Día Seis

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día 6

Eran alrededor de las cuatro de la mañana y yo seguía sin dormir. Estaba exhausta y me cascareaban los ojos pero mi cuerpo no quería dormirse.

Ya había amanecido, no recuerdo a que hora me dormí pero no fue suficiente. Nos levantó la mujer de los sedantes tocando una campana y diciendo con su voz aguda《Despierten chicas, despierten, ya es hora, despierten》Todas nos comenzamos a estitar en la cama y a espabilar los ojos. Caminamos en hilera bajo la vigilancia de la mujer y en orden todas nos cepillamos los dientes. Nos hicieron cambiarnos de ropa para desayunar, a mí y a Elizabeth nos proporcionaban todo lo que nos hacia falta, aparentemente no era tan malo y nos darían una vida semidigna pero sólo eran apariencias. Nos dieron tres horas de ejercicio que sentí duplicadas, luego nos dieron un rato libre para descansar y meternos a las duchas. Entramos a el baño más grande que he visto jamás. Tapizado de azulejos, con varias divisiones de regaderas e inodoros, cada una tenía su propia ducha y hasta sobraban. Sentí como el agua me besaba la piel y por un momento miré a Elizabeth, quien se bañó con la ropa interior puesta, y recordé la vez que ella se introdujo en la ducha conmigo. Recuerdo como me besaba, me miraba, la manera en que me tocaba, me quería. Lloré durante la ducha y salí al final de todas para bajar el tono rojizo que se anidaba en mis ojos y en mi nariz cuando lloraba, me sequé y me vestí en la ducha para salir con más aplomo y comodidad.

Cuando llegué a la habitación encontré a todas las reclutas en su mundo, unas con audífonos, otras leían, un par platicaba, y Elizabeth dormía. Me senté en mi cama y justo al tocarla ella despertó de repente y se sentó en la suya, que estaba de junto.

-Samanta, vamos a morir.-me dijo.

-¿Por qué dices eso?-pregunté.

-Hace rato el hombre que nos trajo aquí conduciendo la camioneta estaba hablando muy desesperado y reclamaba algo. Tengo miedo, tengo mucho miedo.

-¿Que decía?

-No le entendí todo, pero manoteaba y azotaba los muebles enojado. Gritaba maldiciones y le decía puto a un tal Sebastián.

-¿Qué reclamaba Elizabeth?

-Creo que la policía está investigando los prostíbulos clandestinos y él está involucrado. Al parecer están muy cerca.

-Que alivio, muy pronto seremos libres.

-No Sam, nos quieren migrar a otro estado.

-¿Qué? No, no, no puede ser.

-Tengo miedo, Sammi.

-Yo te voy a cuidar, tranquila.

Le di un abrazo y todas las presentes nos miraban con el rostro hecho un signo de interrogación. Tatiana, quien al parecer era la líder, se acercó y nos preguntó que nos pasaba, yo ya no podía confiar en nadie pero Eli súplicaba piedad.

-Señorita Tatiana, escuché algo allá afuera.-dijo Elizabeth.

-¿Qué pasa?

Elizabeth le contó lo mismo que a mí, todas reaccionaron igual que yo y propusimos fugarnos en ése mismo instante por la rendija de las regaderas que lleva a el patio trasero, y justo cuando nos pusimos todas de pie llegó él hombre de la camioneta a darnos un cambio de ropa a todas y nos dio indicaciones de vestirnos para ir a trabajar.

Nos vestimos y salimos esposadas en hilera de la habitación a el negosucho de mala muerte. Nos pusieron a limpiar el lugar y dejar unas cuantas bebidas preparadas, yo le di unos tragos a las últimas gotas de whisky que quedaban de una de las botellas. Después de terminar las tareas nos acomodaron en hilera tal como la noche anterior, pero esta vez sentadas en unos bancos para esperar a los clientes. Tan pronto se encendió el letrero de LEDs afuera de la choza comenzaron a llegar los clientes. Una a una mis compañeras entraban y salían, hasta que el hombre gordo de la vez pasada llegó en la madrugada igual que la noche anterior, y justo cuando todas esperaban a que el hombre se llevara del brazo a Tatiana como solía hacerlo, esta vez señaló a Elizabeth y la comenzó a acercar para desvanecerse juntos, sentí un impulso instantáneo al ver la cara de angustia de Elizabeth que tomé al hombre por el hombro y lo hise girar hacia mí.

-¿Alguna vez has intentado un trío?-le dije lanzándole una mirada seductora y acariciando su hombro.

-¿Qué propones, mujercita?-respondió.

-Lo que tu quieras, amor.-le dije.

Alzó las cejas cuando le pasé la mano sobre el cierre del pantalón y pronto me enganchó a su brazo.

Elizabeth y yo salimos de la habitación y nos dirigimos a el nidito artificial de calentura. Estaba decorado con cortinas de terciopelo rojas, velas, un espejo en el techo y un olor extremo a incienso.

Todo marchaba en orden, la verdad es que improvisé un trío sólo para no dejar sola a Elizabeth, no tenía en mente un plan. El hombre pidió una botella de Ron al cuarto y ésta fue traída de inmediato. El sirvió tres copas y las repartió. Luego de unos tragos silenciosos y tensos el hombre se recostó en la cama y nos invitó a ella. Nosotras nos acercamos sin titubear y lo comenzamos a seducir, a tocar, a manosearlo para finalmente desvestirlo. Cuando le quité el pantalón me di cuenta de que portaba una pistola, le pregunté para que la traía y me dijo que para protección propia porque en estos lugares nunca se sabe. La dejé en el buró y a él pareció importarle poco. Ahora tenía un plan. Le dije que nosotras haríamos todo el trabajo y le propuse jugar un poco, atarle las extremidades a los bordes de la cama, primero se negó y luego de un rato aceptó y nos comenzó a tocar, que asco. En cuanto el hombre cerró los ojos porque le dije que le haría sexo oral le di un trago directo a la botella de Ron, me puse los guantes que eran parte de la lencería y cogí la pistola del buró para salir corriendo. El hombre comenzó a gritar y a forcejear con los nudos para safarse pero era inútil. Cuando todos estuvieron al tanto del alboroto comenzaron a seguirnos a Elizabeth y a mí para detenernos pero no pudieron, hasta que en la entrada nos encontramos con Abraham García y otro acompañante. Nos habían encontrado.

Me quedé paralizada, di un pasó atrás y me despertó el gritó del hombre que nos prostituía《¡Malditas golfas! ¡No las dejen escapar!》Volví a golpear a Abraham con el cartucho de la pistola en la boca justo donde traía las puntadas del golpe anterior que también yo le regalé, comenzó a sangrar y perdió el equilibrio pero cuando caminé un poco más su acompañante me jaló el cabello y me hiso soltar a Elizabeth de la mano y estar a punto de caer de espaldas; no caí porque mi cuerpo se recargó en su pecho que estaba atrás de mí, quise golpearlo a él también de la misma forma en que le partí el osico a Abraham pero no calculé mi fuerza, más bien no calculé nada y metí la pistola a su boca, que con la fuerza del golpe hiso jalar el gatillo. Creo que el hombre murió al instante.

Me quedé pasmada al verlo en el suelo y Elizabeth comenzó a jalar mi brazo para salir corriendo del lugar, ni las prostitutas ni el hombre de la camioneta hisieron nada, pues se pasmaron igual que yo. Abraham comenzaba a levantarse del suelo con la boca, el cuello y la camisa empapadas de sangre, en cuanto ubicó donde estábamos se levantó de una vez por todas y salió corriendo tras nosotras.

Corrimos por unos matorrales tratando de escondernos pero los pasos de Abraham se escuchaban tan cerca y tan lejos que no sabíamos donde estaba él. Justo al salir de los matorrales el me tiró un golpe en la espalda que me hizo caer de boca, se me subió encima y comenzo a golpearme la cara con puño cerrado, Elizabeth le lanzó una piedra a la cabeza que apenas lo hiso distraerse, me golpeó por última vez y se reincorporó para volverse a Elizabeth y levantarla del cuello.

-Se cren muy listas ¿Verdad?-dijo él.

-Su..el..tame.-apenas dijo Elizabeth mientas la cara se le ponía roja y se le saltaban las venas.

-Medigas putas, ya se las llevó la chingada.

Bajó a Elizabeth y la tiro al suelo, yo trataba de reincorporarme pero me dolía la cara y tenía un ojo hinchado. En cuanto me levanté le golpee la espalda con una rama pero ésta se quebró y sólo lo hiso enfurecer más. Volvió a golpearme, pero esta vez Elizabeth le encajó un vidrio roto en la pantorrilla izquierda y él cayó al suelo con la herida abierta tratando de sacarse el cristal, aprovechamos para correr cuanto pudimos en dirección a la carretera

Siete Días en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora