El Preludio de la Tormenta.

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   Abrí la ventana del autobús. El ambiente me asfixiaba: El calor generado por muchos cuerpos entusiasmados, encerrados en una caja metálica sobre ruedas, los rayos del sol de medio día que traspasaban las ventanas, incluso las viejas cortinas verde oliva que colgaban y se sacudían con el viento. El bochorno sofocante empezaba a desesperarme y saqué parte de mi cabeza por la ventana. Cerré mis ojos, concentrándome en la brisa que me alborotaba el cabello y se adentraba bajo mi camisa. Pero esa paz no duró mucho.

   ― Castiel ―dijo Lysandro, mi compañero de excursión y mejor amigo sentado junto a mí―. No deberías hacer eso, puede ser peligroso.

   ― ¿Qué es lo peor que podría pasar? ―Eché un molesto mechón sobre mi cara tras mi oreja.

   ― Realmente no lo sé... Son precauciones.

   ― Como si me fueran a expulsar por sacar la cabeza por la ventana.

   ― Pero Cas...

   ― Ya, cierra el pico―espeté y volví a sacar la cabeza por un par de segundos antes de que sintiera un repentino jalonazo del hombro que me hizo girar hacia quien fuera que hubiera tenido el atrevimiento de ponerme la mano encima.

   ― ¡Castiel, ¿qué crees que estás haciendo?! ―rezongó el rubio frente a mí, sosteniéndome fuertemente de la clavícula―. No puedes asomarte así, quién sabe qué te pueda pasar.

   ― No me jodas. ―Aparté su mano de un golpe de mi hombro y me sacudí la ropa, como quitando una mugre inexistente―. ¿Por qué no te vas a llenar formatos o a limpiar las botas de Farrés con la lengua?

   ― Eres un... ―Se apretó el puente de la nariz en señal de estrés y aspiro profundo―. Sólo no te caigas por la ventana del autobús, por favor.

   ― Si me aplasta una tractomula, es asunto mío.

   ― Yo estoy a cargo de ustedes. Cualquier inconveniente que surja es también asunto mío.

   ― Me encantaría escuchar tu discurso de niño responsable pero...No, realmente no me interesa. Piérdete.

   Rebusqué entre mi mochila mis audífonos y los conecté a mi MP3. Aun con las canciones de Winged Skull a casi todo volumen seguía escuchando sus gritos decir mi nombre y no sé cuántos reclamos más. Sus chillidos esta vez se dirigieron al bullicio de los demás, a unos estudiantes en particular: se arrojaban papeles arrugados entre ellos y muchos de estos llegaban a parar a Nathaniel, rebotando contra él y cayendo al suelo donde los recogían y los volvían a lanzar. Aun así, él no perdía los estribos del todo y trataba de mediar con insignificantes advertencias y buenas palabras.

   Evidentemente inútil.

   Me pregunto por qué no tomaba asiento y se relajaba al menos por un momento, ni siquiera los maestros presentes se exasperaban de tal forma. Tal vez se esté tomando muy a pecho su cargo.

   ― ¡Hemos llegado! ―anunció Melody con entusiasmo en cuanto el autobús se detuvo frente a un bosque junto a la carretera.

   Por mucho que había tratado, no había conseguido dormir en el camino. El ruido, el calor, las constantes punzadas de Lysandro con su bolígrafo pidiéndome ideas para una canción... Y no parecía que la situación fuera a mejorar mucho. El cielo estaba parcialmente nublado, aunque no parecía señal de lluvia puesto que el sol era intenso y se encontraba en su punto más alto.

   Fuimos los últimos en bajar del autobús ya que Lysandro había perdido su libreta, un mal hábito suyo. Tras algo más de 10 minutos de ardua búsqueda, finalmente la encontró bajo el cojín de su asiento, un lugar poco usual a decir verdad.

El Preludio de la Tormenta. [Castiel×Nathaniel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora