— Puta mierda — gruñó totalmente amargado, achicando sus ojos para intentar enfocar bien su vista. Los limpiaparabrisas iban moviéndose rápidamente pero no daban abasto con la cantidad de agua espesa que caía del cielo. Iba a una velocidad baja y con las luces altas, sus manos apretaban el volante, como si eso fuera suficiente protección en caso de que el cinturón no sirviera de nada si llegaba a tener un accidente.
Estaba una hora o dos atrasado, su celular no había dejado de sonar e imaginaba era su madre pero no quería detenerse. Miró de reojo la pantalla que se volvió a iluminar, totalmente exasperado lo tomó para atender.
— Oh, Joshua, gracias al cielo contestaste. Estaba por llamar a la policía.
— Madre, hay una gran tormenta y casi que cometo la imprudencia de responderte manejando — mintió, pues no había soltado el volante aún.
— Lo siento, cielo. Quería saber qué sucedió, al menos sé que estás bien. Ten mucho cuidado y, por favor, llama en cada parada que hagas. Adiós.
— Adiós.
Cortó, pero ni bien dejó el celular en el asiento de al lado, una figura se cruzó en su camino. Juró ver a una persona. Frenó de golpe, sin embargo su desgracia fue tal que el pavimento completamente empapado hizo resbalar las llantas, provocando que perdiera el control del automóvil. Las imágenes a su alrededor fueron borrosas en esos segundos, pudo ver su vida pasar frente a sus ojos al momento en que su auto se salía del carril y se estrellaba en algún punto de la espesura de la noche.
Sonido blanco, dolor de cabeza, dolor en todo su cuerpo. El cantar dulce de los pájaros resultaba una completa tortura, las pisadas de los animalitos y las hojas y ramas quebrarse bajo sus patas era completamente insufrible. Con un quejido se apartó del volante, sus ojos intentaron acostumbrarse a la luz del sol que se filtraba entre los altos árboles. Se llevó una mano a la frente, descubriendo la sangre seca y volviendo a gemir ante el dolor. ¿Qué diablos había sucedido? Observó un poco su alrededor, el parabrisas estaba quebrado, podía ver el frente abollado y no se quería imaginar lo demás. Buscó desesperadamente, y entre fuertes mareos, su celular hasta hallarlo.
— Oh, no... ¡Mierda! — exclamó. Roto. Totalmente roto se encontraba su nuevo Iphone. Lo dejó con furia en el asiento y se sacó el cinturón, dispuesto a abrir la puerta pero estaba trabada—. Genial... Lo que me faltaba.
Se apartó al asiento del copiloto e intentó abrir la puerta, nada. Se acomodó sobre sus codos y dio una patada a la ventanilla, luego una más, volviendo a sentarse en su lugar, dando codazos a los vidrios que restaban para terminar por sacarlos. Se salió hacia afuera, pisando el suelo lleno de vegetación, mirando alrededor ¿Dónde estaba? ¿Cómo llegó ahí? Se pasó una mano por el cabello, quejándose por un nuevo dolor.
Tenía que salir de ahí, su madre se preocuparía si no llegaba. Comenzó a caminar, aunque realmente no estaba seguro de a dónde iba pero suponía que en algún momento debía hallar la carretera. Lo que le preocupaba era el hecho de que la tierra estaba húmeda y hacía mucho calor, lo que significaba que la tormenta había cesado hacía mucho tiempo. Eso significaba que había estado quién sabe cuántas horas o quizás hasta un día inconsciente ahí, o bueno, eso creía él. Por la claridad del día podía decir que apenas había amanecido no hacía mucho, además de que se sentía esa humedad del rocío nocturno aún, eso lo llevó a notar otra cosa. Dejó su malhumor, miedo y preocupación a un lado para poder apreciar mejor su alrededor. La luz dorada filtrándose por las hojas, el verde de la vegetación era casi saturado, el cantar armonioso de las aves y habían pequeñas motitas de polvo se veían cuando había algún rayo, todo era como sacado de cuentos. Era un escenario casi fantástico. Iba observando cada lugar y había a un lado las ramas que estorbaban hasta que de pronto vio algo. Una cúpula de cristal.
Su expresión habría sido tal que hasta él mismo se podría haber burlado, pero que fue imposible al momento de notar a una persona bajo ese techo. Parecía estar esperando a alguien. Tenía cabello negro, corto. Bueno, medio largo en realidad. Podía ver su expresión, un rostro tranquilo y muy hermoso, sin imperfecciones. Era un ángel. De pronto esta persona se giró, encontrándose con un desastroso Joshua mirándolo fijamente pero no pareció molestarle, al contrario, una sonrisa amplia y brillante afloró en sus labios.
— ¡Sí viniste! — exclamó el muchacho, corriendo hacia él, lanzándose a sus brazos—. Sí viniste... al fin.
Joshua estaba sorprendido, tanto que incluso ignoró el dolor que recorrió todo su cuerpo cuando el desconocido lo abrazó.
— ¿Qué sucede? ¿Acaso los ratones te comieron la lengua? — rió este muchacho y Joshua se endulzó los oídos al escucharlo.
— Yo... — inició, pero aún estaba medio impactado— ¿Quién eres?
El otro se apartó un poco, mirándolo, riendo levemente como si fuera una broma.
— ¿Cómo que quién soy? Soy Jeonghan. Tu Jeonghan — respondió, tomando sus manos, aún sonriendo ampliamente pero Joshua estaba desconcertado. Se soltó de su agarre de forma suave para sorpresa de quien ahora se presentaba como Jeonghan.
— Lo siento, pero no conozco a nadie con ese nombre.
El muchacho pareció sorprendido y pudo notar como su expresión decaía en tristeza, aunque luego se obligó a mostrarse bien. El de cabellos largos sin importarle, extendió su mano para apartar el cabello del rostro ajeno, observando la herida.
— No me sorprende que no recuerdes, con este golpe... Ahh, ahora comprendo. Bien, no importa. Ven, vamos a limpiarte, curarte y cambiarte ¿Qué dirían nuestros invitados si te vieran con esas fachas?
Nuevamente Joshua estaba perplejo, no entendía nada de lo que sucedía y poco importó al parecer, pues el desconocido volvió a tomar su mano para hacerlo caminar entre el bosque hasta llegar a lo que era una gran mansión antiquísima. ¿Quién era esa persona y de dónde lo conocía?
¿Mí Jeonghan?
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Deep Melancholy
FanfictionLa sensación de la melancolía siempre estuvo presente, solo que nunca se dio cuenta de ello.