Hazme feliz.

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Mis pequeñas miserias, atravesadas por el dolor.

Por un corazón roto, ¿qué más da? Las cosas pasaron por alguna razón, por tu sinsentido tan común.

Por la risa de tu mirada, la largaría de tus pestañas.

Supe aprender a respirar con esas estúpidas fotos, alimentándome de tus recuerdos, soñando…

¿Dónde podría gritar hoy? No sé dónde estaré mañana, no sé quien soy o lo que escondo.

“Búscame”.

Aquel día, corría más de lo normal, sólo podía pensar en como llegar, necesitaba encontrar un final.

La suerte de ser aquella muñeca siniestra es que la oscuridad no me aterraba, me hacía sentir. Sin saber explicar, era un sentimiento de explotar.

Dí vueltas hasta tropezar, y caer en la arena, sonreí como si no hubiera mañana. Sonreí por todas las caídas pasadas, por las que podrían llegar.

De pronto me sentía abrazada; sentía que daba igual huir de ti.

Cruel pensamiento, cruel realidad que jamás me dejaría escapar.

Jugué con la tierra entre mis manos, y miré al frente. Para ver esa luna, esa luna que un día significaría más que mi vida misma.

Luna con mirada penetrante, que brillaba más de lo que ningunos ojos lo harían nunca, que se reflejaba feliz sobre el agua que el mundo abarcaba.

Luna tan grande que jugaba a taparla con la mano y perdía, a la que tanto había visto y escuchado.

Sentada en la arena acabé por suplicar que me “buscara”, que me “encontrara”.

Aquella noche nunca sería como las demás, aquella tendría algo de especial;

Con la mirada alta comencé al recrear mi camino, seguí al frente, pensaba y lloraba.

El mar es bello, pero siempre le tuve miedo; tan profundo, diurno o nocturno, como algo permanente, como algo desconocido, como la sombra de todos los misterios repletos del azar. Sorpresas o destinos que se mueven con esas olas, cargadas de ternura, rabia o temor.

 Pude sentirlo, pude sentirme. Poco a poco, el notar las prendas húmedas pegadas a mi piel.

El ir notando la “profundidad”, el probar a caer en ese mar de dudas, en ese mar infinito que me daría lo que jamás podría encontrar.

¿Dónde se separaban las lágrimas y dónde comenzaba el agua?

Me dejé flotar, y sé que grité. Que estaba sola y no me sentía así.

Y con ese último suspiro, como quien reza a su dios, quien pide perdón, como quien salta, la miré y le dije; “hazme feliz”.

Aquella noche “algo” se hundió.

Pero verdaderamente le encontró, y pasó todos sus días siendo el mar cargado de luz y oscuridad. Cargado de todas las lluvias y lágrimas, de sonrisas perdidas, cantos en la noche y vivió.

Vivió para siempre, y dejó de huir.

Imaginar ese “siempre”, imaginar lo eterno y bello que tuvo que ser, para que Luna y Mar todas la noches canten. 

Hazme feliz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora