Día Cinco

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día 5

Despertamos.

-Samanta, despierta.

-¿Hola? ¿qué?

-Vámonos.

-¿A dónde?

-No sé, vámonos.

-Está bien.

Eran las cinco de la mañana cuando nos fuimos. Yo moría de sueño y ella de abstinencia.《Me quiero morir ¡me quiero morir! me quiero morir maldita sea》repetía una y otra vez mientras se retorcía en el asiento del copiloto como un baboso con sal. No sabía que hacer, Elizabeth se pondría peor cuando supiera que la parada que acabamos de hacer es porque no hay gasolina. Nos quedamos en el auto un rato a esperar a que a ella la abandonara la agonía para seguir avanzando. Nos bajamos del auto, cogimos las mochilas y caminamos no sé cuanto. Íbamos despacio, desganadas, deambulando en la carretera silenciosa hasta que Elizabeth inquirió:

-¿Ya vamos a llegar?

-¿A dónde?-respondí.

-¿Pues a donde vamos?

-No sé, yo te estoy siguiendo.

-Chingado.

Eli estaba tan irritante, refunfuñaba por cualquier cosa, me gritaba todo el tiempo, me aventó, me volvió a gritar.

-Elizabeth, ¡Ya cállate!

-¡Cállame perra!

-Maldita sea, no mereces que haga tanto por ti.

-¿Qué tanto has hecho? Esconderme.

-Darte alimento, no dejarte sin techo, arriesgar mi vida por ti, ¡no abandonarte como lo hicieron todos! ¿es poco para ti? No. No es poco. Pero como tú eres una malcriada y no mides las consecuencias te llevas entre las patas a los demás y ahora estoy por morir y todo ¿porqué? Porque aquí la señorita es una drogadicta y una promiscua.

-No hables de lo que no sabes.-dijo triste.

-Entonces no me reclames lo que no es verdad. Tú siempre me contaste de tus aventuras sexuales y yo aquí, guardando mis ganas de gritarte. Mientras tú andabas de allá para acá yo no sé si soy la tercera, la décima o la quinta.

-¿Te importa mucho una cantidad?-dijo.

-No, pero me gustaría tener el privilegio que tienes tú.-concluí.

Ella se pasó muchos metros llorando y limpiando su nariz escurrida. El sol estaba en su punto, sudabamos, nos aumento el color de la piel, moríamos de sed y de abstinencia, ¿qué podía ser peor? Me adelanté a la pregunta.

Una camioneta se detuvo a nuestro lado y nos ofreció agua en una botella. Elizabeth les dijo que estabamos perdidas y que no habíamos comido nada, la pareja dentro del auto nos sonrió y nos ofreció llevarnos hasta el siguiente pueblo. Que tontas fuimos, caímos ante la tentación y nos declaramos en derrota sin haber luchado.

La camioneta era grande y lucía limpia. Nos acomodamos en los asientos y Elizabeth estaba tan llena de alivio que olvidó su mochila en el suelo de la carretera, fuera del auto. Ella intentó abrir la puerta pero fue inútil, estaba atascada, quiso bajar el vidrio del auto para cogerla desde arriba pero la manivela era inservible.《Tiene seguro para bebés, y para los que quieren huir, no te asustes, reina》le dijo la mujer que reposaba en el asiento del copiloto. Elizabeth me miró con los ojos cristalinos y con gesto de piedad, al instante cayó en el asiento desmayada, y cuando yo intenté despertarla mis fuerzas se cayeron al suelo junto con mi cuerpo. El agua que nos dieron tenía fármacos y el oasis automovilístico que se nos acababa de aparecer era una alucinación. Una mentira.

Siete Días en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora