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¿Qué estoy haciendo? ¿A dónde dirijo mis pasos? ¿Quienes están a mi alrededor?

El espejo me muestra su cara, su sonrisa, su vida alegre. Quisiera... quisiera esa vida. Se ve feliz, está feliz y yo, estoy en un cuarto oscuro con las luces del exterior alumbrando un espejo desgastado.

Él me mira, me analiza, mueve su cabeza de un lado a otro, sonríe y relame sus labios. Sonríe aún más, se burla... Se burla de mis ojeras, de mi cansancio, de mis temblorosos labios y mis ojos llorosos; se burla de mi enmarañado traje, de mis delgados brazos, de mi visión borrosa.

—¡Ya basta! —proclamo en voz alta, tapando mis oídos e inclinando mis rodillas—. ¡Basta, por favor, basta!

No, seguiré. Me necesitas, te necesito, nos necesitamos. Sin mí te perderías, sin mí no serías quien eres. Sin mí... se burlarán de tí.

Lo necesito, pero me ha abandonado, es él quien me ha dejado, es él quien ha huido y me observa vagando por este mundo. Es él a quien necesito, a quien veo en el espejo, a quien perdí...

—Alguien, por favor... —suplico con manos temblorosas acariciando nerviosamente mis mejillas—, alguien que me sostenga, que me abrace, que me entienda...

¿Quién escuchará mis llantos?, quién si estoy solo en este cuarto oscuro y exhausto del mundo, ansioso por abrazar a esa persona. Mis dedos acarician bruscamente mis labios, los aprietan desesperadamente para prohibir que mi voz salga; rasguñan las yemas mis ojos con desesperación, bajan incontrolables las lágrimas y no puedo detenerlas.

—¡Por favor¡ ¡limpia mis malditas lágrimas! —mi voz se quebraba con cada palabra, mi llanto desesperado comenzaba a detener el aire y una presión se presentó en mi pecho—. ¡Maldita sea, que alguien note mis luchas!

Nadie me escucha, nadie se preocupa. Solo les importa mis sonrisas fingidas, mis momentos divertidos y mi voz interpretando alguna canción. ¿Y yo? ¡¿Y yo?!

¡Yo también importo!, yo también...

—Reconozcan al pobre de mí...

Suspiro pesadamente, cierro los ojos con lentitud y las lágrimas siguen su curso. Mis brazos descansan exhaustos a mis costados, y mi nuca se recarga en la pared. Estoy sentado en la loza fría, sin color, sin luz.

—¿Puedes perdonarme? —mencioné al aire, a nadie y a la vez a alguien—. ¿Puedo perdonarme?

Me perdono, te perdono. Nos perdonamos.

Mis lágrimas vuelven a salir y mi sonrisa comienza a formarse. Hay algo que deseo y que ya no puedo tener....

A mi yo del pasado.

—Solo necesito ir un poco más —rompo en llanto nuevamente—, solo un paso más y todo terminará.

No me detengas inútilmente, por favor.

No me detengas inútilmente, por favor

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Último adiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora