La virtud (prólogo)

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Vertueux, virtuoso.

Virtud

Del lat. virtus, -ūtis.

1. f. Fuerza, vigor o valor.
2. f. Integridad de ánimo y bondad de vida.
3. f. Disposición de la persona para obrar de acuerdo con
determinados proyectos ideales como el bien, la verdad,
la justicia y la belleza.

«Virtud es la cara pública del vicio.»

LEONID S. SUKHORUKOV

Le gustaba ver las estrellas por la noche, que el cielo estuviera tan despejado que su titileo alum­brara la total oscuridad. Le gustaba verlas y pensar en lo mucho que el sol le hacía falta, lo mucho que extrañaba ver el cielo con nubes nadando en él y tratar de encontrarles parecido con cual­quier clase de objeto cotidiano como si la vida sobrara, sólo sentarse en la plaza y dejar que el tiempo se escurriera en pensamientos que jamás recordaría. Era una forma de la felicidad que, hasta ahora, había sido ajena para él.

Cada día tenía la fortuna de encontrarse con tan discordante percepción y era capaz de satisfa­cerle. En ocasiones se topaba con deseos desatinados que llegaban espontáneamente y jamás se los negaba, no tendría por qué hacerlo: una taza de café de la más alta calidad, un libro que sus padres le habían obsequiado cuando niño y él mismo. Sonaba pretencioso y lo sabía, pero era la verdad y era feliz por ello. Jamás, durante su adolescencia habría podido imaginarse sintiéndose dichoso por el simple hecho de sentarse y encontrar tan pintoresco panorama de su realidad.

Harek entrecerró su lectura, Un mundo feliz por Aldous Huxley, y echó un vistazo a su alrededor. Frente a él, una plaza con el pasto más verde que en sus veintisiete años hubiera visto, incluso más hermoso que el que él mismo plantó en la preparatoria en el club de jardinería. Sí, si alguien lo mirara jamás apostaría que era uno de esos sujetos que dedican su día a cuidar a las petunias y recortar las hojas secas de las palmas y la realidad era que amaba hacerlo. Un doctorado en genómica botánica lo respaldaba. Y aunque aquellos días de preparar la tierra y esperar a que pequeñas semillas germinaran se habían quedado atrás, siempre escuchaba el llamado de las plantas para que les dedicara un minuto. Eran amantes celosas, requerían la atención que él pudiera brindarles.

Por ello, nada en aquel jardín le era ajeno y aún, tras algunos años de vivir en esa ciudad, no terminaba de asombrarle que el cerco de pingüica creciera justo frente a los árboles de cerezo. Nadie pisaba el césped, excepto por un sujeto que lo recortaba un poco. Sonrió al percatarse de aquel aroma a hierba recién cortada mientras los recuerdos llegaban a él. ¡Cómo había cambiado su vida! ¡Cómo había cambiado el mundo desde su infancia! El amargo sabor de la perfección en la que vivía lo embargó al sentir las memorias recorrer su cuerpo, todas y cada una de ellas entraban en él a través de todos los sentidos:

No eran visiones, sino escenas completas, acontecimientos que le abrazaban con la más dulce aflicción que pudiera experimentar. No le gustaba vivirlas al iniciar el día, aún había mucho por hacer y no podía darse el lujo de perderse en el laberinto de sus recuerdos.

Miró pequeñas ondas crearse en el café de aquella pequeña y delicada taza de porcelana por el fresco viento que soplaba. Al final, eran las siete de la mañana, aún persistía la brisa de la madrugada. Era verdad, ese era su primer día como catedrático en la afamada universidad de esa novedosa ciudad. No necesitaba el empleo, pero anhelaba sentir un poco de normalidad y humanidad en su existir. Dio un sorbo a su bebida dejando que el sabor amargo cruzara por su lengua. Al inicio, beberle había sido una experiencia descomunal. No estaba seguro de qué parte del mundo había sido importado el grano, pero jamás se imaginó que aquel líquido pudiera tener un sabor tan puro.

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⏰ Last updated: May 04, 2019 ⏰

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