XIII: Provocaciones

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Yuuri comenzó a abotonar el camisón de seda con movimientos lentos y temblorosos. Sudaba de los nervios y tragaba saliva cada vez que un botón se le resbalaba y sus dedos lograban tocar la suave y pálida piel de Viktor. Era como acariciar porcelana de la más fina; débil, frágil y hermosa.

Estaba traicionándose a sí mismo y a la fidelidad que le juró en el altar a Yuko, pero no podía contenerse. Cuando veía esos ojos azules que le observaban de lejos, su corazón daba un vuelco de felicidad. Se regocijaba al saber que a su esposo no le era indiferente; lo deseaba tanto o más que él.

Un toque insignificante podía ocasionar un calor inextinguible. La llama de esa pasión que había estado congelada se encendía y día a día se hacía más grande, pero tenían dudas. Ambos eran aún desconocidos y el amor entre ellos nacía de una profecía, no porque hubieran querido.

Madre Luna había conectado sus destinos por una razón. Creían que ese motivo sería Aysel, el niño prometido por los dioses, pero ¿y si no era por él? ¿Y si realmente estaban unidos por una fuerza más poderosa? ¿Qué harían si su hijo sólo era la clave para descifrar el misterio en torno a la maldición que los acosaba?

¿Se concederían la oportunidad de amar?

—Mañana llega tu familia, descansa —murmuró el pelinegro, dispuesto a retirarse antes de que sus sentidos fueran nublados por la necesidad de tener en sus brazos a Viktor—. Con permiso.

—¿Piensas que Madre Luna previó esto? —cuestionó, girándose para enfrentar a Yuuri. Lo miró fijamente unos segundos y se acercó decidido a tomarlo, porque no se rendiría. Lucharía hasta el final por esa mínima esperanza que todavía le quedaba—. Tú y yo enamorados.

—Pienso que los dioses son unos dictadores —argumentó, conduciendo su mano derecha hacia la mejilla contraria—. Y pienso que la vida es corta para vacilar. Si anhelas con tanto fervor a alguien, hazlo tuyo.

—Oh, ¿puedo hacerte mío?

—Yo no dije eso —objetó riendo. No, no lo había dicho, pero sí era uno de sus pensamientos rondando en su mente—. Nos casamos por compromiso, pero no nos amamos como una pareja. Somos dos personas que tienen un futuro en común y un hijo.

—Pero yo... ¿te soy atractivo? —inquirió curioso, acortando incluso más la distancia que lo alejaba del rey de Krasys—. ¿Te gusta verme? ¿Lo disfrutas?

—Por supuesto, eres tractivo para muchos aquí en Snowland o en mi reino —admitió, deslizando las yemas de sus dedos hasta la comisura de la boca del príncipe—. Es difícil.

—¿Difícil? —repitió, esbozando una sonrisa pícara. Lo estaba seduciendo porque entendía que Yuuri Katsuki era complicado de persuadir y muy recto como para traicionar a su esposa no oficial—. Si dices que soy atractivo para muchos, significa que querrán besarme y cumplir sus fantasías.

—Supongo —musitó enfadado, delineando los labios tersos y rojos que adornaban el rostro perfecto del semidiós—. No me gusta la idea, pero tampoco puedo descartarla. Ellos te alaban, lo sé porque fijan sus obscenas miradas en ti como si intentaran devorarte.

—Es lo que tú haces en este instante —precisó, acallando por primera vez los reclamos que el soberano de Krasys le decía—. Te abstienes, pero no es lo quieres.

—Descansa —bufó, evadiendo su realidad y sus deseos. No era bueno ni sano, no le traería ningún beneficio.

-n-

Por la mañana, Viktor salió de su habitación temprano. El sol apenas se asomaba en el horizonte cuando él ya estaba sentado en el trono, aguardando por la llegada de su padre y hermano. ¿Cómo lo recibirían? ¿Furiosos? ¿Alegres? No importaba, le fascinaba ser consciente de lo que provocaría.

Reyes del invierno #PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora