Prólogo

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«Amaría tenerte cerca, esta noche y para siempre. Amaría tenerte junto a mí»

Doncaster estaba en silencio, siendo el único sonido que rompía aquella paz las gotas pesadas de lluvia que caían, caían, caían. Era tarde, tal vez incluso pasada la medianoche. Los pocos autos que había en la calle estaban estacionados a los lados de la calle casi fantasmagórica por la que un niño de cabello aplastado por el agua y ojos vidriosos caminaba, o más bien, corría.

Sus pies lo llevaron hasta que se detuvo, ya alejado del pequeño murmullo que el pueblo durmiente producía. Vio el puente que estaba entre dos calles de tierra, sobre un río, a pocos metros del límite de la ciudad.

Un paso, luego otro, y luego otro más lo llevaron hasta el medio de la plataforma que conectaba ambos caminos, y el chico tomó el barandal con fuerza, asomándose para sentir y ver cómo el agua corría debajo de sus pies. Estaba tiritando, y sentía aún más frío en sus húmedas mejillas. ¿Cuándo había comenzado a llorar, que no se dió cuenta?

Inclinó aún más su cabeza, tanteando la altura, y luego se dió cuenta de que no importaba lo alto que estuviera. No podía echarse para atrás, no ahora que por fin había conseguido el valor para acabar con todo. Y es que con sus cortos diez años de vida ya no podía seguir adelante, no cuando sabía que su familia lo consideraba una molestia, y sus compañeros, una anomalía. Estaba cansado de sentirse diferente, de ser diferente. Estaba cansado de estar cansado, de esperar que todo mejore, y que nunca llegue el día en el que él sienta que su pecho no está hueco. El aire llega a sus pulmones, su corazón palpita, pero entonces ¿por qué no se siente vivo?

Cerró sus ojos, deteniendo momentáneamente las lágrimas, y apretó sus puños con más fuerza. Sus uñas dejaban marcas en las palmas de sus manos y le dolía, pero qué importaba.

Dió un paso más y se agachó para poder pasar bajo el barandal, quedando ahora sobre el borde de madera que lo sostenía sobre el agua. Respiró profundo, apreciando —no realmenteel aire por última vez, y se dejó ir.

¿Saben de esa cosa que la gente dice, que cuando uno está por morir siente su vida pasando por sus ojos? Así era el panorama. Los pocos segundos que transcurrieron hasta que cayó al agua, fueron suficientes para revivirlo todo.

"— ¡Deja de temblar y mírame, mírame a la cara! ¡No te atrevas a llorar, maldita marica!"

"— No seas tan dramático, a nadie le importa si no puedes respirar. Eres una paria."

"— Mierda, ¡Deja de hiperventilarte y haz lo que te digo! ¿O quieres que me enoje? ¿Es eso? ¿Buscas que te golpee?"

Y él sólo quería que dejara de doler.

~

— ¡Por favor, despierta! —una aguda voz sonaba, cada vez más fuerte, mientras sus ojos hacían fuerza por ver, abriendo muy lentamente sus pesados párpados.

Sintió el agua en sus pulmones, sus ojos aún no acostumbrados a la luz, y tosió ruidosamente muchas veces. Su garganta ardía, su mente daba vueltas y se sentía débil, tan débil.

— ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Estás loco? ¿Cómo te atreves a hacer algo así? —la voz, de nuevo. Miró hacia adelante, con dificultad, y vio por primera vez a un niño que lo sacudía por los hombros, con semblante preocupado.

No sabía qué responder, y si lo supiera tampoco podría hacerlo. Su voz parecía haber desaparecido.

¿Dónde estaba? Miró hacia todos lados lentamente, y reconoció la lluvia cayendo sobre su rostro y cuerpo.
Vio el puente, y sintió un gran nudo en su estómago de sólo pensar en su muerte, o en lo cerca que estuvo de alcanzarla. Se estremeció, y nunca se había sentido tan arrepentido.

El chico frente a él estaba por volver a reprenderlo, pero fue interrumpido por un sollozo.

— Oh, no, espera. —dijo él, con voz suave, y lo rodeó en sus brazos— No quise, no quise hacerte llorar. Es sólo que no puedes hacer eso, ¡no puedes morir! Eres un niño. No hacemos eso, no morimos.

Con dificultad correspondió al abrazo, y lloró ruidosamente en el pecho del chico.

— Todo está bien. Estás bien.

Asintió con la cabeza, aunque no creía nada de eso. Nada estaba bien.

— ¿Cómo te llamas? —preguntó.

— L-Louis —respondió él, con un hilo de voz-.

— Oh —y seguían abrazados, pero Louis pudo sentir que el chico sonreía—. Yo soy Harry.

Quizás, o quizás no, el castaño se permitió sonreír un poco, pero luego volvió a sollozar.

— Hey, hey, ¿Louis? —el rizado que lo abrazaba se apartó para mirarlo a la cara. Estaba empapado, y sus ojos jades brillaban— No llores, por favor, es más lindo cuando sonríes, ¿si?

Louis asintió con la cabeza, limpiando algunas de sus lágrimas. El niño frente a él acarició una de sus mejillas con suavidad.

— Eres muy lindo, Louis —dijo, con inocencia, sintiéndose satisfecho al ver como él sonreía—. Te pareces a, uh, ¡Peter Pan!

El castaño soltó una risita y bajó la mirada avergonzado.

— ¿Te duele?

— S-sí —murmuró—.

Harry se le acercó.

— ¿Dónde duele? —Louis señaló su pecho, del lado del corazón, y parecía tan triste que el ojiverde también se sintió mal— Oh, no. Pero tu corazón tal vez sólo está asustado, ¿sabes?

El ojiazul levantó la mirada, y el bosque se mezcló con el cielo. Harry sonrió de lado.

— Sólo duele ahora, pero verás que todo va a estar bien, lo prometo. Seguro estás cansado... Pero, mira, mi mamá dice, uh, "no hay mal que por bien no valga".

Louis sonrió un poco.

— No hay mal que por bien no venga —corrigió—.

— ¡Sí, eso! —el rizado asintió con la cabeza, emocionado— Bueno... ¿No vas a volver a lastimarte?

El castaño negó con la cabeza.

— Bien —Harry tomó su mano y lo miró con esos ojos llenos de vida—. Porque todo va a estarlo, ¿sabes? Bien, todo va a estar bien. Es sólo un poco difícil, no sé qué te trajo aquí, pero no puedes rendirte. Todo va a mejorar, yo lo sé. Es una guerra más y un paraíso.

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⏰ Última actualización: Jun 10, 2018 ⏰

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