador del hotel o incluso, algún periodista, descubría que tenían habitaciones separadas o que se escabullían a medianoche para dormir en otra cama, se podrían desatar muchos rumores y eso era lo que menos les interesaba en ese momento. Cuando firmaron el contrato acordaron que su "pequeñillo problema" lo sabría el número mínimo de personas de confianza, en resumen, su familia cercana, representantes y un par de amigos. Y ya.

Al contrario que él, y como todo el mundo ya sabía a estas alturas, a ella le constaba más expresar lo que sentía. Antes de que fuera conocida, era toda una experta reteniendo sus sentimientos y guardárselos para ella. Pero, cuando su aventura empezó, gracias a las clases de interpretación y sobretodo, gracias a él, había aprendido a que no era malo expresar lo que uno sentía y a canalizar la fuerza de los sentimientos y recuerdos en un mensaje. Pero cuando la bomba estalló, volvió a sus antiguas andadas.

Se guardaba para ella sus sentimientos, su miedo. Miedo. Tenía miedo al miedo. Miedo a meter la pata, miedo a decir otra mentida que hiciera daño, miedo a saber los pensamientos que se escondían detrás de esa mirada pensativa, miedo a dormir y que al despertar todo fuera aún mas extraño y ellos aun fueran más raros.

Suspiró y se armó de valor para abrir la puerta. Se preparó mentalmente para enfrentarse a cualquier situación que se pudiera encontrar. Con un gesto seco, cerró la puerta y saludó sin mirarlo. Se quitó la chaqueta y la dejo colgada en la entrada. Respiró, y se giró. Allí estaba él, tumbado en la cama e improvisando con su guitarra.

-Tu madre se imaginó que estarías durmiendo y no quería molestarte-dijo ella llamando la atención de él-. Me ha dicho que te diga que cuando despertases, la llamases.

Su respuesta fue levantar el dedo pulgar a lo que ella le respondió igual. No tenía ganas de tumbarse en su lado de la cama, así que se sentó en la incómoda silla que estaba al lado de la ventana, sacó su teléfono móvil y revisó sus notificaciones.

-Mierda wifi... -Musió para ella misma al ver que la foto no se le cargaba.

-Utiliza los datos...

-Gracias por la sugerencia, no se me había ocurrido. Los utilizaría si me quedasen... -le respondió sarcásticamente. Por fin le había dirigido la palabra. No es que estuviese enfadada con él por haberse ido como se había ido, al contrario, una parte de ella se alegraba de que él estuviera con alguien que le quería y valoraba tanto como Ángela. Del mismo modo, a ella no le había importado nada volver al hotel con Chus, la cual la seguía tratando como una más en la familia aun que ya no estuviera con su hijo.

Alfred no le contestó, no tenía ganas de volver a crear más tensión donde ya había suficientes malos rollos. Amaia puso los ojos en blanco y siguió pendiente de su teléfono móvil. Tenía cientos de mensajes para responder, tenía mil notificaciones de sus redes sociales mencionándola en lo fantástica que había estado en la entrevista y etiquetándola en fotos con Alfred y no tenía ganas de revisar nada de todo eso. Después de varios segundos mirando el fondo de pantalla, decidió guardarlo de nuevo y mirar por la ventana hasta que decidió abrir la boca de nuevo.

-Creo que deberíamos hablar...

-Pues habla -Alfred contestó bruscamente dejando la guitarra a su lado e incorporándose de la cama. Sabía que esa frase se la diría tarde o temprano cuando ella volviese al hotel así que él ya había meditado su respuesta antes de que ella soltase la "frase mágica".

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