Capítulo 09: Provocativos.

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—Realmente, no me esperaba que dijeras eso —le digo algo asombrado

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Realmente, no me esperaba que dijeras eso —le digo algo asombrado.

—¿Qué cosa? —responde confundida.

—Que soy una persona muy sexy y caliente —le digo recalcando la palabra “muy” tal y como ella me lo dijo haciendo que un pequeño sonrojo se formara en sus pómulos pecosos. Al tener su cabello rojizo suelto agachó su cabeza escondiéndose en él.

—No tengo filtros —admitió—, hay veces que digo las cosas sin pensarlo y después me da una gran vergüenza por ser tan bocazas y luego de pensarlo bien me arrepiento de haberlo dicho —se ríe mirándome, y ahí es cuando me quedo observándola detalladamente. Admiro sus hermosos ojos azules claros, sus radiantes pecas que están por todo su rostro que hacen verla tierna y su cabello que desde un principio me fascinó. Ese color rojizo casi rubio le queda hermoso a ella.

—Nunca te arrepientas de las cosas que haces o dices, no sabes cuándo se volverá a repetir esa oportunidad... —susurro acercándome a su rostro.

—¿Por qué lo dices? —pregunta curiosa, Sam es la chica más curiosa, hermosa y tierna que he conocido.

—Experiencia propia —murmuro incómodo por no querer hablar sobre ese tema que siempre estará marcado en mí.

Deduzco que a notado mi incomodidad porque se queda callada, arrancado la grama de aquel parque sin importar dañarse la manicura.

No tuve una infancia muy feliz, es más, mi infancia vivirá en mí por toda mi vida hasta que yo mismo decida borrarlo, pero no estoy seguro de aquello, porque es una parte importante y al mismo tiempo desagradable de mí vida.

Mi oscura y traumática infancia es algo que me dejó marcado de por vida y al mismo tiempo lo agradezco, porque gracias a eso no soy débil como años atrás.

—¿Quieres comer algo? —le sonrío amablemente para que sepa que no estoy molesto ni nada por el estilo. Ella deja de arrancar la grama y me mira sonriente con sus ojos brillando.

—Chocolate o cerezas —dice entusiasta.

—¿Te gustan las cerezas? —asiente—. Vamos a comprarlas entonces, princesa.

Ella me observa asombrada por el mote que le he dicho.

—Esto es algo nuevo para mí...

—¿Qué cosa?

—Eso de que me pongan apodos cursis —ríe burlándose de mí.

—No dejaré de hacerlo —enarco una ceja sonriéndole—. Se me ocurren muchos apodos para ti, chica rusa.

Ella se ríe mientras yo la observo confundido. Pero, su risa es música para mis oídos. Es la melodía más hermosa que he escuchado.

—Ese apodo ya no lo han dicho antes.

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