Cuando cumplí los 13 años nos mudamos a la otra punta de la ciudad, lejos de donde vivía, por lo que tuve que cambiar de residencia, de colegio y de lo más importante: de amigos. El hecho de que ya no volviese a ver a George, Marie y Rose me afectó mucho.
Cuando llegué al nuevo instituto, no me cayó bien absolutamente bien nadie. Las chicas eran extremadamente pijas, repelentes y creídas, a mí eso nunca me ha agradado. Los chicos me parecían feos y antipáticos. Estaba perdida en ese instituto, no encajaba allí, ¡ese no era mi lugar! Todo se puso difícil para mí. No sólo era que no me llevase bien con nadie, es que echaba de menos mi antiguo insituto.
Los primeros días los pasé practicamente sola. Pero después conseguí armarme de valentía, para hablarle a un grupo de chicas de mi clase. Si yo no me acercaba a alguien, nadie se iba a acercar a mí. Era un ahora o nunca.
—¿Cómo te llamas? —Preguntó la rubia, alta, vestida de celeste. Era una de esas chicas que parecen de plástico. ¿En serio aún no sabía mi nombre? Lo habían recitado y pronunciado mil veces en clase. Aunque, ¿para qué se iba a molestar en recordar mi nombre? Mi vulgar y estúpido nombre.
Aún así respondí:
—Anne.
—Encantada de conocerte. —Dijo una morena bajita amablemente.
—Bien, a partir de ahora te llamaremos... —Dijo otra rubia vestida de negro y gris dejando la frase al aire para que sus amigas la completaran. "Es tan gilipollas y tonta que no era capaz de terminar un simple oración", mi odio hacia ellas era muy notable.
—Hannie. —Terminó una pelirroja.
—¿Qué mierda de nombre es ese? —Pregunté totalmente enfadada. ¿Por qué querían cambiarme de nombre? Todavía sigo sin entenderlo. Aunque, si lo piensas bien, aquellas muchachas tenían sólo trece o catorce años, y ya se sabe lo absurdo o absurda que se puede llegar a ser a esa edad.
—El tuyo —contestó la misma—. A partir de ahora...
—Ni a partir de ahora, ni a partir de mañana —me enfrenté a ellas—. Ya tengo un nombre y lo bastante bonito para que andéis cambiándolo.
—Todo el mundo tiene un mote y tú no serás la excepción. —Continuó otra morena con mechas rubias. Es por esto mismo que no quería conocer a estas personas. Son las típicas niñatas de instituto que porque estén estudiando en secundaria, ya se creen que tienen dieciocho.
—Que todo el mundo tenga algo no significa que también tenga que tenerlo yo. Y para tú información, tengo ya un mote.
—¿Ah sí? ¿Y cómo es?
—Eso no es asunto tuyo, sólo mío. —Contesté muy cortante. Me tenían harta, me estaban tocando la punta de la nariz y no deberían de haberlo hecho.
—Olvídate de nosotras. Búscate a otras gilipollas que te hagan caso y que se crean tus mentiras. —Dijo la rubia alta, yo solté una sonora carcajada.
—Eso precisamente no será un gran problema. No es tan difícil encontrar gente mejor que vosotras. —Dije y me fui de allí, ¿en qué estaba pensando al acercarme a ellas? "En no estar sola todos los recreos", me recordó mi subconsciente.
Recuerdo esa conversación como si hubiese tenido lugar ayer. A partir de ese momento, mi personalidad fue obteniendo forma y es una de las cosas de las que más me siento orgullosa. Aprendí a determinarme. Y aunque mi personalidad sea un poco complicada y especial, me gusta porque así soy yo y es muy difícil, por no decir imposible, cambiarme. Siempre he pensado que nadie puede decirte qué debes o no hacer. Eso es una decisión que tú mismo o misma debes tomar.
Días más tarde conseguí unirme a un pequeño grupo de la otra clase del mismo curso, así que pasaba la mayoría del tiempo junto a las pijas esas y separada de mis amigas por culpa de que pertencíamos a clases diferentes. Mi grupo de amigas, en el que había conseguido integrarme por el momento, me caía muy bien y me trataban como creía que merecía y como pensaba que era normal en unas amigas. Éramos cuatro: Sophie, Ruth, Lucy y yo. Había otras personas que a menudo salían con nosotras, pero a estas tres eran a quiénes podía reconocer como mejores amigas.
Nos gustaban los mismos grupos de música, teníamos más o menos el mismo estilo de vestir, lo único que cambiaba era la personalidad: cada una aportaba un granito de arena al grupo para protegernos mutuamente, mantenernos entretenidas y pasarlo bien juntas. Lo típico, ¿no?
Ese mismo año, también pasé por un mala racha —como todos los adolesentes, aunque la mía era ligeramente diferente—. Me sentí acosada y maltratada por los insultos y los motes de gran parte de mi clase y, especialmente, los que provenían del grupo de "las repenlentes". Todo iba tan bien hasta que empezó a pasar esto y ya nada volvió a ser igual.
Mis días eran negros y se basaban en una también oscura rutina: me levantaba sin ganas, preguntándome por qué seguía viva todavía. Apenas desayunaba algo, y después empezaba mi ruta hacia el instituto llena de miedo e incertidumbre por cuál sería el insulto estrella de la jornada. Pasaba las horas aguantando las burlas y las ganas de llorar. Después volvía a casa y me desahogaba cortándome y rasgando la piel de mis muñecas —lo cual casi no me dolía, la tristeza que sentía hacía más daño que cualquier corte— a veces, o simplemente llorando y lamentándome.
Intenté hablarlo con las que eran mis mejores amigas, Lucy y Ruth me dieron la razón, pero Sophie no. Su novio estaba en mi clase y era uno de los que me insultaban, así que lo puso a él antes que a mí. Me distancié de Sophie, Lucy y Ruth también lo hicieron dándome la razón a mí. No comprendían la acitud de Sophie y me apoyaron ante todo.
No lo hablé con mis padres hasta que pasé 4 meses soportándo los insultos —quien dice insultos dice también daño físico por mi propia parte y por la parte de mis compañeras de clase—. Lo hice porque mis amigas fueron constantes en este tema. Decían que no me iban a dejar sola por nada del mundo, pero que yo tenía que poner de mi parte y contárselo todo a mis padres. Ya después todo se arregló con ayuda de mis amigos, mis padres y algunos profesores.
Conocimos a otra estudiante de un curso superior al nuestro, llamada Gemma. Ella tampoco se llevaba muy bien con las personas de su clase, así que pasaba olímpicamente de éstas. Una chica muy amable y comprensiva, así era Gemma. Encajó a la perfección con nosotras y desde el primer día.
Nos veíamos todos los recreos y quedábamos por las tardes y noches. Íbamos al cine, de compras y a algún que otro concierto o fiesta local. Pero pronto, todo lo conocido hasta ahora de nuestras vidas daría una vuelta de 360 grados y tendríamos que adaptarnos a algo nuevo y diferente.
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El Susurro de Anne
Roman pour AdolescentsPuede denominarse superación o persecución de sueños. Llame como se llame, es lo primero en lo que piensan al escuchar mi nombre. ¿Y por qué será? Un día, por alguna extraña razón, decidí cambiar mi vida. No es nada fácil arriesgarlo todo sabiendo q...