Me regresé corriendo a mi casa y la encontré vacía pero hecha un asco. Parecía que un tornado caminó por ahí.
Le tomé poca importancia y me dirigí al teléfono de la casa para hablar con Elizabeth. Sonaron tres bips y al fin alguien descolgó al otro lado de la línea.
-¿Bueno?
-Malo.
-Sammi, ¿qué pasa?
**********
-Oh no, voy para tu casa, esperame ahí.
-No Eli, te pueden encontrar en la calle.
-No pasa nada, voy para allá.
Llegó a mi casa y me abrazó analizando mis heridas en la cara. No quise contarle que me habían golpeado abajo.
-¿Qué vamos a hacer Sam?
-No sé, ¿que vas a hacer tú? Me advirtió que se las vería contigo.
-Mierda, mierda, ¿que hago?
-Pídele la casa a alguien y quédate con ellos unos días.
-Eso sólo atrasará el problema pero luego van a buscarme.
-Elizabeth ¡es que como se te ocurre!
-¿De qué?
-¡Sólo a ti se te ocurre mezclarte con personas así!
-No me regañes, bien sabes para que lo quería, y tú también le cogías droga como yo.
-¿Te das cuenta de que ése mafioso es capaz de todo?
-¿Me vas a ayudar o no?
-Bueno, ya.
Abraham García no sólo era atractivo, sino que además se dedicaba a el negocio familiar: el tráfico de drogas.
Elizabeth le había dado su virginidad a cambió de una extensa dotación de hierbas y fármacos, y otros tantos lujos. No fue un trato escrito, pero si a alguien le atraía esta divina mujer se producía la sensación de deberle una vida como anticipo.
Me metí sin querer a los pasillos de la mafia, y entre esos pasillos también rondaba Elizabeth. No sabíamos que hacer, queríamos encerrarnos y no salir nunca pero esos malditos sabían domicilio y cada rasgo humano de las personas con las que tenían relación. Nos encontrarían, y si no solucionabamos esto ellos la cobrarían con la familia.
Sentí que la sangre me hervía y se evaporaba al mismo tiempo. Teníamos que idear un plan, maldita sea.
Duramos dos días sin ir a la escuela a llave y candado en nuestra casa, sólo nos comunicabamos por teléfono, ya ni siquiera por alguna red social.
Al tercer día nos animamos, era hora de salir a la luz y no por voluntad propia, sino porque era día de examen de recuperación y no quería perder el año. Llegué temblando a la prepa esperando lo peor, pero en la entrada me encontré con Eli.
-Hola Sammi.
-Hola...
-¿Tienes miedo?
-¿Qué tú no?
-Hay Sam, tenemos que escondernos.
-Entiendo, ¿lo has visto?
-De mera suerte no.
Una mano enorme nos tomó del brazo a mí y a Elizabeth para darnos malas noticias.
-¡Hay, qué te pasa, que quieres!-respingó Elizabeth.