Día Tres

40 1 0
                                    

día 3

Era nuestro segundo día en el hotelito junto al mar. Despertamos en eso de las once gracias a los rayos de sol que se filtraban discretamente por la ventana. El cuarto se tornó color ámbar dejando a lucir que era una habitación rústica, de muebles de madera y cálida. Casi parecía que las paredes se iban a derretir. La habitación era un cuartel naranja donde Elizabeth y yo ocultamos todo un arsenal de caricias y dulzura para las dos.

El dinero comenzaba a terminarse y el crack también, no quería imaginar la situación en la que me vería si el dinero y la droga llegaran a finir, tendría que lidiar con mi cuerpo ansioso e hiperactivo que surge durante la abstinencia, y para acabar con el de Elizabeth en la misma condición. Íbamos a terminar destruyéndonos la una a la otra. Elizabeth estaba muy dormida y no quise despertarla, me puse de pie, me vestí y salí a caminar con dirección al pueblito para hablar con mis nuevos amigos.

Al llegar me saludó Doña Sole.

-¡Hola güerita! ¿Qué andas haciendo tan solita?-dijo la doña.

-Eli se quedó dormida y no quise despertarla.-respondí.

-Ah que caray, ¿te preparo algo? unos taquitos de pescado te irán bien, güerita.

-Pues sí, gracias doña Sole.

Doña Sole era una mujer rellenita, morena y con el cabello hasta la cintura atado en una trenza. Tenía más o menos unos sesenta años pero lucía una fuerza de veinte.

En ése momento llegó Don Beto.

Don Beto era mi nuevo amigo anciano que conocí al día anterior. Nos contó a Elizabeth y a mí que nunca fue a la escuela pero que siempre quiso ser contador. Tenía ochenta años y aún lucía una belleza de ruina que nos dejaba apreciar a través de ésos ojos verdes el hombre guapo y fuerte que fue.

El comenzó a relatarme su vida y yo comía, escuchaba, bebía cerveza y escuchaba.

-Mi vida fue dura güerita, y digo fue porque ahora soy muy felíz.-me dijo.

-¿Y nunca se casó, don Beto?-pregunté.

-No, pero tuve dos mujeres. Antes no se necesitaban papeles ni contratos, la palabra misma y un juramento eran suficientes. Claro que ya se llevaban a cabo matrimonios por el Civil y la Iglesia, pero yo siempre fui liberal.

-Era loquillo don Beto.

-Jajaja. No güerita, era honesto y un ser libre, que es distinto.

Don Beto me contó que cuando era pequeño su familia era muy pobre. A veces las personas pasaban por la calle con fruta y él esperaba escondido a que tiraran la cáscara de la fruta para poder recogerla y comérsela. Usaba ropa vieja y los mismos zapatos todo el año, hasta que en los dedos se le hicieran ampollas. Toda su vida trabajó en el ferrocarril y conforme el paso del tiempo subía cada vez de puesto. Ganaba mucho dinero. Con su primera esposa tuvo tres hijos, y con la segunda, con la que estuvo hasta que ella murió, tuvo ocho. Logró hacer su casa grande en terreno propio, le dio estudios a todos sus hijos《Lástima que sólo rosita fue la única en titularse》me dijo. Sus primeros tres hijos viven en Estados Unidos y los demás en Tepic, cada uno por su lado.

-¿Y porqué usted no vive en Tepic también, don Beto? ¿No extraña a sus hijos?-pregunté.

-Sí los extraño, pero mi rancho Tepic ahora es una ciudad y yo prefiero la tranquilidad de las olas y ver caras nuevas, tan bonitas como la tuya espero.

-Hay don Beto.-solté una risita y el se empezó a reir.

-Tranquila güerita, no te sonrojes que no es cortejo, me gustan más morenitas.

Siete Días en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora