Balanceaba fuertemente el coche de un lado a otro. Grité fuertemente, pero no había nadie más que nosotros.− Abre o entraré a la fuerza. Sal que terminemos lo que empezaste.
El chico levantó el puño para golpear el cristal con fuerza. Comencé a buscar algo en mi bolso para defenderme. En esta ocasión vendrían muy bien esos espráis típicos de pimienta que salen en las pelis. Como no tenía, lo sustituí por un perfume con difusor. A punto de arremeter contra la ventanilla, abrí rápidamente la puerta golpeándole en una pierna. Retrocedió un poco y aproveché para salir. Rápidamente le pulvericé con mi perfume en toda la cara y comenzó a gritar de dolor. Por lo visto la herida no había cicatrizado. Sin pensarlo salí pitando de allí. Corrí entre los carriles del parking y llegué hasta una furgoneta, donde me pude esconder. Le escuchaba gritar y maldecirme. Me amenazaba una y otra vez con que me iba a matar. De pronto escuché arrancar un coche. Me asomé por debajo y vi el coche de mi amiga moverse chirriando ruedas.
− ¡Mierda! He dejado las llaves puestas.
El chico comenzó a dar vueltas con el coche por todo el parking. Yo no tuve más remedio que moverme de un sitio para otro para que no me encontrara. De repente, el motor del coche dejó de sonar. De esa manera no podía saber dónde estaba el chico, y estaba expuesta a que me descubriera si me movía. Pero si se había bajado del coche tampoco podría quedarme allí parada. Sigilosamente fui encaminándome hacia la salida del aparcamiento. De pronto unas luces se encendieron enfocándome a mí. El motor del coche volvió a rugir como un león a punto de cazar a su presa. Enfrente de mí tenía el coche de mi amiga. Yo estaba atrapada. Andaba pegada a la pared, y eso había sido mi perdición. Había quedado atrapada, entre la espada y la pared, y estaba a punto de cortarme. El motor volvió a rugir y salió chirriando ruedas hacia mí. Paralizada, asustada, no pude moverme. Veía acercarse rápidamente el coche a tanta velocidad que se acabaría estrellando contra la pared, llevándome a mí por medio. Vi saltar al conductor del coche, y cayó rodando por el suelo. Cerré los ojos y esperé lo inevitable.
Me sentí extraña. Ya no reclamaba a nadie. Definitivamente le había sacado de mí y no esperaba que llegara tampoco en esa ocasión. La cosa acabaría así. Y no habría forma de remediarlo.
Grité con todas mis fuerzas cuando noté el coche lo más próximo a mí y de pronto algo cayó sobre mí apartándome de la trayectoria del coche. Sentí un gran estruendo al producirse el choque que destrozó la pared.
Estaba aturdida en el suelo, pero pude ver a un hombre que se levantaba de mi lado y se dirigía hacia donde estaba el chico. De pronto, este le cogió de los pelos alzándolo un poco del suelo, y bastó uno solo de sus puñetazos para dejarlo K.O. en el sitio.
Por fin has llegado. Justo a tiempo. ¿Por qué has tardado tanto? Te he estado esperando desde la primera vez que nos vimos. Por fin mi príncipe azul entra en escena, y de una forma espectacular como él sabe hacer.
Muchas cosas pasaban por mi mente en ese momento. Lo que le iba a decir, lo que le iba a hacer cuando lo tuviera más cerca... Contemplé sus pasos que se dirigían hacia mí mientras seguía tumbada en el suelo. Me incorporé un poco y pude ver de más cerca la persona que me había salvado, la cara de mi príncipe.
Mi corazón dio un vuelco tremendo. Aquella persona no era la que esperaba. Extendió la mano para que pudiera levantarme.
− ¿Se encuentra bien, señorita? – me preguntó aquel extraño. No le conocía en absoluto. Era mayor que yo, de unos treinta o más. Bastante alto. Tenía el pelo corto, castaño tirando a rubio. Su cara bien afeitada de piel un poco más oscura que la mía. Y unos ojos azules tremendos, un azul como extraído del cielo. Vestía una camisa a cuadros y unos pantalones marrones. Iba bien arreglado con su cinturón y sus zapatos de piel. Un hombre bastante seductor.
Automáticamente me lancé a sus brazos. No era el príncipe que esperaba, pero era mi príncipe. Por fin salía de los libros y dejaba lo que estuviera entreteniéndolo en sus aventuras para venir a rescatarme. Me había salvado de lo que habría sido mi muerte. Estaba en deuda con él. La protección de sus fuertes brazos fue embriagadora. Quería quedarme allí para siempre. Fuera quien fuera aquel extraño no quería dejarlo escapar. Noté como me acariciaba el pelo para tranquilizarme. No me había dado cuenta de que estaba llorando sobre su pecho. Su piel era fría y eso apaciguaba el ritmo de mi corazón. Cerré los ojos lentamente. Por fin estaba donde quería.
Por favor, señor. Haz que este momento dure toda la vida.
Comencé a escuchar de lejos los gritos de mi amiga que se acercaba corriendo, pero fueron perdiendo intensidad conforme se acercaba hasta dejar de escucharla. También las sirenas de los coches de policía que entraban en el recinto. Todo el sonido desaparecía dejándome en un silencio tranquilizador. Por fin podía ser feliz.
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A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©
Misterio / SuspensoAnaís. 20 años. Estudiante de universidad. Ian. El hombre de su vida, pero oculta un secreto. Una sucesión de crímenes acontecidos las noches de luna llena te llevarán a descubrir el límite entre la realidad y la ficción. Acompaña a nuestra protagon...