Tarde blanca de billar

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Llegué al billar en la mañana como en éso de las nueve. Estaba briseando y hacía mucho frío. Entré al negocio y me recibió Emanuel, el encargado del billar que nos permitía hacer nuestros desmanes en su planta siempre y cuando no dejáramos residuos o vomitaramos sus muebles de bazar. Era nuestro cómplice, podíamos estar ahí hasta la madrugada bajo su vigilancia sin intenciones de proteger algo que no fuese su local y su muebles.

-Sammi, que sorpresa. Pasa. Mesa de la esquina tras la barda.

-Claro-contesté.

-Houlaaaaa- dijo Elizabeth cubriendo mis ojos con sus manos de seda, como si no reconociera su voz.

-Houlaaa Elizabeeeth.

-Jaja, mierda. Ven, estamos acá.

Me tomó de la mano y me condujo hasta la mesa casi invisible ante la luz donde mis compañeros se encontraban.

Estaban todos sentados en los banquitos rojos al rededor de la mesa metálica. Todos con vodka, pachitas de tonayan, cerveza y otros tantos tipos de fármacos sobre un platito luciendo como botanas. Llegué y me serví en un vasito vodka seco y me lo bebí como agua. Me serví más y más y más hasta que le entré a la coca y empecé a inhalar. Todos reíamos, gritamos y al son de hip hop y cumbia-reggae otros bailaban, entre ellos Elizabeth y el libertino de Abraham.

Todo era alegría y falso alivio hasta que alcancé a vislumbrar el marco de la puerta de los baños a Elizabeth recargada en la pared, asqueada y al borde de caer. Entre nubes la veía, destellos y chispas blancas se apoderaban de mi vista, luego alguien se le acercó y la abrazó por la espalda. Ella se despegó de un tirón y dijo algo así como que no se sentía de humor. La verdad mis oídos estaban aturdidos y no comprendía muy bien los diálogos de Elizabeth ni las platicas sin sentido de la mesa que dejé metros atrás para acercarme a escuchar a la pareja.

Ella lo empujaba desganada por el pecho y a él parecía poco importarle, pues bien le volvía a tomar la cintura con fuerza y le besaba el cuello, las clavículas, le apretujaba los senos hasta que no pude más. Mis otros compañeros estaban ausentes, en su mundo. Yo me sentía con energía de sobra y fuerza sobrehumana, toda esta certeza apareció cuando Elizabeth cayó al suelo y gritó《¡Qué no puta madre quítate de encima!》

Me acerqué justo al llamado y le grité.

-¡Déjala en paz!

-¡Hay mira! Eli, ya llego tu defens...

No alcanzó a terminar su frase cuando le rompí la boca con una botella de cerveza que lo tiró al suelo. La escena se torno de silencio y por un momento me quedé en parálisis hasta que volví en mí para levantar en un intento a Eli y salir corriendo del local dejándo atrás a mis viciosos amigos, al maldito Abraham y a los demás presentes que estaban mirando la escena estampados en la pared sin atreverse a salir ni a intervenir.

Corrimos como almas que persigue el diablo por calles al azar hasta llegar a la avenida insurgentes y tomar un autobús para llegar a mi casa. Abrí con dificultad el cancel y la puerta temblando, al entrar a la casa cerré de un portazo y me tiré en la alfombra al lado de ella. Luego de un ratito intenté suavizar la situación improvisando una conversación de primera vez.

-Hey, Eli. . eh... ¿tienes hambre?

-Sam, ¿porqué hiciste eso?

-Te estaba haciendo daño y...

-No era tu problema sam, no tenías que demostrar que podías caer así de bajo, a ser..

-¿¡Querías que te violara!?

-¡No! pero no tenías que ser tan salvaje, pudiste haberlo matado.

-Se lo merece.

-Eres.. ah... olvidalo.

Siete Días en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora